DE TÍTULOS Y HONORES

Osvaldo Vergara Bertiche
17 de Junio de 2007
Por haber trabajado en la construcción, algunos me llaman ingeniero, otros… arquitecto; por haber dictado clases me llaman maestro o profesor; por haber sido funcionario de gobierno, algunos me llaman doctor, otros contador y algunos licenciado; por escribir en medios periodísticos me suelen llamar periodista, y por divulgar hechos históricos me suelen nominar historiador.
Pero a decir verdad siempre me llamaron, nunca me llamé a mi mismo.
No tuve necesidad de parecer… de aparentar… sólo fui, soy y seré lo que soy y como soy.
Y siempre aclarando que no soy lo que, a veces, se me llama.
Es que en el imaginario colectivo, el hacer o el saber algo está vinculado únicamente a una determinada profesión. Profesión adquirida en claustros específicos.
Nunca escucharon decir a Enrique Santos Discépolo “lo que dejé de aprender en el colegio, lo recuperé en la calle… en la vida”.
Algunos creen que por codearse con ingenieros, doctores o profesores, se le parecen y adquieren, así, una cuota de mayor inserción social de alcurnia.
Otros, los más, desde su humildad, lo hacen porque es una forma de otorgar un tratamiento cordial y respetuoso a quién consideran que es merecedor de ese título.
Pero la cuestión de fondo es el Ser. El Ser que debe ser. Ser lo que se es y afrontarlo. Y para ser y poder ser y también estar y permanecer, hay quienes creen que deben ser lo que no son.
Y por tanto al nombre y apellido, al patronímico como establece nuestro idioma, le anteponen un título.
Como en 1913, gracias a nuestra Magna Asamblea, quedaron suprimidos las prerrogativas de sangre, los títulos de nobleza, la heráldica y los blasones que representaban un abuso contra la igualdad, están, igualmente, aquellos que necesitan imperiosamente imprimir delante de su filiación un “grado” determinado.
Como no se puede ser Conde o Barón, entonces se es “licenciado” o “ingeniero”.
Total hay tantos que lo son… ¿por qué no se puede ser? ¡Porque no!!!... ¡Gil!... No se puede.
Y no se puede, no porque atenta contra algún artículo intrascendente y poco punible y evadible de nuestro Código.
No se puede porque no se le puede tomar el pelo a los semejantes. Por eso no se puede.
Hablar francés, lucir brillante pelada craneana y ser Alcalde no alcanza, (quizás porque entre nosotros no existe el grado de “Lord”) entonces, es cuestión de encontrar una de las llamadas “fábrica de sellos” y sanseacabó… desde ese momento se es Licenciado.
En caso de no encontrar esa fábrica que resuelve tantas cuestiones de personalidad (la personalidad es el conjunto dinámico de características emocionales, de pensamiento y de conducta que son únicas a cada persona) siempre hay a mano una imprenta para que imprima (porque las imprentas están para eso) una “tarjeta” (si es con algún sello de agua, mejor) que al nombre y apellido anteponga el “título”. Lo que Salamanca non da la industria lo presta.
Lo que algún “licenciado” no tuvo en cuenta es que de tanto vanagloriarse de serlo, muchos lo tomaron tan en serio que decidieron “licenciarlo”.
Pero parece que el “grado” o “título” no adquirido legítimamente, inventado y creado artificial y ladinamente, tiene que ver con quién soy y para qué estoy.
Si se es “un bon vivant”, experto en la mundana noche, amigo de comparsas y de artistas o empresario prestigioso del espectáculo; gasta tabla de mesas de café o discurridor sapientoso en temas filosóficos, políticos y doctrinales; formador de opinión o dirigente social o político, que mejor que autoproclamarse Licenciado. ¿Licenciado en qué?... que importa.
Lo que importa es que se reconozca su licenciatura, que bien puede ser no una sino varias.
Y si se es un “denunciador” permanente, altivo, soberbio, con estadísticas propias en las manos, atropellando funcionarios y desparramando recetas sobre el “qué” debe hacerse y el “cómo” deben hacerse las cosas, con total precisión y contundencia, no se puede ser otra cosa que Ingeniero.
Si algo caracteriza a los Ingenieros es sin duda alguna su capacidad de razonamiento matemático y la precisión de cualquier resultado.
En estos tiempos vemos como se derrumban mitos. Y no todos gracias a Felipe Pigna. Sino gracias a la “tilinguería” de algunos.
Ser padre dolorido por la muerte de su hijo es digno del mayor respeto de todos. Toda congoja es poca y todo acompañamiento nunca es mucho. Ser padre de un hijo asesinado es digno de atención y protección por parte de la Autoridad competente. Ser padre de un hijo que fue secuestrado para perseguir un rescate y además asesinado, más allá de lograr o no el cometido, lo exime de toda delicadeza y le está permitido elevar su voz clamando justicia y gritar a los cuatro vientos sus verdades.
Pero de allí a pretender convertirse en una suerte de “mesías” de la seguridad, “cruzado” de la mano dura y "paradigma" de la tolerancia cero hay un buen trecho.
Convertirse en figura prominente y candidateable de los sectores más recalcitrantes de la sociedad argentina, por la vía de la democracia, conlleva un único objetivo, instalar una nueva “guerra interna” contra el nuevo “terrorismo urbano”: la delincuencia, utilizando, como propusiera el ingeniero que no es tal, un arma que dispare “energía eléctrica” al mejor estilo de la “picana”, entre otras perlas para el accionar.
Y si a todo esto le sumamos el desfalco de presentarse en sociedad usurpando títulos y honores, sacamos como conclusión, que a los sectores hegemónicos poco les importa la indignidad, la mentira y la corrupción que dicen enfrentar y de la que quieren salvarnos, sino que por el contrario son proclives, sus integrantes, a toda clase de indignidades, mentiras y corrupciones, con tal de seguir conservando sus privilegios.
Aparentan, algunos, tener “grados” o “títulos” que no tienen; lo que no pueden aparentar es lo que son.
Y lo que son lo sabemos porque los hemos tenido que soportar históricamente.
Pero por suerte parece que nos hemos dado cuenta los sin “títulos” que debemos hacer sonar el escarmiento. No conseguirán ni tan siquiera pasar de grado. Los “bocharemos”.

Juan José Hernández Arregui, ese lanzallamas

por José Luis Muñoz Azpiri (h)

Conferencia pronunciada en el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas "Juan Manuel de Rosas" el 27 de junio de 2007


Martín Lafforgue, en un libro hoy inhallable, “Antiborges” (Javier Vergara Editor, 1999), realiza una ajusta definición del nacionalismo popular: “El nacionalismo popular como corriente de pensamiento comienza a gestarse en la década de los veinte a partir de las ideas de un conjunto de políticos, periodistas e intelectuales: el socialista antiimperialista Manuel Ugarte; el general ingeniero Alonso Baldrich, del grupo fundador de Yacimientos Petrolíferos Fiscales; el precursor de las corrientes económico-desarrollistas en el radicalismo Manuel Ortiz Pereyra y periodistas como José Luis Torres, a quién le debemos la acertada expresión de “Década infame”.

En 1935 tras fracasar en su intento de desplazar a la dirección alvearista (moderada) del viejo partido de Irigoyen, un grupo de jóvenes militantes decide escindirse, recoger las preocupaciones de los arriba citados, con ellas renovar y profundizar el “credo yrigoyenista” y construir una nueva forma de organización: nace la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA).

En su primer manifiesto atacan a las “oligarquías” e “imperialismos”, exigen la restauración de la “soberanía del pueblo” y se proclaman los únicos continuadores del yrigoyenismo.

El ideólogo del grupo es el ya reconocido ensayista de temas nacionales Raúl Scalabrini Ortiz y forman su núcleo dirigente, entre los más conocidos, el escritor Arturo Jauretche, Luis Dellepiane, hijo de un ex ministro de Irigoyen y el poeta y músico Homero Manzi.
Aún cuando FORJA no logra un caudal significativo de adherentes ni una organización sólida, sus innumerables volantes y conferencias y sus vehementes pero bien documentadas publicaciones logran penetrar e influir en vastos sectores de la opinión pública.
Para los forjistas la “oligarquía” conservadora era responsable de la crisis que se vivía; se consideraba que para sostener sus privilegios había traicionado al país entregándolo al “imperialismo británico”; se denunciaba a la “dictadura política” al servicio de minorías, impuesta mediante la corrupción más escandalosa y el fraude generalizado y a una “tiranía económica” al servicio del capital extranjero.
“El proceso histórico - dice uno de sus documentos - revela una lucha permanente del pueblo en procurar su soberanía popular”. De alcanzarse este cometido, será el fin de la dependencia y el sometimiento.
La influencia de FORJA sobre el pensamiento de Perón y sus más estrechos colaboradores está bien documentada. Tanto el Grupo de Oficiales Unidos (G.O.U.) - logia militar de decisiva influencia en la primera mitad de los años cuarenta - como Perón leyeron y estudiaron el material forjista y los libros de Scalabrini Ortiz y de Torres, por lo menos desde 1936 y años más tarde se sucedieron encuentros personales. Las principales ideas, temas y categorías del nacionalismo popular fueron incorporadas al peronismo: la postura antioligárquica y antiimperialista, los objetivos de autonomía económica y justicia social, la fe en el pueblo instalado como sujeto privilegiado del cambio, un cierto menosprecio hacia las formalidades legal-institucional.
En 1945 el forjismo se disuelve y la mayoría de sus miembros se incorpora al naciente peronismo. Muchos de ellos pasan a ocupar cargos oficiales en el gobierno nacional y en el de la Provincia de Buenos Aires.
Julio Cortázar dijo que se tuvo que ir de la Argentina porque el tronar de los bombos peronistas no le dejaban disfrutar de los conciertos de Bela Bartók. Borges, en cambio, no parece haber tenido inconvenientes, en esos años, para escribir sus textos más personales y reconocidos. En 1944 habría de publicar Ficciones, cinco años después El Aleph, en 1951 la selección de cuentos que conforman "La muerte y la brújula" y al año siguiente el volumen ensayístico "Otras inquisiciones".
De este período son también buena parte de sus obras en colaboración - "El Martín Fierro" con Margarita Guerrero, "Antiguas literaturas germánicas"con Delia Ingenieros, entre otras - de las antologías y volúmenes de cuentos realizados con Adolfo Bioy Casares.
Esta intensa producción literaria, sin embargo le dejó tiempo para comenzar una tardía pero exitosa carrera docente en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa y en el Colegio Libre de Estudios Superiores, ejercer la dirección de la revista Anales de Buenos Aires e, incluso, para la actividad gremial (fue presidente de la S.A.D.E. entre 1950 y 1953).
Derroche de energía realizado en la opresiva y lúgubre atmósfera de la Segunda Sangrienta Tiranía.
No tuvieron igual suerte los intelectuales de la década del setenta, signada por la tutela de los que él denominó caballeros militares.
La caída del gobierno peronista (1955), calurosamente apoyada por los sectores medios, la intelectualidad y los sectores dominantes, encuentra a los escasos grupos que se reconocen en la experiencia peronista cuestionando nuevamente las orientaciones políticas y económicas gubernamentales. Pero ya no alcanza con analizar el pasado histórico y la estructura económica del país: se deben encontrar las causas que posibilitaron esta oposición acérrima, muchas veces más cultural y valorativa que directamente social o económica. Surge, entonces la corriente nacionalista popular.
En ella hemos englobado - continúa Lafforgue - un espectro bastante amplio de pensadores que reúnen las características reseñadas.
En un análisis más fino es posible establecer diversas diferenciaciones; la más frecuente es entre “izquierda nacional” (provenientes de las agrupaciones tradicionales de la izquierda, pero que se distancian a partir de su visceral rechazo a la tradición liberal y una lectura positiva del fenómeno peronista) y nacionalismo popular con una variante reformista y otra revolucionaria.
Comienza un vasto programa de revisión del pensamiento y la literatura argentina a partir de una doble vía explicativa: la primera partía de la tesitura, deudora de un materialismo algo rústico, de que “a la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia”; la segunda se elaboró a partir de la incorporación de buena parte de la relectura de la historia nacional que el revisionismo histórico venía haciendo desde los años treinta.
Esta escuela sostenía que en la Argentina había habido desde sus inicios un enfrentamiento permanente entre dos antagonistas irreconciliables: un proyecto de país liberal y dependiente consagrado por la historiografía tradicional y legitimado por la “superestructura cultural; y el país “auténtico”, por fuera de las superestructuras culturales dominantes, resguardado por la memoria popular y al que esta escuela historiográfica viene a rescatar, sistematizar y presentar en un cuadro completo.
El objetivo del nacionalismo popular, entonces, pasa a ser demostrar como la “colonización pedagógica” había provocado que los intelectuales liberales – que por cierto incluía a pensadores de procedencia muy dispar- evaluaran erróneamente, o aún mintieran deliberadamente, en sus interpretaciones de la realidad nacional.
Los “profetas del odio”, según los definiera Jauretche, no podían entender al país real; lo que los llevaba a despreciar y rechazar todo aquello identificado con el campo de la “barbarie”: el gauchaje, el yrigoyenismo, el peronismo y, en general, todas sus producciones culturales. Ante el panorama actual de la política nacional, caracterizado por la inercia mental, la importación de teorías pergeñadas por las usinas de propaganda del hemisferio norte y la vocinglería de “analistas” condenados al pensamiento de sirga, Juan José Hernández Arregui representa el más dramático encuentro del intelectual argentino con el hecho nacional.
Con una cultura inexistente en otros representantes de la izquierda de nuestro país, supo subordinar la teoría marxista y el método histórico-cultural al análisis de la realidad concreta que examinaba y con la que se hallaba raigalmente comprometido desde su militancia peronista que no abandonó hasta su muerte.
Sus afirmaciones, no siempre exentas de polémica, continúan siendo hoy referencias ineludibles para pensar el “ser nacional” sin caer en utopías frustrantes o alineaciones coloniales. Incursionó en la narrativa con los cuentos “Siete notas extrañas” (1935) celebradas por la crítica en su momento.
“Las corrientes históricas durante el siglo XIX” (1951), “El siglo XVI y el nacimiento del espíritu moderno” (1952), “Introducción a la historia” (1953), son algunas de sus producciones de cátedra, que precedieron a sus formidables ensayos.
Para quienes comenzamos nuestra militancia política en el peronismo y nos habíamos formado doctrinariamente en las fuentes del nacionalismo revisionista, que nos ofrecía una respuesta a falsificación de la historia que denunciara Ernesto Palacio y a su vez; por razones familiares conocíamos en carne propia las purgas ejemplificadoras del terrorismo liberal-gorila, Hernández Arregui nos brindó las herramientas conceptuales para desenmascarar los basamentos de una realidad ficticia, colonial y cipaya. Herramientas que trascendían el marco del revisionismo histórico, nacido al fragor de la lucha para denunciar la leyenda negra (las calumnias contra España), la leyenda roja (las calumnias contra Rosas y los caudillos) y la leyenda rosa (la supuesta realidad de ese color que se desarrolló en la Argentina a partir de Caseros), pero insuficientes para analizar el complejo marco, nacional e internacional, de las últimas décadas del siglo XX. Antes de ahondar en las mismas, es necesario destacar su formación e historia de vida, hasta 1955, dado que a partir de esa fecha publica sus obras cardinales.
Juan José Hernández Arregui nació en Pergamino, Pcia .de Buenos Aires el 29 de Septiembre de 1912, donde pasó sus primeros años de vida; luego su madre ya viuda, lo trajo consigo a la Capital y aquí realizó sus estudios para ingresar a la facultad de Derecho. Norberto Galazo en una discutible - ya desde el título: “J.J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo” - biografía, habla de un abandono por parte de su padre que, supuestamente, lo sumiría el resto de su vida en una profunda melancolía.
Aparte de innecesaria, esta mención nos recuerda una metáfora del querido y poco recordado Salvador Ferla: En el mundo antiguo circuló en diversas versiones una leyenda significativa, la del niño desvalido que se vuelve poderoso. Un niño abandonado en las orillas del Tíber llega a ser el fundador de Roma; otro niño, depositado en una canasta en la ribera del Nilo se convierte, ya adulto, en el libertador del pueblo israelita. Y el bebé a quien Herodes quería asesinar, resultó nada menos que el hijo de Dios. La moraleja es: ¡cuidado con maltratar al débil, al pequeño, al indefenso!... ¡Puede ser un genio, un rey, o el mismísimo Dios!... Esta simbología del débil que se levanta triunfal de la abyección en que injustamente fuera arrojado por la arrogancia y la sensualidad de los poderosos, nos indica cuál debe ser nuestra principal pauta valorativa en materia histórica.
La civilización nació enferma del complejo de culpa. La historiografía debe ayudar a curarla concientizándola sobre las causas de ese complejo.
Personalmente, no compartimos este tipo de interpretaciones psicologistas, reduccionistas, que circunscriben el talento y la creación a circunstanciales incidentes externos. Al morir su madre, un tío, amigo del caudillo Amadeo Sabattini, se lo lleva consigo a Villa María (Córdoba). Ahí trabaja de bibliotecario y comienza a colaborar en periódicos locales y en 1931 se afilia a la UCR yrigoyenista y escribe en sus órganos periodísticos Debate, Doctrina radical y Libertad. Reinició sus estudios universitarios durante la década de 1940 en la Facultad de Filosofía y Letras de la capital cordobesa, en la que tuvo como principal maestro al insigne Rodolfo Mondolfo, y allá se graduó con una tesis sobre “Las bases sociológicas de la cultura griega” en 1944.
Comenta Eduardo Romano en un meduloso artículo (CREAR, Nº 14, junio 1983) que sus primeros enfrentamientos con la conducción partidaria se produjeron a consecuencia de la revolución militar de aquel año, pues su prédica a favor de la misma no halló eco entre sus correligionarios. De todas maneras él colabora en la Corporación Nacional de Transporte, a cargo de Santiago H. Del Castillo, porque ve en las medidas económicas del nuevo gobierno un corte respecto de la política de entrega irrestricta de nuestro patrimonio a los intereses británicos.
Congresal por la provincia de Córdoba, en 1945 se opone fervorosamente a la participación del radicalismo en el engendro político que fue la Unión Democrática. Después de las elecciones que consagraron a Juan D. Perón presidente, contra dicha coalición, sus relaciones con el radicalismo se volvieron francamente irreconciliables y decidió renunciar a ese partido ante el Presidente del Comité de la provincia, Dr. Arturo Illia.
Dice en un pasaje de su carta fechada el 10 de febrero de 1947: “El conflicto entre intransigentes y unionistas, en lo esencial, no ha sido un mero antagonismo de núcleos, sino la lucha en profundidad entre dos concepciones irreductibles, antinómicas e irreconciliables de lo radical y argentino, en cuanto a ideales populares insertos en el sentido propio de lo nacional. Es superfluo, pues, tratar de salvar la unidad del partido, inmolando esta ilusión casuística y formal, el contenido concreto mismo de la doctrina radical, que es la expresión genuina del sentimiento emancipador de las multitudes argentinas, empeñadas desde Mayo en el ideal vigoroso de la plena autodeterminación nacional.
Eran estas síntesis oscuras que germinaban en lo colectivo histórico de las masas, lo que el radicalismo debió convertir en conceptuaciones políticas de lucha. Al no hacerlo, su derrota estaba sellada. La gran frustración de lo radical ha sido consumada. Y nada contrarrestará mientras tanto, el poderío de las fuerzas políticas que triunfaron con Perón, gracias al error de perspectiva - nacional e internacional - de aquellos que al influjo de factores foráneos, cayeron en una imperdonable desviación de la línea del partido, traicionando los postulados históricos de la U.C.R.”.
En 1947, se produjo su primer acercamiento al peronismo, de la mano de Arturo Jauretche, quien lo llevó a colaborar en el gobierno bonaerense, como Director de Publicaciones y Prensa del Ministerio de Hacienda. Por ese entonces disertó sobre “La Universidad y la Reforma del 18”, en vísperas de sancionarse una Ley Universitaria. En 1948 empieza su labor docente en la Universidad Nacional de La Plata, como Profesor Adjunto de Introducción a los Estudios Históricos, que amplía con incursiones por la sociología, la historia del arte, la literatura, etc., y en la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires, hasta el golpe septembrino de 1955.
Ante la coyuntura, se convierte en ideólogo de la resistencia peronista y si bien no participa directamente en política, es detenido un mes en San Martín cuando el levantamiento patriótico del Gral. Juan José Valle contra el gobierno de facto, que había desatado una cruenta represión contra las fuerzas populares. En 1957, un año después de Civilización y Barbarie. El liberalismo y el mayismo en la historia de la cultura argentina, de Fermín Chávez y el mismo año de Los profetas del odio de Arturo Jauretche, aparece Imperialismo y Cultura.
Estos tres libros constituyen un dique conceptual contra los intentos de retrotraer la situación nacional a lo que era antes de 1943, avalados por una intelectualidad cipaya, cuyo paradigma era Borges, escritor cosmopolita, de un europeísmo afectado y erudición esotérica, ajeno a los problemas nacionales. Prueba de ello es el Nº 237 de la revista Sur en que Victoria Ocampo, Eduardo González Lanuza y Guillermo de Torre, entre otros, tratan de demostrar que el “verdadero” pueblo argentino no participó de la experiencia peronista, argumento que, con otros basamentos teóricos, emplea Juan José Sebrelli en el Nº 7/8 de la revista Contorno.
Sea por derecha o por izquierda, el objetivo consistía en negar al sector popular todo protagonismo histórico.
En “Imperialismo y Cultura”, Hernández Arregui analiza descarnadamente la cultura oficial y la dependencia, la deificación de todo lo extranjero, la falta de proyecto nacional en gran parte de la dirigencia argentina, el uso de las corrientes filosóficas nacidas en Europa sin comprensión del país real.
Encuadra las relaciones entre imperialismo y cultura dentro del contexto europeo a lo largo del siglo XIX, así como sus consecuencias para la formación de una literatura “mundial”, inexistente antes de la era imperialista, en la primera mitad de nuestro siglo. Juzga toda producción y actividad culturales a través de una contradicción básica de una país de pendiente (Romano dixit) “lo nacional liberado vs. Lo mimético sumiso”.
Según su criterio, la cultura nacional se apoya siempre en componentes folklóricos de raíz hispano-indígena, reelaborados luego por artistas individuales con los criterios de la cultura cultivada. Por eso exalta la obra de Lugones y la opone a la de quienes se dejaron seducir por modelos sin arraigo telúrico. A partir de la polémica lectura que Borges hiciese del Martín Fierro de José Hernández, realiza una lectura demoledora. Este paradigma de intelectual cosmopolita, de un europeismo afectado y una erudición esotérica es considerado en Nacionalismo y Liberación (1969) como el arquetipo del eunuco escriba, hechizado por mundos inexistentes: “Hay un pensamiento nacional y un antipensamiento colonial.
Un escritor nacional tipo es Raúl Scalabrini Ortiz. Un escritor colonial - más perfecto que una esfera musical en la mente de Pitágoras - es Jorge Luis Borges. De un Pitágoras que nunca existió. Y en esto se parece a Borges. Que ha caído en la farolería de hablar de Pitágoras sin conocer la filosofía griega. En rigor, Borges, pájaro nocturno de la cultura colonizada, desde el punto de vista argentino es más fantasmagórico que el Pitágoras de la leyenda órfica. Un Borges - ese “cadáver vivo de sus fríos versos” que dijera Lope de Vega - hinchado todos los días por la prensa imperialista. Y que ni siquiera merecería ser citado aquí, sino fuese porque es la entalladura poética de ese colonialismo literario afeminado y sin tierra al que hacemos referencia. Poeta del Imperio Británico, condecorado por Isabel II de Inglaterra, ha declarado hace poco: “Si cumpliese con mi deber de argentino debería haber matado a Perón”.
El desmán sería para reírse, sino fuese, como lo hemos expresado en otra parte “ porque detrás de estas palabras pierrotescas se mueven las miasmas oscuras del coloniaje”. Así habla la “inteligencia pura” de este ancestro hermafrodita de la poesía universal fuera del mundo que, como una orquídea sin alma, llora en la mayoría de sus poemas, su “muerte propia” a la manera de Rilke. Sí. Todos hemos de morir. Borges también. Y con él, se irá un andrajo del colonato mental.
A diferencia de ellos, bufones literarios de la oligarquía, mensajeros afamados del imperialismo, cuando a los grandes hombres de América les llega la hora de la muerte, en ese mismo y supremo instante, la eternidad de la historia, la única y luminosa inmortalidad que le es dable esperar a la criatura humana en su tránsito terreno, los amortaja en una estela de gloria con las palabras de los verdaderos poetas nacionales: “Hay una lágrima para todos aquellos que mueren, un duelo sobre la tumba más humilde, pero cuando los grandes patriotas sucumben, las naciones lanzan el grito fúnebre y la victoria llora”.
Según Fermín Chávez en su prólogo al ¿Qué es el ser nacional? (Catálogos, 2002) esta resignación agnóstica dio paso, en el en viaje que realizaron a Toledo, al surgimiento de una sensibilidad religiosa. Los capítulos dedicados al nacimiento de la revista Sur, y la caracterización de sus mentores y adláteres, tienen vigencia hasta hoy.
Victoria Ocampo dijo entonces: “No hay nada peor que un canalla con talento” a lo que él le respondió diciendo “solo atino a figurármela a medida que va poniéndose vieja, con la casaca roja y los botones dorados de una domadora de fieras suelta en Picadilly”.
En 1960 aparece un segundo libro, cardinal y corrosivo hasta hoy: La formación de la conciencia nacional (1930-1960). “Esta es la crítica – dice en el Prologo – inspirada en un profundo amor al país y fe en el destino nacional de la humanidad, contra la izquierda argentina sin conciencia nacional y el nacionalismo de derecha, con conciencia nacional y sin amor al pueblo”.
Entre esas falsas opciones analiza y documenta el surgimiento de FORJA primero y sintetiza luego todos los aspectos socializadores de los gobiernos peronistas, desde una perspectiva no partidaria, “pues el autor - añade - carece de compromisos políticos, salvo con las masas argentinas depositarias del destino nacional”.
“El nacionalismo posee un doble sentido, según corresponda al contexto histórico de un país poderosos o un país colonial. Hay pues, en el umbral del tema, una diferencia, no de grado sino de naturaleza, entre el nacionalismo de las grandes potencias - Inglaterra y los Estados Unidos, por ejemplo - que son formaciones históricas ya constituidas, y el nacionalismo de los países débiles, que aspiran justamente a convertirse en naciones.
Hay además un nacionalismo ligado a las clases privilegiadas aunque adopte cierta actitud crítica frente a ellas, y un nacionalismo que se expresa en voluntad liberadora de las grandes masas nacionales.
Mantener el equívoco entre ambas concepciones del nacionalismo, en que están conjuras tanto las potencias coloniales del presente como las clases encumbradas de los países coloniales, y destinado a velar el nacionalismo del pueblo, ha sido respecto a estos países sin soberanía real una de la s más diestras y calculadas defraudaciones de la filosofía del imperio”.
Esto decía quien, por aquellos años, sostenía que el único intocable era Nicolino Locche... Juan Perón, en carta del 10 de diciembre de 1969 en el que le agradece el envío de sus libros, formula un cálido elogio de toda su obra. En uno de los párrafos le dice: “Por todo lo que hacen ustedes allí con la difusión de la verdad tantos años oculta, yo deseo como argentinos hacerles llegar, junto con mi encomio más entusiasta, mi felicitación más sincera. La causa de la revolución necesita de algunos realizadores, pero no mucho menos de muchos miles de predicadores que, empeñados en la tarea de persuadir, no cejen en el empeño de incendiarlo todo si es preciso.
...He visto que el Peronismo está despertando entre los “intelectuales” el deseo de escribir sobre él, unas veces con fines leales a la Nación y otras buscando lo contrario.
El profesor Gonzalo Cárdenas sé que lo ha hecho bien y de buena fe, que es lo que interesa. Otros como Félix Luna lo han hecho a su manera, a lo que ya estamos acostumbrados.” ¿Qué es el ser nacional? (1963) resulta de una conferencia y de cursillos realizado en universidades del interior (noroeste, Tucumán, Santiago del Estero) y profundiza observaciones anteriores sobre política y cultura de ámbito iberoamericano, para lo cual replantea las vicisitudes históricas atravesadas por el continente.
Más de un marxista se verá sorprendido por tesis expuestas por quien vulgarmente aparece asociado al marxismo tradicional o, lo que es peor, un progresista “trucho”, tan el boga en estos tiempos, que desconoce la obra del Júpiter tonante que escribía en la biblioteca del Museo Británico. Ya el propio Marx lo decía: “Yo no soy marxista” (y no conocía la Argentina): “El menosprecio hacia España arranca en los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra.
Es un desprestigio que se inicia con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de las Casas Lágrimas de los Indios: relación verídica e histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes inocentes por los españoles. El título lo dice todo. Un libelo”. “Junto a la acometida sobre la raza de bronce subyugada, España trajo a estas tierras una de sus virtudes más grandes, el espíritu de independencia y las instituciones que lo resguardaron. Un antecedente de esta actitud altiva y libre, que América Hispánica recibió como legado, se encuentra ya en Lope de Aguirre, al tratar de igual a igual, en 1561, a Felipe II: “Te aviso, rey español, que tus reinos de Indias tienen necesidad de justicia y equidad para tantos y tan buenos vasallos como en ellos moran. En cuanto a mí y mis compañeros, no pudiendo sufrir más las crueldades de tus oidores y gobernantes, nos hemos salido de hecho de tu obediencia y nos hemos desnaturalizado de nuestra tierra que es España, para hacerte aquí la más cruel guerra que nuestras fuerzas nos consientan (...) En estas tierras damos a tus pendones menos fe que a los libros de Martín Lutero.”
El análisis de nuestro autor sobre el intelectual pequeño burgués, dista diametralmente de la izquierda internacionalista, su definición se asienta en la realidad, sin idealizaciones; ya que si bien usaba las categorías del análisis marxista, contó una historia de la que nunca habló el Partido Comunista argentino: “La clase media tiende a la formación de grupos intelectuales que fluctúan, por motivos diversos, entre las “élites” que miran hacia arriba y los “ghettos” espirituales que miran hacia abajo. Esto explica la abundancia de intelectuales de izquierda que se pasan a la derecha ideológica, al conservatismo social.
En realidad, los intelectuales son los que sienten más vivamente esta situación incierta que ocupan en la sociedad. Mientras la perspectiva de descender les lleva a la comprensión de la lucha que libra la clase trabajadora por otra parte les estimula a no caer en ella.”
Hernández Arregui nos estimuló para que repensemos y redefinamos toda la cultura argentina desde sus orígenes. Y también a denunciar la mistificación del intelectualismo que se dice progresista sin entender nada de los movimientos populares que surgen no de los libros sino de las tradiciones de un pueblo: “En la escuela le enseñaron a preferir el inmigrante al nativo, en el colegio nacional que el capital extranjero es civilizador, en la Universidad que la Constitución ha hecho la grandeza de la Nación o que la inestabilidad política del país es la recidiva de la montonera o de la molicie del criollo.
Este estado de espíritu, fomentado sutilmente por la clase alta aliada al imperialismo, distorsiona la conciencia de estos grupos, cuyo escepticismo frente al país favorece el pasivo sometimiento espiritual”.
Dirigentes obreros de San Juan, Tucumán, Mar del Plata y Rosario fueron sus interlocutores, pero su prédica se abrió a otros, aparentemente menos permeables a este tipo de ideas. En septiembre de 1969, el Director del Colegio Militar, Gral. Mariano de Nevares, sancionó con diversas penas a unos cuarenta oficiales del ejército en un sumario secreto. Encabezaba esa lista el Tnte. Licastro, acusado de: “mantener vinculaciones y vincular a otros oficiales con un ideólogo de izquierda conocido por él, formular comentarios favorables al mismo y defender sus ideas ante sus camaradas” y sancionado con cincuenta días de arresto y su pase a disponibilidad.
A partir de ese momento, Hernández Arregui pasó a integrar la lista de los que años después se conocerían como “desaparecidos”. En octubre de 1972 y tras varios allanamientos, un “caño” explota en su casa y lesiona gravemente a su mujer. Tal desastre no lo arredra y en 1973 publica “Peronismo y Socialismo”, aclarando en el prólogo que contrariamente a sus obras anteriores, es “un libro de divulgación”, con “un lenguaje más bien periodístico”, pero “cuidando, no obstante, en la medida de lo posible,, encuadrar los diversos temas abordados dentro de un nivel intelectual adecuado para quienes buscan una visión resumida de la realidad nacional”, Su título, por otra parte no debe llevar a la confusión, se trataba una perfecta delimitación del socialismo nacional del que hablaba Perón en las Pautas de actualización doctrinaria (1972) de manera tal de evitar las confusiones de los peronistas oportunistas de la época (añadiríamos también, de la actualidad). Esto está claro en los artículos firmados en la revista Peronismo y Liberación, al explicar el cambio de denominación de la publicación. (anteriormente, en 1973, era Peronismo y Socialismo). Pues así definía la actualidad del momento: “No habrá alternativas pretendidamente socialistas frente a la política peronista. El peronismo tiene en su seno todo el socialismo posible, al poseer un programa liberador, único eje de la unidad nacional contra el imperialismo, y por sostenerse fundamentalmente en el apoyo que le da la clase obrera”.
La izquierda cipaya jamás le perdonó su compromiso nacional ni la derecha reaccionaria su formación marxista. Unos intentan encuadrarlo con extrañas alquimias en una posición que nunca compartió, otros, lo acusan de haber agitado el “inmundo trapo rojo”, sin percatarse como cretinos que son, que por más de una década flameó en el firmamento de la república una bandera roja... de remate.
Sobre el éxito de sus libros pensaba Hernández Arregui que “estos libros han surgido del dolor nacional y no del narcisismo literario, el prestigio intelectual de nada vale, y si tal prestigio emana de una obra áspera y crítica contra las instituciones y figuras representativas del coloniaje, más que prestigio acarrea sinsabores, odios duraderos y calumnias” En el año 1974, año trágico para los nacionales, que acarreó la desaparición física de Juan Domingo Perón y de un pensador de la talla de Arturo Jauretche, corroído por los sinsabores mencionados, inició su tránsito hacia la gloria. Sus libros, polémicos y sin duda discutibles, no son de investigación sino de lucha”, como él mismo dijera. A esa lucha, que es la liberación definitiva del gran país iberoamericano, dedicó su pensamiento tan lúcido como apasionado. Este pensador argentino, en 1973, al ser distinguido como Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires, expresó categóricamente: “He pertenecido, pertenezco y perteneceré al Movimiento Nacional Peronista”.
Nada más podemos agregar.

ARTE, CULTURA e IDENTIDAD NACIONAL

Por Francisco José Pestanha
Articulo publicado en: "Revista Breviarios"
de la Universidad de la Plata.
Director Oscar Castelucci
y en
http://www.pensamientonacional.com.ar/

"El pueblo auténtico es una unidad de destino prospectiva, dinámica, deviniente en pos de estructuras que lo interpreten y le dan forma consistente de comunidad histórica, de fines claramente marcados y de medios excogitados con acierto. El pueblo cuando existe políticamente de verdad, es siempre la evolución o la revolución económica, social y política y así crea sus propias estructuras, dentro de las que ha de encauzar su vida y sus realizaciones". Carlos Astrada

Definamos el arte como destreza, reproducción de cosas, construcción de formas, expresión de experiencias, de creatividad y de sentimientos; lo cierto es, entonces, que en toda comunidad encontramos cuantiosas y diversas manifestacionesbien parecidas a la actividad artística. Cabe en primer término, establecer una diferencia entre este concepto y el de cultura; entendiendo a esta última como el conjunto de prácticas humanas,económicas, políticas, científicas, jurídicas, religiosas, discursivas, comunicativas y sociales y como los valores y significados que los integrantes de unacomunidad atribuyen a esas prácticas. También puede ser vistacomo el conjunto de producciones materiales (objetos) y no materiales (signos, significados, normas, creencias y valores) de una sociedad determinada.

Me propongo en este brevísimo ensayo mostrar la relación existente entre las manifestaciones artísticas y culturales de las primeras décadas del siglo pasado y los acontecimientos políticos acaecidos en nuestro país a mediados de la década de 1950. Intentaré, además y muy sucintamente, establecer una relación entre las manifestaciones artísticas y culturales y el aún controvertido fenómeno de la identidad colectiva argentina.

Demás está aclarar que el espacio asignado para este trabajo me impide profundizar sobre algunos tópicos que merecerían un abordaje más riguroso; aún conciente de tales limitaciones, voy intentar formular una hipótesis que espero contribuya a enriquecer el debate afortunadamente reabierto en nuestropaís.

Un puntapié inicial en este intento me lo proporcionó el escasamente difundido trabajo de Juan W. Wally(1) "Generación de 1940, Grandeza y frustración", y que hoy sólo puede hallarse en alguna páginas de Internet.

En dicho trabajo Wally analiza meticulosamente la labor artístico - cultural de una generación que define como La generación argentina de 1940, es decir, la de los nacidos entre 1888 y 1902. Según el autor, dicha progenie "… fue la de mayores riquezas individuales de nuestra historia"; sosteniendo, además,que "… a partir de 1940, y muy especialmente en 1943, se advierte el decidido protagonismo histórico y el pase a primer plano de la generación décima de la historia argentina, de acuerdo a la cronología propuesta por Jaime Perriaux, inspirado en el pensamiento de José Ortega y Gasset(2). La generación décima (…) tiene su etapa de formación entre 1910 y 1925 (…) de gestación entre 1925 y 1940 y de gestión entre 1940 y 1955"(3).

Entre las características que el ensayista destaca en la generación décima, encuentro dos que resultan particularmente significativas para el presente análisis:

I.- Revolución estética

En el campo literario, surge una corriente que produjo diversas publicaciones entre las que sobresale "Martín Fierro", órgano de difusión que constituye la "expresión de un vigoroso y pluralista movimiento cultural generacional, con el vanguardismo literario de Jorge Luis Borges, Leopoldo Maréchal, Oliverio Girondo, Ernesto Palacio, Eduardo González Lanuza, Conrado Nalé Roxlo, Francisco Luis Bernárdez entre otros(4).

Scalabrini Ortiz, Armando y Enrique Santos Discépolo tendrán afinidades con esa publicación.

Coexistentemente con este círculo, se forma otro grupo que reunirá a socialistas, comunistas y anarquistas, entre ellos Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Roberto Arlt, Nicolás Olivari, Armando Cascella, Enrique González Tuñón, que "… expresará la revolución política, aunque a través de formas tradicionales (realismo, naturalismo)". Imperdonable sería no incluir, enesta línea, el vanguardismo pictórico de Emilio Pettoruti y Xul Solar.

Más allá de la polémica desatada sobre la existencia real de ambos grupos, lo cierto es que el conjunto de la producción artística de la época, como veremos más adelante, generará"… una ruptura con las formas consagradas, a partir de una "nueva sensibilidad"(5).

II.-Nacionalismo y cultura

En sintonía con lo expuesto precedentemente, se observa que durante el período bajo análisis se produce "una revalorización de la cultura hispano criolla - ya iniciada principalmente por Manuel Gálvez y Ricardo Rojas -, y más concretamente a partir del rescate del prototipo gaucho del Martín Fierro por Leopoldo Lugones".(6) Debe tenerse en cuenta que los tres escritores mencionados anteriormente pertenecen a una generación anterior.

Por su parte, Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche probarán fehacientemente que nuestra dependencia económica está estrecha y sólidamenteimbricada con nuestra dependencia cultural. El "espíritu de la tierra" del que habla Scalabrini, así como el mito gaucho de Carlos Astrada, y la original revalorización del Martín Fierro de Leopoldo Maréchal, son para Wally "jalones literarios" que marcan una actitud vital generacional frente a la tradicional "anglofilia" y "francofilia" de las clases dirigentes tradicionales" (7).

A todo ello se sumarán "Las denuncias del imperialismo y la oligarquía vernácula de los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, Ernesto Palacio, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Ramón Doll, Diego Luis Molinari y José Luis Torres, entre otros, así como el "movimiento del revisionismo histórico que tiene como adalides a los ya mencionados hermanos Irazusta y Ernesto Palacio(…); el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas será fundado en 1938" (8).

La revolución estética y el nacionalismo cultural se expresarán a través de una innumerable cantidad de artistas y autores, en todos los campos del quehacer estético - cultural. En este sentido resulta emblemático mencionar en este ensayo, ya que resultaría imposible hacer honor a todos los que se lo hubieran merecido,"Los bellos paisajes de La Boca de Benito Quinquela Martín y los motivos camperos de las caricaturas de Florencio Molina Campos(9)" que conectarán la belleza visual con el sentimiento popular. Esta nueva sensibilidad de minorías y mayorías se verá reflejada, también, en el desarrollo de la música popular argentina:"...la mención de Carlos Gardel, Ignacio Corsini, Agustín Magaldi, Azucena Maizani, Rosita Quiroga, Esteban Celedonio Flores, Francisco Canaro, Pascual Contursi, Enrique Cadícamo, Enrique Santos Discépolo, entre tantos otros, nos exime de mayores comentarios. El teatro nacional tuvo a Armando Discépolo, Alberto Vacarezza, Samuel Eichelbaum, Luis Arata, entre otros destacados cultores. Juan Alfonso Carrizo y Carlos Vega hurgarán en las raíces de nuestro folklore. Carlos Gilardi, Luis Gianneo y Juan José Castro seguirán la línea de las dos generaciones anteriores en la expresión del llamado "nacionalismo musical"(10).

Sin perjuicio de lo dificultoso que se torna establecer una categorización en materia generacional, y reconociendo además las actitudes antagónicas que asumieron los integrantes de esta progenie respecto al fenómeno peronista,lo cierto es que el trabajo de Wallydemuestra que desde los albores del siglo pasado comenzó a gestarse un movimiento estético – cultural profundamente revolucionario, que - tal es la hipótesis central de este ensayo – tendráprofundas incidencias en el campo de lo político.

Para poder comprender acabadamente este fenómeno debemos, en primera instancia, despojarnos de aquella visión escolarizada de la historia que suele vincular el protagonismo a las capacidades o cualidades congénitas de ciertos individuos a los que se les asigna calidad de prócer; pero también, debemos dejar de lado aquellas perspectivas que se concentran exclusivamente en las clases sociales, adjudicándoles propiedades determinantes y excluyentes en la dinámica histórica.Entiendo que ambas posiciones empobrecen la interpretación y la comprensión, enprofundidad, de la historia de nuestro país; en particular, la de los acontecimientos políticos y sociales acaecidos a mediados del siglo pasado.

Desde mi perspectiva, pero con una profunda y desapasionada lectura de la obra de esa generación, de sus coincidencias y disidencias y de sus expectativas, adhiero a la hipótesis de que su influencia resultó decisiva para los acontecimientos sociales y políticos que acontecieron a mitad del siglo pasado, y nos estamos refiriendo al surgimiento del peronismo.

De esta manera,resultaque una revolución estético cultural precede ala revolución política, a la vez que le otorga sentido a través de la labor interpretativa de eseproto – peronismo constituido por F.O.R.J.A ( Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina).

Sobre la identidad nacional

Ahondando con mayor profundidad en nuestro análisis, surge un aspecto que atraviesa y caracteriza toda la producción artístico - cultural de la generación décima: la cuestión de la identidad nacional.

Elvocablo identidad suele utilizarse para designar la relación existente entre dos o más entidades o conceptos que, siendo diferentes en algunos aspectos, se asemejan en otros. También se suele echar mano a este término para referirse a las cualidades que indican "lo que es específico de un ser" o de un "modo de ser". La identidad de cada ser humano se va configurando a partir de un proceso de individuación – socialización, en el que aspectos psico - fisiológicos, socio-culturales e históricos interactúan entre sí, pero condicionados por un determinado mediofamiliar y contexto ecológico propios y específicos para cada individuo. En tanto proceso histórico, la identidad nunca está integralmente definida ni resulta definitiva, ya que va mutando con el devenir del tiempo y, a la vez, consolidándose en sus aspectos distintivos y diferenciadores.

Cabría interrogarse, entonces, si ciertos caracteres delproceso identitario que se manifiestan a nivel individual pueden extrapolarse a nivel colectivo y, de ser así, si se puede establecer una relación entre dicho proceso y el de la construcción de la nacionalidad. Mientras algunas escuelas y corrientes del pensamiento niegan la existencia de este fenómeno, otra le restan importancia y, otras tantas lo ubican en el campo de la superestructuralidad opresiva.

Me ubico entre aquellos que legitimanla existencia y lapotencialidad del fenómeno identitario colectivo, yadhiero a la tesis que postula que no hay nacionalidad sin identidad. Naturalmente, no comparto los supuestos de quienes vinculan la nacionalidad con la homogeneidad étnico- racial.

Entiendo la nacionalidad como un proceso en el que los miembros de una comunidad participan de una construcción en común de su identidad. Construcción que implica compartir, entre otras dimensiones, un pasado común, valores esenciales, la lengua, las costumbres, los códigos de conducta, la memoria de lo ocurrido y vivido. En otras palabras, podría decirse que la identidad de una comunidad"... mantiene la memoria, el recuerdo, el pasado (...) las expectativas y perspectivas del futuro..." (11)

Ya Scalabrini Ortiz en su obra "Yrigoyen y Perón" observaba con nitidez el fenómeno de la identidad colectiva y le asignaba una virtualidad crucial. En momentos en que Europa construía modelos nacionales basados en la homogeneidad, Scalabrini,describía la heterogeneidad constitutiva de nuestra iberoamérica, advirtiendo que, en la amalgama de los aportes humanos que recibió nuestra patria estaba cifrada la esperanza para la Argentina del futuro, porque así como "...el producto de procreaciones sucesivas de seres idénticos (monógenos) tiende a conformar a seres especializados en que las cualidades no fundamentales se relajan hasta desaparecer...", en las sociedades multígenas como la nuestra, "... el ser de orígenes plurales, tiene brechas abiertas hacia todos los horizontes de la comprensión tolerante" y "... que en cada dirección de la vida, hay un antecedente que le instruye en una benigna coparticipación de sentimientos. Nada de lo humano le es ajeno...".(12) Scalabrini, integrante de la generación décima - y además - norte ideológico del pensamiento forjista, planteaba de esta forma el fundamento sobre el que debía sustentarse la razón principal de nuestra nacionalidad.

En medio de la bendita convulsión artística motorizada por la progenie en estudio, la filosofía por su parte, intentaba explicar este fenómeno y formular sus aportes. No es casual entonces que circulara por todo el pensamiento filosófico de la época la "pregunta por la Argentina", que suponía un interrogante por su identidad, no sólo como un impulso para la búsqueda de una tradición (en el sentido de indagar en la configuración ontológica de nuestro pasado) e inscribirse en ella, sino como una delimitación de un universo de pertenencia y de sustento para el futuro.

Desde otro campo, pero en clara sintonía, el recientemente desaparecido Fermín Chavez, nos enseñaba que "Las crisis argentinas son primero ontológicas, después éticas, políticas, epistemológicas, y recién por último, económicas".

Como bien enseña Gerardo Oviedo(13) ese pensamiento filosófico argentinoimplicaba "un estado crítico de autorreflexión sobre los destinos emancipatorios de esta nación sudamericana y del continente. Cierta conciencia de si. Una autorreflexión histórico intelectual, no sólo como un modo de encarar la prosecución de una tradición, sino como práctica para esbozar un horizonte de comprensión sobre nuestras expectativas vitales como mundo cultural y comunidad política".

Así, por ejemplo, Coriolano Alberini(14) citado por Oviedo, advertía que " Los pueblos de vocación ciudadana poseen una manera propia y espontánea de sentir la vida que se corporiza en creencias que llegan a expresar intuitivamente una axiología colectiva". Carlos Astrada por su parte, mediante el razonamiento transcripto en el encabezamiento de este trabajo, se expresa de manera similar.

A modo se síntesis, toda la actividad artística, estética e inclusive académica de la época estuvo atravesada por la cuestión de la identidad colectiva, y por ende por el de la nacionalidad, y su producción tuvo una notable influencia en el movimiento político que alumbró el 17 de octubre de 1945. El verdadero cauce simbólico generado por esta progenie, más las condiciones materiales de exclusión y el surgimiento de un líder confluyeron allí, en una epopeya que modificó sustancialmente la vida de los argentinos.

Sobre el futuro

Con sumo agrado y profunda esperanza observamos en la actualidad el florecimiento de nuevas generaciones que, impulsadas por razones similares a las de aquellos hombres y mujeres, y otras vinculadas a su propia evolución histórica, se encuentran en condiciones de generar un movimiento de alto contenido estético y nacional. Me refiero a aquellos compatriotas cuyo nacimiento aconteció aproximadamente entre los años 1970 y 1985.

Resulta así que un enorme conjunto de argentinos se ha volcado hacia diversos ámbitos de la expresión artístico-cultural y su producción se hace cada vez más vasta, diversa y calificada. La cuestión de la identidad colectiva reaparece nuevamente, a partir de un volver la mirada hacia el interior del país, de una nueva revalorización de nuestra identidad cultural, de un análisis desapasionado de la historia reciente y de nuevos criterios estéticos que se han convertido en los pilares sobre los cuales se está afirmando este destacado movimiento.

Para poder observar este fenómeno, debemos entender que en materia cultural las manifestaciones identitarias suelen reaparecer en diferentes formas. En este sentido bien vale la enseñanza de Fermín Chávez respecto al espíritu gauchesco. Es parte de nuestra identidad, decía "… ni más ni menos. Tenemos que releerla hoy para comprobar cómo su espíritu reaparece en el tango — cuando el gaucho de las orillas urbanas se transforma en el compadrito — pero también en la música joven hecha aquí. El rocanrol retoma la tradición gauchesca ligada a la denuncia social y política, además de las historias de amor, la picardía, el humor ácido y la crítica de la vida cotidiana".

Quiera el país que esa "nueva sensibilidad" que iluminó el espíritu de la generación décima, alumbre el de estas nuevas generaciones, y las impulse a construir un destino nacional más justo y autosuficiente.

(1) WALLY Juan W: "Generación de 1940, Grandeza y frustración".

(2) PERRIAUX Jaime: "Las Generaciones Argentinas". Buenos Aires, EUDEBA, 1970.

(3) WALLY Juan W: op. cit

(4) WALLY Juan W: op. cit

(5) WALLY Juan W: op. cit

(6) WALLY Juan W: op. cit

(7) WALLY Juan W: op. cit

(8) WALLYJuan W: op. cit

(9) WALLYJuan W: op. cit

(10) WALLYJuan W: op. cit

(11) Araki, Raúl :"Una valoración de la formación de la identidad colectiva de los Nikkei en Perú".

(12) "Yrigoyen y Perón, identidad de una línea histórica" (folleto)

(13) Oviedo Gerardo; "Historia Autóctona de las ideas filosóficas y autonomismo intelectual: sobre la herencia del siglo XX". http://www.labiblioteca.edu.ar/

(14) Alberini, Coriolano; "La cultura filosófica argentina" citado por Oviedo Gerardo; "Historia Autóctona de las ideas filosóficas y autonomismo intelectual: sobre la herencia del siglo XX. http://www.labiblioteca.edu.ar/

LA BANDERA AZUL Y BLANCA

Por Hijo e´Tigre (HT)

publicado en:
http://www.elortiba.com/
http://www.lagazeta.com.ar/

Belgrano es el creador de la bandera “Azul y blanca” y no la “celeste y blanca” que impusieron Sarmiento y Mitre. La bandera, creada en Rosario el 27 de febrero de 1812 por Belgrano fué inspirada en la escarapela azul-celeste del Triunvirato, debido al color de la heráldica, que no es azul-turquí ni celeste sino el que conocemos como azul. Nada tuvo que ver el color del cielo que nos dijeron.

Algunos para defender el “celeste” utilizan el argumento de que por la “sincera religiosidad de Belgrano”, este debió tomar el celeste del cielo o de la virgen y no el azul.

Sin embargo la “sincera religiosidad de Belgrano” no contradice el hecho de que usara el azul ya que algunos suponen que el azul-celeste de los patricios fue tomado de la Orden de Carlos III, otros de la “Inmaculada Concepción”, y otros, que ambos colores (el blanco y el azul) fueron sacados del escudo de la ciudad de Buenos Aires, cuyos colores eran precisamente blanco y azul.

Lo cierto es que el Congreso sancionó la ley de banderas el 25 de enero de 1818 estableciendo que la insignia nacional estaría formada por “los dos colores blanco y azul en el modo y la forma hasta ahora acostumbrados”.

Tampoco fueron “celestes y blancas” las cintas que distinguieron a los patriotas del 22 de mayo, sino que eran solamente blancas o “argentino” que en la heráldica simboliza “la plata”. Fueron solamente blancas. La cinta azul se agregó como distintivo del Regimiento de Patricios, que tampoco era celeste, sino tomados del azul y blanco del escudo de Buenos Aires.

Azul y blanca fue la bandera que flameó en el fuerte de Buenos Aires, en Ituzaingó durante la guerra con Brasil y en la guerra del Paraguay. En 1813, Artigas le agregaría una franja colorada (punzó) cruzada, para distinguirse de Buenos Aires sin desplazar la “azul y blanca”.

La bandera cruzada fue usada en Entre Ríos y Corrientes. La cinta punzó fue adoptada por los Fede-rales, mientras los Unitarios, para distinguirse, usaron una cinta celeste, y no el azul de la bandera.

Cuando Lavalle inició la invasión “libertadora” contra su patria (apoyado y financiado por Francia) también usó la bandera “celeste y blanca” para distinguirla de la nacional, azul y blanca... “ni siquiera enarbolaron (los libertadores) el pabellón nacional azul y blanco, sino el estandarte de la rebelión y la anarquía celeste y blanco para que fuese más ominosa su invasión en alianza con el enemigo” (Coronel salteño Miguel Otero en carta a Rufino Guido, hermano de Tomas Guido, el 22 de octubre de 1872. Memorias. edición 1946, página 165).

Rosas, para evitar que al desteñirse por el sol se confundiera con la del enemigo, la oscurece más, llevándola a un azul-turquí.

¿Por qué Rosas eligió el azul turquí? Por varias razones: porque el “azul real” es más noble y resiste por más tiempo al sol, a la lluvia.

Rosas pensó que el color argentino era el azul, porque así lo estableció el decreto de la bandera nacional y de guerra del 25 de febrero 1818, y también porque el celeste siempre fue el color preferido de liberales y masones. Fue la bandera que, sin modificarse la ley, flameó en el fuerte, en la campaña al desierto (1833 /1834) en la Vuelta de Obligado y en El Quebracho en 1845, y la misma que fue saludada en desagravio por el imperio inglés con 21 cañonazos.

El 23 de marzo de 1846 Rosas (que siempre fue muy legalista) le escribió al encargado de la Guardia del Monte, diciéndole que se le remitiría una bandera para los días de fiesta, agregando que “...Sus colores son blanco y azul oscuro con un sol colorado en el centro y en los extremos el gorro punzo de la libertad. Esta es la bandera Nacional por la ley vigente. El color celeste ha sido arbitrariamente y sin ninguna fuerza de Ley Nacional, introducido por las maldades de los unitarios. Se le ha agregado el letrero de ¡Viva la Federación! ¡Vivan los Federales Mueran los Unitarios!”.

La misma bandera se izó en el Fuerte de Buenos Aires el 13 de abril de 1836 al celebrarse el segundo aniversario del regreso de Rosas al poder. La misma bandera que Urquiza le regala a Andrés Lamas y que hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional de Montevideo.

Rosas quiso que las provincias usaran la misma bandera (según marcaba la ley vigante) y evitaran el celeste, y con ese propósito mantuvo correspondencia, entre otros, con Felipe Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, entre abril y julio de 1836. “Por este motivo debo decir a V. que tampoco hay ley ni disposición alguna que prescriba el color celeste para la bandera nacional como aun se cree en ciertos pueblos”. (José Luis Busaniche) “El color verdadero de ella, porque está ordenado y en vigencia hasta la promulgación del código nacional que determinará el que ha de ser permanente, es el azul turquí y blanco, muy distinto del celeste”. Y le recordó que “las enseñas nacionales que llevó a las pampas y la del Fuerte, tenían los mismos colores, y que las mismas banderas para las tropas fueron bendecidas y juradas en Buenos Aires”.

Rosas usó la azul y blanco y le adicionó cuatro gorros frigios en sus extremos, según Pedro de Angelis, en honor a los cuatro acontecimientos que dieron nacimiento a la Confederación Argentina: el tratado del Pilar del 23 de Febrero de 1820 (que adoptó el sistema Federal), el Tratado del Cuadrilátero (de amistad y unión entre Buenos Aires y las provincias) la Ley Fundamental de 23 de Enero de 1825 (que encargó a Buenos Aires las relaciones exteriores y la guerra) , y el Pacto Federal del 4 de Enero de 1831 ( creación de la Confederación, a la que se adherían las provincias).

Expulsado Rosas, Sarmiento adopta el celeste unitario en vez del azul de la bandera nacional.

En su “Discurso a la Bandera” al inaugurar el monumento a Belgrano el 24 de septiembre de 1873 señaló a la enseña de la Confederación como un invento de bárbaros, tiranos y traidores, y en su Oración a la Bandera de 1870, denigra la “blanca y negra” de la Vuelta de Obligado diciendo además que “la bandera blanca y celeste ¡Dios sea loado! no fue atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”.

Y si alguna vez fue atada al carro de algún triunfador, se lo debemos a Sarmiento y no al Restaurador. Tampoco la celeste y blanca de Sarmiento recibió saludo de desagravio de ninguna potencia imperial. Tampoco la de Mitre.

Mitre defiende el “celeste” basándose entre otros argumentos, en un óleo de San Martín hecho en 1828, como si el color adoptado por un artista fuera argumento suficiente. El General Espejo, compañero de San Martín, en 1878 publicaba sus Memorias y recordaba como el azul, el color original de la bandera de los Andes, se conservaba desteñida en Mendoza. Pero Mitre, que siempre interpretó las cosas como le convino, lo atribuyó a una “disminuida memoria del veterano”.
En 1908, ante la confusión existente y a pedido de la Comisión del Centenario, se estableció el color azul de la ley 1818 para la confección de banderas. Sin embargo, siguió empleándose el celeste y blanco, en lugar del la gloriosa “azul y blanca”. La misma bandera azul y blanca que acompañó a San Martín en su gloriosa gesta, la que desagraviaron los ingleses con 21 cañonazos y la misma que acompaño los restos del propio Juan Manuel de Rosas en Southampton.