Entre cauces y catacumbas

Una mirada sobre el 17 de octubre de 1945
Por Francisco José Pestanha

Esa décima generación de argentinos supo de sacrificios y de ofrendas. Sabían que la patria debía ser reapropiada. Sabían que, para que ello aconteciera, debía operarse un ordenamiento institucional generalizado, y que, salvo honrosas excepciones, ningún representante de la corporación política y empresarial podía conducir ese proceso, ya que dicha misión le estaba reservada a los hombres libres de ataduras y coherentes en pensamiento y práctica.
Desde pequeño me han llamado poderosamente la atención los acontecimientos históricos que suelen modificar determinado orden establecido.
El movimiento social que desembocó en el 17 de octubre de 1945 fue nítidamente uno de ellos, en tanto modificó radicalmente el rumbo político e institucional de nuestro país.
Mi interés sobre dichos eventos suele orientarse, algunas veces, hacia las múltiples y divergentes actitudes que suelen confluir sobre ellos.
En el caso que nos ocupa, por ejemplo, entre aquellas impulsadas por la convicción y la intrepidez, y aquellas determinadas por la necedad y el patetismo.
Así, Eva Duarte, Cipriano Reyes, Fernando Mera, y Darwin Passaponti aportaron a los acontecimientos del 17 la cuota de empeño y bravura que todo hito de esas características presupone, quedando la estulticia y la necedad, para todos los integrantes de aquella tristemente recordada “coincidencia” entre la embajada estadounidense, los liberales, los comunistas, los socialistas, los conservadores, los radicales, los ultra- católicos, ciertos nacionalistas reaccionarios, los terratenientes, y gran parte de los empresarios e industriales.
Me viene a la conciencia en este instante y en representación de esa pérfida alianza, la figura del “primer diputado socialista” Alfredo Palacios.
Pero a la vez, mi atención, suele desplegarse hacia las variadas y discordantes miradas que convergen sobre ese tipo de episodios.
Respecto a esa jornada, por ejemplo, entre la perspectiva de aquellos que comprendieron la magnitud histórica de las sensaciones y esperanzas populares puestas en juego aquel día, y la de los que la negaron, circunscribiéndola a un escueto episodio inverosímil y aleatorio.
Puedo entonces rememorar, por un lado, aquellas lúcidas miradas de quienes nos precedieron en esta pasión nacional y recordar ese “subsuelo de la patria sublevada” con el que Scalabrini ORTIZ pretendió describir a esa multitud que “asomaba por primera vez en su tosca desnudez original”; o tal vez esa “muchedumbre abigarrada” que según Hernández Arregui, marchó como “un sonámbulo invulnerable” a rescatar a su líder; o quizás a la “Argentina invisible” que para MARECHAL “había sido anunciada por algunos literariamente” pero “sin conocer ni amar sus millones de caras concretas”; o acaso esa “Fuenteovejuna”, “especie de fiesta de columnas que recorrían la ciudad sin romper una vidriera” y donde JAURETCHE detectó un único pecado, el de “lavarse las patas en las fuentes”.
Puedo, por el otro, citar los abigarrados relatos de la ceguera, y evocar a “La Nación”, periódico para el que el 17 de octubre sólo constituyó un episodio donde confluyeron “grupos revoltosos” e “individuos en completo estado de ebriedad”; o a Crítica del Sr. BOTANA que solamente pudo observar en dicho fenómeno a un conglomerado de “grupos dispersos” que recorrieron “las calles con paso cansino, en medio de la indiferencia y el desprecio de la población”; o al Comité de Coordinación de la Facultad de Ciencias Exactas, que atinó denunciar a ciertas “hordas bárbaras que al amparo policial” habían “cometido toda clase de desmanes y atropellos”; o quizás al Partido Comunista, para el que un “malón peronista con protección oficial y asesoramiento policial azotó al país”.
Pero sobre todas las cosas, la curiosidad, ese bendito impulso que me estimula a deambular por los caminos de la historia, prefiere en estos casos, concentrarse en los antecedentes que suelen generar todo jalón histórico.
Ella me ha enseñado además que las profundas alteraciones en el rumbo histórico, no son producto de seres providenciales, sino de mini convulsiones que van convergiendo hacia un evento mayor que los cataliza.
Y así, para poder comprender la trascendencia de esa fecha histórica, cabe recordar, entonces, que al tiempo de iniciarse los años treinta, y mientras el país se desplomaba entre la miseria, la humillación y la incertidumbre, especuladores y cipayos pretendían una vez más evitar la expresión popular, y arrogantes economistas preparaban la justificación teórica para una nueva fase del saqueo, una nueva esperanza alumbraba incandescente en el seno del alma Argentina. Una generación de Argentinos comenzaba a despertar de la oscura noche de la decadencia, a expresarse, y a revelar, lenta y paulatinamente, toda su sagacidad con patriótica abnegación. De esta forma, aquí, en la región del fin del mundo, un conjunto de hombres y mujeres mirando en el espejo de nuestra propia historia, empezaba a desmadejar - desde las catacumbas - el entramado de telarañas sobre el que se había asentado un orden material y simbólico que garantizaba el pillaje y latrocinio, y a entretejer, entre el sutil límite del sueño y la realidad, un futuro digno y autosuficiente.
Desde esas recordadas catacumbas forjistas, Dellepiane, Del Mazo, Scalabrini Ortíz, Manzi, Jauretche, entre otros tantos hijos de la tierra, escapando a la persecución oligárquica, comenzaron a diseñar el lecho político sobre el que posteriormente se asentaría la correntada popular.
Su olfato y la razón histórica iniciaron un proceso que luego se replicó en cada lugar de la patria, y que años mas tarde, comenzó a fluir, como ese aroma del ceibo que suele perfumar al espíritu nacional cada vez que éste se despierta.
Esa décima generación de argentinos supo de sacrificios y de ofrendas. Sabían que la patria debía ser reapropiada. Sabían que, para que ello aconteciera, debía operarse un oreamiento institucional generalizado, y que, salvo honrosas excepciones, ningún representante de la corporación política y empresarial podía conducir ese proceso, ya que dicha misión le estaba reservada a los hombres libres de ataduras y coherentes en pensamiento y práctica. Sabían además que su actitud los conduciría hacia la crítica salvaje, al ostracismo y a la persecución. Sin embargo, estaban convencidos que el ser nacional resurgiría necesariamente, especialmente, a partir de esos sectores que habían sido marginados material y culturalmente por el régimen, y donde lo nuestro, lo local, lo propio, seguía resguardado como un tesoro preciado.
Y de esa forma, crearon el cauce para que el río fluyera y convergiera hacia ese mar de humanidad que el 17 de octubre inundó una esplendorosa Buenos Aires, que quizás, por vez primera en su historia, albergó en su cálido vientre a los hijos del país.
Quiera Dios que una nueva generación de Argentinos pueda abocarse hoy, como aquella, a diseñar perdurables cauces desde renovadas y fructíferas catacumbas.

El hondo bajo fondo se subleva

El 17 de octubre de 1945
Roberto Bardini

La Segunda Guerra Mundial ha terminado en mayo de 1945 y el eje Berlín-Roma-Tokio fue derrotado en todos los frentes.
Pero según Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Argentina, existe un coronel que tiene simpatías “japo-nazi-fascistas”.
Se llama Juan Domingo Perón y ocupa los cargos de vicepresidente, ministro de Trabajo y director de la incipiente aviación civil.
Coinciden con la embajada estadounidense los liberales, los comunistas, los socialistas, los conservadores, los radicales, los ultra católicos, ciertos nacionalistas reaccionarios, los terratenientes, los empresarios, los industriales.
Coinciden tanto, que todos entonan a coro La Marsellesa, la patriótica marcha de Francia.
No coinciden con la embajada los trabajadores del campo y la ciudad, que cantan el Himno Nacional y son muchos más que todos esos sectores juntos.
El alto mando de las Fuerzas Armadas, deseoso de agradar a Washington, decide arrestar al coronel Perón y destituirlo de sus cargos.
En la noche del jueves 11 de octubre de 1945, oficiales del ejército y la marina asisten al Círculo Militar y discuten si derrocan al presidente Edelmiro Farell y toman el poder o si entregan el gobierno a la fláccida Corte Suprema de Justicia.
Alfredo L. Palacios, primer diputado socialista de América latina, está presente e intercambia comentarios conspirativos con generales y almirantes.
Un mayor del ejército de voz ronca y afecto al vino tinto propone el asesinato de Perón en una emboscada.
Se llama Desiderio Fernández Suárez y 11 años más tarde será jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires.
En 1956 se dedicará a fusilar a civiles peronistas en un basural sin juicio previo ni derecho a defensa, sin siquiera órdenes escritas.
Fernández Suárez y sus amos constituyen un precedente, una experiencia piloto, del baño de sangre que inundará al país dos décadas más tarde.
El periodista Rodolfo Walsh, ex militante de la Alianza Libertadora Nacionalista, los denunciará en su libro Operación Masacre, una pequeña joya del periodismo de investigación que se adelantó a lo que los estadounidenses denominan non fiction novel y que se atribuye erróneamente a Truman Capote, autor de A sangre fría.

Caviar, pavo y champagne

El viernes 12 de octubre de 1945, aprovechando el feriado por el Día de la Raza, un grupo de gente bien se congrega frente al suntuoso Círculo Militar.
Es como si fuera un elegante día de campo y no faltan las cestas de comida para almorzar sobre el césped.
El diario La Prensa del día siguiente describe a los asistentes: “Era un público selecto formado por señoras y niñas de nuestra sociedad y caballeros de figuración social, política y universitaria”. Al son de la canción mexicana La cucaracha, los asistentes cantan:

Perón y Farell Perón y Farell ya no pueden caminar porque no tienen porque les falta el apoyo popular.

Muy inadecuado plagio, en esas circunstancias, de una tonada popular que es uno de los símbolos de la Revolución Mexicana.
“El público selecto” se retiró a la medianoche, después de entonar en varias oportunidades el Himno Nacional y, como de costumbre, La Marsellesa.
Durante mucho tiempo los peronistas bromearon acerca de que la zona quedó cubierta de “restos de caviar, pavo y botellas de champagne”.
Esa noche, Perón es detenido y enviado a la isla Martín García.
Oficialmente se informa que la finalidad es “preservar su seguridad ante la posibilidad de un atentado”.
En la tarde del sábado 13, el diario sensacionalista Crítica anuncia la detención bajo un rencoroso titular en el que ni siquiera lo nombra: “Ya no constituye un peligro para el país”.
Unos días antes, el 9 de octubre, un panfleto universitario había cantado victoria: “Rechazado por todas las fuerzas sociales y políticas y por la prensa que él amordazó, el coronel fascista ha debido resignar sus cargos (...). Bajo la presión del pueblo, el fascismo busca una válvula de escape y se desprende de uno de sus hombres”.
Pero ni el sector antiperonista de las Fuerzas Armadas, ni la coalición política-rural-empresarial, ni la prensa opositora, se podían imaginar que todo les saldría al revés y que tendrían que aguantar al molesto Perón durante un histórico largo rato.
Cuando se conoció la renuncia del coronel, el héroe era él y no ellos.
Poco después trasciende que el ex vicepresidente ha sido enviado prisionero a la isla Martín García.
El lunes 15 de octubre se generan las primeras reacciones.
Afiliados del Sindicato Autónomo de Obreros de la Carne, conducido por Cipriano Reyes, salen a las calles de Berisso y Ensenada pidiendo la libertad del coronel.
Al norte del país, la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) declara una “huelga general revolucionaria en todos los ingenios” y toma contacto con los gremios de Buenos Aires.
El jefe de la región militar de la zona, teniente coronel Fernando Mera, se compromete a avanzar sobre la Capital Federal junto con los obreros.
No figuran demasiados oficiales como Mera en la historia argentina del siglo veinte.
En algunos barrios de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires aparecen volantes que reclaman por el ex vicepresidente y ministro de trabajo.
Uno de ellos dice: “La contrarrevolución mantiene preso al liberador de los obreros argentinos, mientras dispone la libertad de los agitadores vendidos al oro extranjero. Libertad para Perón. Paralizad los Talleres y los Campos”.
Los panfletos llevan la firma de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).
Militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista y simpatizantes espontáneos recorren las calles del centro de Buenos Aires al grito de “¡Patria sí, colonia no!”.
La policía intenta disolverlos con gases lacrimógenos pero los manifestantes vuelven a reagruparse. A la noche hay 87 detenidos.
En la madrugada del 17, los obreros que desde el día anterior esperan una resolución de la Confederación General del Trabajo (CGT), se lanzan a las calles mientras sus dirigentes se meten en la cama.
Los asalariados imponen de hecho una huelga general sin esperar la fecha fijada por la adormilada conducción de la CGT. La espontánea decisión se extiende como una reacción en cadena a otros puntos de la ciudad, de las provincias, del país.
Los trabajadores pasan por encima de sus titubeantes líderes gremiales, desbordan a sus sindicatos e ignoran olímpicamente las recomendaciones de comunistas, socialistas y anarquistas. Para colmo de males, algunos cuadros políticos y militantes de base de estas tres tendencias abandonan para siempre sus organizaciones y se unen a los seguidores del coronel “nazi-nipo-fascista”.
Atados a esquemas europeos, algunos dirigentes de “izquierda” y teóricos “rigurosamente científicos” no entienden –y parece que nunca entenderán– que ciertos movimientos populares no son químicamente puros ni surgen de mezclar probetas en un laboratorio.
Los obreros tampoco hicieron caso, desde luego, a los discursos de casi todos los partidos políticos, los esfuerzos del embajador estadounidense Spruille Braden, los editoriales de la prensa “democrática”, las conspiraciones “institucionales” de los cuarteles, las cultas tertulias del Jockey Club y las encopetadas reuniones de la Unión Industrial Argentina, la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio.
Los asalariados carecen de un programa político o de un plan de acción. Sólo mencionan un nombre a gritos: Perón.
Concentran su fuerza en un objetivo único: la libertad del coronel.
El día anterior un médico militar amigo del oficial detenido le diagnostica una (falsa) pleuresía y logra convencer al alto mando del ejército de regresarlo a Buenos Aires para tratarle la “afección”.
A las 6:30 de la mañana del mismo 17, después de cuatro horas de navegación, llega a la Capital Federal la lancha que conduce al prisionero y su custodia.
Lo llevan al Hospital Militar Central y lo “internan” en el quinto piso.
Es un día de calor, pegajoso y húmedo.

“¡Perón sí, otro no!”

En las primeras horas de la mañana, los trabajadores de las fábricas de Avellaneda, Lanús y Quilmes y de los frigoríficos de Berisso y Ensenada comienzan a formar grupos para marchar a pie hacia Buenos Aires. Llevan banderas argentinas y retratos de Perón.
Pocas horas después, desde La Plata salen camiones repletos de gente con el mismo rumbo.. Unos y otros convergen a las nueve de la mañana en la entrada a la Capital Federal pero se encuentran con que el puente Pueyrredón y otras vías de acceso sobre el Riachuelo, han sido levantados por orden de la policía y la Prefectura Marítima para impedirles el paso.
Los agentes obligan a descender a los pasajeros de distintos medios de transporte que logran pasar, los palpan de armas y les informan que deben continuar a pie. “Cumplimos órdenes”, aseguran.
Las órdenes, sin embargo, no se cumplen en otros lugares. Los trenes no funcionan. Los empleados ferroviarios están en huelga. Paralelamente, columnas de hombres y mujeres provenientes de barrios populares atraviesan Buenos Aires rumbo a la Plaza de Mayo.
Vienen de La Boca, Nueva Pompeya, Parque Patricios, La Paternal, Devoto, Villa Urquiza, Lugano, Liniers, Flores. Confluyen con gente humilde que llega de la Zona Oeste del Gran Buenos Aires, Merlo, Moreno y Morón.
Por diferentes accesos, arriban trabajadores de Zárate y Campana. Otros vienen de más lejos. Hay soldados acuartelados en Campo de Mayo y otras guarniciones. Lo mismo ocurre en todas las comisarías. Militares y policías están divididos en sus simpatías: aguardan, tensos, la orden para reprimir.
Algunos destacamentos de vigilantes que se han desplegado en vías estratégicas hostigan a pequeños grupos que caminan por el medio de la calle. Otros, en cambio, los protegen.
El día avanza. Como ríos, pequeños grupos se unen y se transforman en compactos torrentes que marchan por Rivadavia, Avenida de Mayo, Balcarce, Diagonal Norte.
Frente a la Casa de Gobierno, mientras tanto, la plaza se va llenando lentamente. Algunos manifestantes comienzan a gritar: “¡Aquí están, éstos son, los muchachos de Perón!”. Otros, agotados por la larga caminata y el calor, se quitan los zapatos y sumergen los doloridos pies en las fuentes de agua.
Raúl Scalabrini Ortiz, testigo de la época y miembro de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), describe aquella jornada que le cambió el rostro a Argentina: "El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado”.
Otro testigo de la época, Juan José Hernández Arregui, relata con idéntico entusiasmo: "A caballo unos, en bicicleta o camiones otros, a pie los más, aquella muchedumbre abigarrada marchaba como un sonámbulo invulnerable. La argentina de los campos vacíos, siempre iguales a sí mismos, estaba paralizada. Todo el país había concentrado la energía del trabajo cotidiano en una gigantesca huelga general. Los obreros de los frigoríficos, del petróleo, del caucho, los portuarios, de la construcción, habían cruzado sus brazos sobre el pecho. Los trenes, inmóviles como largos animales dormidos, exhibían en la protesta desoladora y terrible de su mudez, esa voluntad nacional de un pueblo más tensa que los poderes entumecedores de una historia construida con millones de seres aplastados y levantada sobre un siglo de infamia. «¡Libertad para Perón! ¡Perón sí, otro no! ¡Muerte a los traidores!», se leía en los vagones ferroviarios. Desde Córdoba, Tucumán, San Juan, Mendoza, Jujuy, los parias anuales de las cosechas, los criollos a precios módicos, descendían en marejadas sombrías a la ciudad puerto como símbolos eternos de un pueblo eterno”.
A ellos suma su visión el ensayista Arturo Jauretche, presidente de FORJA: "Fue un Fuenteovejuna: nadie y todos lo hicieron. Se llenó la plaza, en una especie de fiesta, de columnas que recorrían la ciudad sin romper una vidriera y cuyo pecado más grande fue lavarse «las patas» en las fuentes porque habían caminado quince, veinte o treinta kilómetros”.
Mientras tanto, la policía recibe la orden de bajar el puente Pueyrredón y permitir el paso. Los trabajadores de La Plata, Berisso y Ensenada trasponen el límite entre la provincia y la Capital Federal. Los agentes dejan de hostilizar a los manifestantes. Se sabe que ciertos oficiales del ejército y la policía que simpatizan con Perón están dispuestos a tomar algunos regimientos y el Departamento Central de Policía. Cesa el acuartelamiento de los militares en sus guarniciones.

Una mujer amante

Durante las tensas horas que transcurren entre la detención de Perón y el anuncio de que se encuentra en el Hospital Militar, una mujer ha desplegado una frenética actividad.
Se llama María Eva Duarte y es amante, en todos los sentidos de la palabra, del coronel.
Desde su celda en la isla Martín García él le había enviado una carta lamentando la traición de esas Fuerzas Armadas a las que había dedicado más de la mitad de su vida.
El militar, que la apoda “mi chinita”, le proponía que ambos se olvidaran para siempre de la política y retiraran a vivir a las montañas.
La historia, sin embargo, les había reservado otro destino. Eva es, en ese momento, una fiera herida. Hace una llamada telefónica tras otra, se reúne con políticos, periodistas, camaradas de armas de Perón, gremialistas. Se sube a un automóvil y se hace llevar de un lado a otro de la ciudad. Es una mujer enérgica que habla con hombres y sabe tratarlos. Discute, persuade, hierve de furia, derrama lágrimas, promete, insulta a los gritos. En menos de lo que canta un gallo ha convocado a su alrededor a un grupo numeroso, selecto y leal de hombres de ideas y acción. Luego de hablar con ella, cada uno parte a su cuartel, sindicato, barrio, periódico, radio o centro de actividades políticas.

La Argentina “invisible” muestra su rostro

Los altos mandos del ejército deben haber razonado que no exageraba el diario La Época cuando, pocos días atrás, había titulado en su primera plana: “Desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego, desde el Atlántico hasta los Andes, se pide, se clama y se exige la libertad del coronel Perón”. Posteriormente, el escritor Leopoldo Marechal, autor de Adán Buenosayres y Megafón o la guerra, relató el impacto que le causó el 17 de octubre de 1945: “El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. De pronto, me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y enseguida su letra: «Yo te daré / te daré patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con pe: / Peróoon». Y aquel «Peróoon» resonaba periódicamente como un cañonazo. “Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista. “Decidí entonces, con mis hechos y palabras, declarar públicamente mi adhesión al movimiento y respaldarla con mi prestigio intelectual, que ya era mucho en el país. Esto me valió el repudio de los intelectuales que no lo hicieron y que declararon al fin mi proscripción intelectual”.

A las 11:10 de la noche, después de varias idas y venidas entre la Casa de Gobierno y el Hospital Militar, de deliberaciones y discusiones, Perón se hizo presente en un balcón de la Casa Rosada. Aclamado, habló a sus seguidores cuando faltaban diez minutos para la medianoche.
El historiador británico Daniel James menciona en Resistencia e integración una situación sin antecedentes en el Buenos Aires de ese convulsionado año: “El hecho de que la manifestación culminara en la Plaza de Mayo fue por sí solo significativo. Hasta 1945 esa plaza, situada frente a la Casa de Gobierno, había sido en gran medida un territorio reservado a la «gente decente», y los trabajadores que se aventuraban allí sin saco ni corbata fueron más de una vez alejados e incluso detenidos”.

El primer mártir

Al finalizar ese día, el naciente peronismo tuvo un mártir, el primero de una larga, casi interminable lista.
A la una de la mañana, cuando terminó la concentración en la Plaza de Mayo, un grupo de jóvenes manifestantes marchó en dirección al edificio del diario Crítica, en Avenida de Mayo 1333.
El periódico dirigido por Natalio Botana había asegurado esa tarde que Perón era un “mito fascista”.
Además, había publicado en primera plana una fotografía de cinco personas que cruzaban la avenida 9 de Julio: “Estas son las huestes del coronel Perón”, decía el grueso título.
La foto, tomada en la mañana temprano desde la terraza de un edificio de varios pisos, intentaba transmitir la imagen de una avenida vacía en la que apenas se veía un minúsculo grupo de personas.
Los muchachos peronistas, exaltados, lanzaron piedras y rompieron los vidrios de las ventanas. Desde la terraza, los pistoleros de Botana dispararon sus revólveres. Parapetados detrás de automóviles estacionados y árboles, algunos militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista respondieron al fuego. El tiroteo fue infernal y duró hasta las tres de la mañana. Cuando todo terminó, quedaban 50 heridos en la calle. Uno de ellos había recibido un balazo en la cabeza y murió poco después. Se llamaba Darwin Passaponti y tenía 17 años. Había nacido el primero de noviembre de 1927 y le faltaban dos semanas para adquirir la mayoría de edad. Estudiaba en el Colegio Normal Mariano Acosta y militaba en la Alianza Libertadora Nacionalista. Su padres eran farmacéuticos: ella, una ferviente católica nacida en Entre Ríos; él, un anarquista oriundo de Santa Fe, que escribía obras de teatro.

Aciertos y errores, simpatías y rechazos

Al día siguiente, bajo el título “Los grupos peronianos cometieron sabotaje y desmanes”, Crítica presentó su versión de los hechos: “El anunciado movimiento popular de los peronistas ha fracasado estrepitosamente, en un ridículo de extraordinarias proporciones. Las multitudinarias e imponentes columnas que los adictos al ex vicepresidente prometían reunir para dar la sensación cabal de su poderío, se han trocado en grupos dispersos que recorren las calles con paso cansino, en medio de la indiferencia y el desprecio de la población... No obstante, ante el fracaso, los elementos más recalcitrantes de ese peronismo en veloz menguante, tratan de hallar desquite cometiendo desmanes y recurriendo al sabotaje”.
La Nación describió a “grupos revoltosos” e “individuos en completo estado de ebriedad”.
Los diarios de la llamada oligarquía no fueron los únicos asombrados por la concentración del 17 de octubre; la enorme manifestación popular también causó estupor a los periódicos La Vanguardia, del Partido Socialista, y Orientación, del Partido Comunista. El stalinista de derecha Rodolfo Ghioldi, dirigente del PC, declaró a principios de 1955: “Lo que es de lamentar en Argentina es que estas masas obreras que se han incorporado a la vida gremial, hayan roto su virginidad política bajo la advocación del señor Perón”.
El 21 de octubre de 1945, cuatro días después de su liberación de la isla Martín García, el coronel Juan Domingo Perón se casó con la actriz María Eva Duarte.
En 1945 había surgido en el país del trigo y las vacas un movimiento histórico que se extendería –con marchas y contramarchas, y pese a todos los esfuerzos por erradicarlo– hasta fines del siglo veinte.
Durante largos años, el peronismo tendrá sus partidarios y sus detractores: unos, harán hincapié en sus realizaciones sociales; otros pondrán énfasis en sus errores.
Por décadas, los habitantes del país no podrán mantenerse al margen o ser indiferentes. La simpatía o el rechazo se transmitirán de generación en generación.
Un historiador que no es peronista, Pedro Santos Martínez, escribió en 1946-1955 - La nueva Argentina: “Hace treinta años que la actualidad argentina está empapada de Perón. Cuando los grandes problemas argentinos que nos afectan son analizados, siempre se encuentra presente el peronismo. Ya sea para reconocerle su contribución o para lamentar el camino por donde orientó al país. Esta realidad peronista estimula o irrita. Es un ente político cuya vigencia en la historia nacional de nuestro tiempo está cargada de genialidades y mezquindades. Es grandiosa y mísera a la vez. Es lugar de referencia, de contraposición y de litigio. De ahí que nadie puede permanecer indiferente cuando se trae a colación. “Los opositores no fueron más felices. Sus aportaciones, excesivamente detractoras, solían presentar al período como un tránsito por el infierno. Muchos de ellos vivían un país que no era el que tenían ante sus ojos. A la espera de que Perón cayera del gobierno desde el día siguiente que lo asumió, todo cuanto él hacía era –en opinión de estos augures– provisional y demagógico. Así transcurrieron los años y no supieron ver los logros alcanzados por el país. Cuando volvieron, después de haber sido derrocado Perón, un buen núcleo creía que la historia se había detenido en 1943. “El gobierno de Perón integra ontológicamente la vida argentina contemporánea. Se nos ha dado como una herencia, apetecida o no, pero real y que, en forma esencial, se halla inserta en la vida contemporánea. Sus logros han pasado a ser los de todos los argentinos del presente. Sus fracasos también, y han de servir como experiencia. En definitiva, pertenece al acervo histórico de la Argentina y debemos tener una actitud patriótica para entenderlo de este modo”.

PÉGUELE A MARADONA


por Juan Carlos Córica

Los cacareadores que nunca se enfrentan con un archivo. La corporación solidaria y sectaria, como es la regla. ¿Desde cuándo los mercenarios son moralistas?

El pegar en los deportes populares es una bajeza propia de los agentes de la colonización.

Escuchar a Mariano Grondona facilita la identificación, en cambio los “comentaristas” deportivos consiguen adoctrinar sin defensas.

Desde cuándo los mercenarios son moralistas.

“La lucha por la verdad se ha hecho para los varones, ladearse de los maulones alcanza para empezar”.

Pruebas al canto, la edición de hoy de Clarín.

Como casi es regla, los jactanciosos y engreídos se pasan de agrandados y meten la pata hasta el cuello.

La serie de notas hipercríticas del diario Clarín de hoy (16/10/09) no fue excepción. Aplicados a descalificar a Maradona desde la “portada” de la sección deporte - “Lo banca el jefe” - en página 85 hasta la número 89 los redactores, se nota, hicieron cola para pegarle sin asco.

Pero, ellos que aplicaron aquello de que nadie aguanta un archivo, no pudieron aguantar una edición.

La última y la penúltima nota fueron la frutilla no del plato sino del papelón.

La de página 89, decía en el copete: “Violentos de Boca, Estudiantes, Colón, Laferrere e Ituzaingó se trenzaron con los de Peñarol”.

La lectura de tal destacado al inicio de la nota era muestra de la voluntad tendenciosa. Por qué, por lo que la misma nota contenía información que mostraba esa tendenciosidad. Decía, “De pronto aparecieron los uruguayos, que eran más y la mayoría tenía puesta la camiseta de Peñarol, y empezó una batalla campal. Dentro del playón de Tres Cruces se "mataron" a piedrazos. Rompieron los ventanales del local de Buquebús, que está arriba”, dijo el informante que prefirió mantener su nombre en reserva por obvias razones. El playón Tres Cruces - de la terminal Tres Cruces: Boulevard Artigas y Avda. Italia - debajo “del local de Buquebús”, ¿el playón y el lugar, es una zona de paseo común o el lugar donde los que viajan van para resolver su embarque?

O sea, que los generadores de la “batalla campal” no fueron los hinchas argentinos sino los uruguayos de Peñarol. Cosa que, “objetivamente”, debió haberse transcripto al revés: “Los violentos de Peñarol atacaron a los hinchas de Boca, Estudiantes, Colón, Laferrere e Ituzaingó y se trenzaron”.

La penúltima, se fue de boca, ¿escrita por un primerizo? Utilizó el latiguillo acusador del “Quién habla” escrito con signo de interrogación pero redactado con signos de admiración negativa.

El contenido hila una serie de contradicciones de Maradona, obviamente, la mayoría, sacadas de contexto. Acusa con el párrafo: “¿Quién habla? "A la altura hay que gambetearla y hacerle goles", fue la base de la charla técnica pegada en el vestuario antes de salir a jugar ante Bolivia en La Paz.

Maradona, que supo defender la causa en favor de Evo Morales (el presidente del país) contra la iniciativa de la FIFA - que los partidos no se jueguen a más de 2.600 metros de altura - empezó a ser esclavo de su archivo”.

Clásica referencia de quiénes usan el archivo para descalificar irónicamente, a sabiendas que el descalificado no tiene posibilidades de acceder al archivo de los periodistas y mostrar que ellos tampoco se bancan confrontar con el archivo.

Este “principiante” encolumnado en la serie de artículos descalificadores, con su “Quién habla”, hace que el conjunto como “los peces por la boca mueran”.

Su “Quién habla” representa a esta muestra de corporativismo periodísticos que como insinuó Grondona señalando en “radio Belgrano” sobre “los periodistas más jóvenes: ‘Tienen una boca, un estómago, tienen que comer.

Cómo pueden comer de ese sector trayendo noticias distintas (para) satisfacer a grupos económicos que ya no tienen la vocación periodística que tiene ustedes, y son los que mandan’.

En argentino de barrio, con otras palabras, el “quién habla” debe ser revertido y mirar a quienes son los acusadores, y preguntarse: desde dónde y desde cuando los mercenarios se alinean entre los encarnizados moralistas. Pero hay más, es común que estos impolutos periodistas, siempre alineados, que ejercen un pluralismo de discurso único, descalifiquen a quién utilice como argumento una trama detrás de la escena.

El descalificativo se escribe como “teoría conspirativa”.

La cuestión es, por qué uno de estos periodistas titula “Un plan para recuperar la mística del 86” (página 87) y puntualice en la nota que: “detrás de toda esta patética telenovela parece haber un plan, o un intento de plan, extraño, rebuscado.

El propio Grondona y Bilardo quieren que la Selección reciba una transfusión de mística modelo 86 y creen que ubicando al periodismo en el papel de demonio podrán conseguir la unión del plantel detrás de un enemigo común”.

En esta nota, también, sugerentemente, empieza y termina con dos párrafos de confiabilidad cero: “Desde primera hora de la mañana las 20 líneas rotativas de la AFA sonaban con insistencia.

También, algunas de las 10 líneas directas de algunos de los dirigentes más importantes de la casa. Y la dirección electrónica almacenaba correos. Los hinchas pedían que Julio Grondona "tomara cartas en el asunto" y exigían disculpas o una retractación pública de Diego Maradona, y hasta un comunicado oficial repudiando las frases del entrenador de la Selección en el Centenario, una vez obtenida la clasificación mundialista”; la que cerraba el artículo decía algo similar: “La mayoría de los mensajes indignados a la AFA, muchos de cuyos remitentes no se identificaban como "hinchas" sino como "ciudadanos", "madre de familia" y otras caracterizaciones similares afirmaban que les resultaba difícil explicarles a sus hijos el sentido literal de las declaraciones de Maradona.

El flujo de comunicaciones se redujo desde el mediodía hasta el atardecer y recrudeció hacia la noche. En la AFA, voceros de la casa dijeron que trataron de no darle algunos textuales a Grondona, para no subir la tensión”.

Telón rápido, cada nueva nota hace que se note “la mala leche”. Cuando alguien considera necesario criticar a alguien otro con un cargo de fuerte responsabilidad, en especial en un mundo complejo como es el del futbol primariamente intoxicado por el mercantilismo, y ese criticador se victimiza por el maltrato que recibe, debe demostrar en la cancha - en sus escritos “a diario” - que lo hace con respeto, usando el modo interrogativo para ayudar a corregir el error que es causa de su crítica.

Resulta patético leer textos de tipos que se llenan la boca hablando de Paulo Freire y autoritariamente descargan descalificaciones contra los que tienen que poner el pecho en el escenario de la realidad y no en la trastienda donde, además de actuar escudados por la corporación mediática, creen que hacen cuando hablan.

Qué tal si recuerdan un verso del canto que los tiene como protagonistas.

“Herencia pa’ un hijo macho”. Perdón es “pa’ un hijo gaucho”

Si quiere ser hombre libre cante por la libertad, La lucha por la verdad se ha hecho para los varones, Ladearse de los maulones alcanza para empezar.

Es fácil mirar de arriba cuando abajo no se ha estuvo, El lechuzón por ojudo oserva desde el alambre, Pero va a matarse el hambre a la cueva del peludo.

Nota: “Como muestra del archivo que los periodistas esconden a siete llaves está el caso-testigo en el Mundial del '98 el arquero holandés hizo teatro en una disputa de pelota con el Burrito Ortega y los expulsaron, todo el periodismo lo trató de estúpido; pero, cuando Simeone lo hizo expulsar a David Beckham en ése mismo Mundial, lo trataron de sinvergüenza. Su cacareada objetividad es en realidad una carga de subjetividad que aplican según quién sea”.

16/10/09 jccorica@fibertel.com.ar

Negro... esta vez no te necesitamos

No necesitamos en esta oportunidad traer a colación al inolvidable Roberto “el negro” Fontanarrosa, pidiendo a la Real Academia Española, una amnistía por la palabra “chupar”.

Diego Armando Maradona al decir “que la chupen y sigan chupando”, lo que ha ocasionado más cáscaras que nueces en los medios de desinformación, ha lanzado una expresión ortodoxamente compatible con el idioma de Cervantes y de Hernández (el del Martín Fierro).

Los periodistas, con profundo sentido moral y ético como lo ponen diariamente de manifiesto, y los medios en los que trabajan, que sin duda, la moral y la ética son los valores supremos de su accionar, han malinterpretado estos dichos de la “Mano de Dios”.

Por otra parte los “padres” de la Literatura Española como el caso de Quevedo hicieron uso y abuso de las mal llamadas “malas palabras”, que no deben ser tan malas porque las mismas están insertas en el Diccionario de la Real Academia.

Parece ser, si uno recurre a la psicología, que este tipo de expresiones son una manifestación explícita que se presentan generalmente como una forma de respuesta inmediata a algo que resulta doloroso.

Y al Diego le pegaron con tantas palabras, con tantas y tantas frases retorcidas e intencionales que lo único que le quedó fue responder.

Pero respondió con palabras que no fueron ni soeces ni agresivas, y si no veamos que significa “chupar”:

1. tr. Sacar o traer con los labios y la lengua el jugo o la sustancia de algo. U. t. c. intr.
2. tr. Humedecer con la boca y con la lengua. U. t. c. prnl.
3. tr. Dicho de los vegetales: Embeber en sí el agua o la humedad.
4. tr. coloq. chupar del bote.
5. tr. coloq. absorber (‖ ejercer atracción).
6. tr. coloq. Dicho de un tejido orgánico: absorber (‖ recibir materias externas).
7. tr. coloq. Ir quitando o consumiendo la hacienda o bienes de alguien con pretextos y engaños.
8. tr. Dep. En un deporte de equipo, abusar del juego individual.
9. tr. jerg. Cuba. Dicho de la Policía: detener (‖ prender a alguien).
10. tr. coloq. Ven. fumar (‖ aspirar y despedir humo).
11. intr. El Salv., Par. y Perú. Ingerir bebidas alcohólicas.
12. prnl. Irse enflaqueciendo o desmedrando.
13. prnl. coloq. Soportar algo desagradable.
14. prnl. coloq. Perú y Ur. avergonzarse.
15. prnl. coloq. Ven. Asustarse, amedrentarse.

chúpate esa...
1. loc. interj. U. para manifestar aplauso o agrado cuando alguien contesta aguda y oportunamente a otra persona.
2. loc. interj. U. como comentario irónico a algo que produce incomodidad o fastidio a alguien.

Si algunos lo tomaron “para otro lado” es porque están acostumbrados a “chupar” algo distinto; a chupar algo de aquellos que les dan conchavo, que sí y por culpa de los últimos acontecimientos debieron “chuparse esa mandarina” como decía mi abuela.

Osvaldo Vergara Bertiche
Que a cada rato dice lo mismo que el Diego cuando escucha tantas y tantas mentiras e injurias en los medios.

Hacia una nueva Política Cultural

Por José Luis Muñoz Azpiri (h)
"No se ría malevo. Todo ser que ha recibido gratuitamente una jeta de su terrible Creador debe mostrarla, lucirla y defenderla en todos los certámenes. Es la norma universal”
Leopoldo Marechal

El nombramiento del compañero Jorge Coscia el frente de lo que consideramos una de las áreas esenciales y hasta diríamos prioritarias del Estado, ya ha conmovido al sanedrín literario y al corifeo compuesto por los ex progresistas de antaño, devenidos en vigorosos reaccionarios de hogaño.
Bastó que planteara la necesidad de “culturalizar la política y politizar la cultura” para que los custodios del Parnaso libresco lanzaran el grito lúgubre de la Vestal violada.
El 2 de agosto de 2009 en un editorial del diario que Mitre dejó de guardaespaldas se advertía con alarma que las primeras definiciones del flamante Secretario traían “el recuerdo de anteriores gestiones culturales de los dos primeros gobiernos de origen peronista dando pie a inquietarse” y que el proyecto nacional y popular permite dudar si “habrá de abarcar y satisfacer a la mayoría de los sectores de la sociedad argentina para los cuales la cultura es y será un tema fundamental en el crecimiento de un país y de su identidad.”. Eufemismo para solicitar la intangibilidad de los figurones de la cultura oficial de remanido discurso, ahora agrupados en una logia denominada “Aurora” conducida por el escritor fetiche de “La Nación”: Marcos Aguinis.
Días atrás, ya Beatriz Sarlo se había escandalizado por la marcha peronista en la ceremonia de asunción de funciones por parte de Coscia, de tal manera de dar manifiesto de “fe democrática” y adjurar de su pasado de juveniles rebeldías. El editorial de “La Nación” no perdió la oportunidad de botonear supuestas irregularidades de la gestión de Coscia en el Incaa, pero no mencionó las de la gestión de Aguinis (denunciadas por sus propios correligionarios).
El alboroto se explica ¿Hace cuánto no escuchábamos declaraciones como ésta?: “La cultura es esencial en la construcción de un proyecto nacional. La cultura y la política cultural deben formar parte de la construcción de un proyecto nacional que no deje a la cultura como una cuestión accesoria. De ahí que creo profundamente que hay que politizar la cultura y culturalizar la política; de esta dialéctica se nutre una concepción que pone a la cultura en la proa del proyecto político del cual formo parte”. Es decir, acercarnos a la comprensión de nuestra identidad colectiva, objeto central del pensamiento nacional.
Afirmación que, por cierto, lejos está de revolcarse en las oscuras miasmas de un chauvinismo hipócrita o en un antieuropeísmo de receta, pero si delimitar con rigor intelectual términos como “cultura” y “pensamiento nacional” y volver a desbrozar las malezas que nuevamente invaden la República.
Tarea no exenta de riesgo, por cierto, pues tal como planteara Jorge Bernardino Rivera en su “Riesgos y Seducciones de la Marmolería Funeraria”, ubicarse en la vereda de enfrente de materia de exégesis y apologética histórica involucró habitualmente riesgos académicos y personales que no todos los autores desearon correr. Pero entre nosotros resultó peligroso no sólo ubicarse en la vereda opuesta, y disentir con lo esencial de la patrística consagrada, sino hasta el simple hecho de colocarse en posición “heterodoxa” en cuestiones accesorias o de mero detalle anecdótico.
“Se corría, por ejemplo el riesgo nada desdeñable de no ingresar en la Academia (esa especie de Jockey Club de los historiadores), como le sucedió a Rómulo Carbia y a Diego Luis Molinari, o de acceder apenas como miembro “correspondiente” tal como le pasó a José Luis Busaniche, a pesar de su liberalismo y su incuestionable seriedad historiográfica.
Se corría, lo que para un historiador o una bataclana equivale a un auténtico suicidio profesional, el riesgo del silencio, de la animosidad sorda, del rumor desprestigiante, de la hostilidad rencorosa y de la condenación a la última fila.
Pero no se trata, por cierto, de predicar la guerra santa contra el Olimpo liberal, para erigir en su lugar una nueva casta de Inmortales revisionistas y de “estampitas” nacionales, sino de recuperar (sin recortes excluyentes como los que hemos padecido) el conjunto del campo histórico y cultural, en toso aquellos aspectos que hagan de manera profunda y efectiva a nuestro proceso de descolonización, de reidentificación y de reivindicación de los propios patrimonios”.
Pero, en líneas generales ¿Qué entendemos por cultura?
Comencemos por las definiciones. La filosofía griega era gramática. “¿Qué es la naturaleza?”, “¿Qué es el alma?”, “¿Qué es el amor?”, etc. El propio sentimiento trágico de la vida, en la indagación unamunesca, se expresa en términos filosóficos. ¿A qué llamamos cultura? Según el léxico, al desarrollo intelectual artístico, como a la acción de cultivar las letras, ciencias, técnicas o artes.
El origen de la palabra es religioso y se relaciona con el vocablo “culto”. Los iniciados antiguos fueron sacerdotes. Merced a los conventos y los monjes pudo salvarse la herencia clásica durante la Edad Media. En el interior de nuestro país la palabra “cura” es sinónimo de culto; no goza de parecido privilegio el pastor protestante en el mundo nórdico.
Por principio, la cultura ha sido siempre menester de “clérigo”, es decir, de intelectual, de hombre de estudio, de acuerdo a la acepción histórica del concepto. Para ser culto es necesario “ordenarse”, recibir un sacramento de orden religioso o profano. De aquí que el concepto irradie una acepción “elitista”, como dice la actual y andante sociología importada, exenta de controles de cambio.
El concepto de “elite” alcanza a los estudios de humanidades, sin los cuales la cultura no existe. Todos somos iguales menos en las diferencias naturales que fijan la virtud y el talento, como estipuló la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. La decencia común y la viveza de genio son signos de aristocracia. Ninguno de nosotros aceptaría ser igual a un lavador de cheques, a un vaciador de bancos dirigido por el Estado, a un torturador público o a un ladrón de textos ajenos bajo la excusa de “construcciones intertextuales”.
En sentido etnológico, la cultura abarcaría todo lo que el hombre elabora siempre que apunte a la realización de valores de tipo filosófico y con la facultad de objetivarse en bienes mentales o espirituales. En tal forma, constituiría cultura las normas que sirven de pauta de acción a una comunidad. En ellas se asienta idealmente la conducta del grupo cultural. En el mundo ha habido hasta ahora veintidós culturas, según el historiador inglés Arnold Toynbee, únicamente, según este autor, la raza negra de África no se ha visto aún solicitada por dicha necesidad creativa. El promocionado Samuel Huntington, vocero de la paranoia norteamericana respecto del resto del planeta, señala a Iberoamérica como una de las ocho civilizaciones que en el siglo XXI se disputarán el escenario mundial, junto a la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la ortodoxa eslava y la negro-africana, aunque sobre esta última, al igual que Toynbee, tiene serias dudas.
Resulta por demás irónico que desde Harvard nos reconozcan una condición de civilización emergente que los intelectuales de la región aún vacilan en esgrimir, como si temieran el ridículo.
Resulta revelador y hasta sorprendente que el pensamiento hegemónico esté dispuesto a reconocernos una dimensión cultural que nosotros aún vacilamos en atribuirnos, como si temiéramos ahondar el proceso de nuestra independencia. La definición urge, pues todo indica que permanecer en una tierra de nadie es renunciar al futuro.
Varios y múltiples pueden ser los órganos culturales, pero en nuestro país desde el punto de vista estrictamente intelectual, el verdadero pulmón de nuestra corriente sanguínea es la universidad; de ella deben provenir nuestros gobernantes, políticos, reformadores, intelectuales, artistas y técnicos. En Europa y ciertas regiones de Hispanoamérica, la cultura se aspira espontáneamente. A través de las catedrales y los centros ceremoniales, los museos, las bibliotecas, las avenidas, la gran prensa, los jardines públicos. Entre nosotros ese papel es subrogado por las altas casas de estudio.

UBA: Todo el al año es carnaval

Sin embargo, la Universidad argentina está en conmoción y el movimiento y la serie de contradicciones que ésta engendra la han distanciado de los demás órganos culturales encerrándose en sí misma, como un quelonio, y sometiéndose al voluntarismo sindical de sus elecciones estudiantiles. Pero todo cambio o revolución proviene de desequilibrios y la decisión de superarlos.
El “plutonismo” universitario – llamémosle así – se inspira en el dogma de la lucha de clases y en sus mitos económicos, sociales y cívicos. Dicho fuego subterráneo ya ha consumido demasiadas vidas y riquezas. La nueva política cultural debe partir de la evidencia de que los más importantes acontecimientos nacionales han sido los combates llevados a cabo por el pueblo – y no por “vanguardias esclarecidas” – en procura de mayor dignidad y bienestar humano y social.
Hemos dicho, y lo repetimos, que luchar por la cultura nacional es, en primer lugar, luchar por la emancipación nacional, matriz material a partir de la cual nace la verdadera cultura. La lucha intelectual de hoy día es una lucha nacional.
Qué será lo que contemos de nuestro pasado y qué seamos en este siglo es algo que está íntimamente relacionado. Si se logra imponer un revisionismo gorila, al estilo de Halperín Donghi o García Hamilton, podrá influirse sobre las generaciones jóvenes con el tinte del neoliberalismo. De lo contrario podrá haber un nuevo sentido y sentimiento nacional que abarque también nuestros proyectos de integración nacional.
No obstante, el objeto general de las aspiraciones revolucionarias universitarias no sería tanto la liberación nacional cuanto el acceso de la clase oprimida al poder.
Pero ¿qué pensaríamos, si para el caso de intentar nuestra manumisión social y patriótica, se prescindiese de las garantías constitucionales y los fueros sociales? ¿Fascismo, bonapartismo?
Es necesario concitar el sano y ejecutivo espíritu revolucionario con las consignas del Movimiento, que se hallan sujetas a tácticas diversas.
El peronismo es, por esencia, revolucionario. Desde los primeros días hablóse siempre de la “revolución justicialista”. De no haber sido así, carece de toda explicación racional y lógica, el odio y la envidia del mundo respecto de la Argentina, a partir de 1945. Ya había sentenciado Ortega y Gasset: “Se habla mucho de este país, se habla demasiado – es éste un problema curioso: la desproporción entre lo que es aún la Argentina y el ruido que produce en el mundo – se habla casi siempre mal”.
Esta ofensiva “de las balas y la baba” contra el pueblo de Mayo se desató a partir del 17 de Octubre. El peronismo es una especie de Bolivarianismo ideal y mítico – no el caricaturesco del Congreso de Panamá o la decepción de Guayaquil – destinado a irradiar a todo el ámbito de la América española una solución revolucionaria común. Bolívar solo pensó en cambiar Madrid por Londres, o sea una metrópoli por otra. La solución, en cambio, reside en nosotros.
Desde que la “Revolución Libertadora” en un acceso de ingenuidad “democrática” posibilitó la influencia de la izquierda mistonga en la universidad argentina, las altas casas de estudios se convirtieron – excepto los períodos de gobiernos de facto – en un permanente foco de agitación al pedo.
El ámbito es inmejorable: primero, porque bastan unos pocos agitadores para que miles de giles los sigan gritando a favor o en contra y segundo, porque en la imagen pública, en una pelea entre estudiantes o piqueteros y la policía, la simpatía está de parte de los primeros.
Esta vez fue la elección de un rector el punto de partida para el escándalo. Fue el 18 de diciembre de 2006, cuando asumió el rector normalizador Hallú, cuando tuvo que intervenir la policía para evitar que los trabajadores no docentes de la Universidad lincharan a los supuestos “estudiantes”.
Es preciso diferenciar muy bien el problema: una cosa es que la Universidad tenga necesidad de más fondos para desarrollar sus actividades, que se deba “blanquear” la actividad docente en negro y extender el sistema de becas y otra cosa es que porque tiene todas las de ganar un candidato que no les gusta, trescientos “lúmpenes” con el aspecto de una manada de mandriles borrachos desarrollen un fenomenal quilombo.
Ahora, desencantados como siempre por sus magros resultados electorales, intenta correr a algunos decanos – como el caso de Trinchero en Filosofía y Letras – por “izquierda”. Eso si, embanderados en nobles causas como solidarizarse con el pueblo hondureño, oponerse al nombramiento del “Fino” Palacios y la policía de Macri y apoyar la batalla de los petroleros santacruceños.
Ayer acompañaron la Mesa de enlace, hoy a los obreros de Terrabusi. Es el típico síndrome de la izquierda tarada, ver situaciones “prerrevolucionarias” hasta en un embotellamiento de tránsito.
Antes pretendían el asalto al Poder. Ahora se conforman con el sánguche, el moscato y la recaudación de las fotocopiadoras. Son los resabios del “Fubismo” que con tanta lucidez evisceró Jauretche.
Pero ahora soplan otros vientos, las Universidades Nacionales ya no se amurallan dentro de los grandes centros urbanos capitalinos. Ha surgido un archipiélago de Altas Casas de Estudios en las orillas de la capital del Plata, cuya excelencia – como Quilmes, San Martín y otras – en muchos casos superan en calidad y cantidad de producción a la UBA.
Nos referimos especialmente a la Universidad Nacional de Lanús, nacida al calor de las necesidades concretas de su zona, evitando aportar a una superpoblación de abogados o especialistas en Ciencias Sociales, por ejemplo, pero proporcionando licenciaturas en Enfermería, Diseño Gráfico e Industrial, Técnicos en Imagen y Sonido, etc. Es decir, dando respuesta a los problemas acuciantes de la región. Esta labor, llevada con tenacidad y entusiasmo por su Rectora fundadora, la Dra. Ana Jaramillo, se encuadra en prolijas y funcionales instalaciones, donde la militancia política de sus estudiantes no se limita a enchastrar paredes (de hecho, no hemos visto un solo graffiti pero si cuidadas carteleras) pero si al desarrollo de actividades culturales y sociales con la comunidad, como talleres de teatro, danza y expresión para los chicos carenciados de la zona, a quienes también se les aporta un comedor y actividades recreativas en un “campus” envidiable por su diseño paisajístico, donde se encuentra una plaza denominada “Héroes de Malvinas”.
Es de destacar que la Universidad Nacional de Lanús es la única hasta el momento, que brindó un homenaje a los Veteranos de la Guerra del Atlántico Sur y que cuenta con un Observatorio sobre Malvinas. No es casual este compromiso con el pensamiento nacional: sus pabellones se llaman Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Leopoldo Marechal, Rodolfo Walsh, Rodolfo Ortega Peña, etc. En este momento están realizando una nueva exposición del libro – diametralmente diferente a la que comentaremos después – y conmemorarán el 50º aniversario de “Casa de las Américas”. Es de esperar que este ejemplo cunda, por más que a la autoridades del Ministerio de Educación, en cuya orgánica todavía sobreviven muchos seguidores del socialismo cipayo, les de en el hígado.

“Horror Vacui”

Así llamaban los antiguos cartógrafos a la desesperación que le producían los espacios vacíos de sus portulanos, mientras esperaban con ansiedad el arribo de tripulaciones que le informaran de nuevos descubrimientos geográficos en el orbe. Entretanto, llenaban las zonas ignotas con tritones, narvales, sirenas y demás entidades mitológicas, ya que a falta de conocimientos apelaban a la imaginación. Pues bien, los “intelectuales orgánicos” del sistema, ante la conmoción que les produjo escuchar la marcha que enaltece al “Tirano prófugo, gran corruptor y sacrílego pirómano”, nada menos que en Salón Miguel Cané de la Secretaría de marras, comenzaron a exhumar del arcón de los trastos viejos toda la parafernalia de folklore gorila. Su horror vacui político, su estulticia y aridez mental, los hizo recurrir a los antiguos íconos, ya que no pudieron superar la resaca de la borrachera del 55. La sola mención de instrumentar la cultura como proyecto transformador de la sociedad y no como un Jardín de las Hespérides para goce de las castas parasitarias, fue suficiente para que volviera a agitarse el mito de “Alpargatas sí, libros no”.
Ni en las Obras Completas y Discursos Completos de Perón editados por el Congreso, ni en las obras de Perón publicadas por ediciones oficiales o comerciales o privadas, o en textos históricos reconocidamente antiperonistas, ni siquiera en conversaciones informales de Perón (todo lo hablado y escrito por Perón está documentado), se encuentra la frase repetida hasta el hartazgo por tilingos y señoras gordas.
Si lo que se pretende con este infundio es destacar la ignorancia y el resentimiento de las clases populares, debemos señalar que es decididamente a la inversa: la dicotomía sarmientina es renovada permanentemente por el antiperonismo (aluvión zoológico, cabecita negra, profesores flor de ceibo, barbarie peronista, etc.). El muy culto y civilizado y socialista Américo Ghioldi, justamente dictó una conferencia en 1945 en el teatro Marconi que tituló “Alpargatas y libros en la Historia Argentina”, utilizando el maniqueísmo sarmientista para descalificar al peronismo que recién empezaba a nacer. Y fue el mismo socialista, ya caído el peronismo y ante su posible rebrote durante el intento revolucionario del general Valle en junio de 1956, quién expresó: “Se acabó la leche de la clemencia” aconsejando al gobierno militar de entonces a hacer uso de la represión y el fusilamiento, consejo que fue llevado a la práctica con sangrienta minuciosidad ejemplar.
Volviendo a la expresión en sí, su historia es la siguiente: en circunstancias en que una manifestación de obreros pasaba ocasionalmente enfrente de la Universidad Nacional de la Plata fueron provocados por los estudiantes que se encontraban en la puerta, por lo que los obreros manifestantes con esa frase que posteriormente atribuyeron erróneamente a Perón. Este incidente puede encontrarse en el diario “La Nación” del 18 de octubre de 1945 firmado por su corresponsal en la ciudad de la Plata. Cuando Perón se enteró del incidente de la ciudad de La Plata manifestó: “Alpargatas sí, Libros también” según nos manifestó personalmente quién fuera su edecán y asistente de turno, el Brigadier (R) Carlos French.
Fue realmente penoso, en un programa de televisión popularmente conocido como “A dos sobres”, ver la gestualidad de un Catón de pacotilla como Marcos Aguinis, quien bendice y excomulga desde sus intragables libros – lectura playera de los comerciantes prósperos que veranean en Pinamar -, exigiéndole al Secretario de Cultura que pidiera disculpas al pueblo argentino por permitir que se cantara la marchita y se transformara a la catedral laica de la Av. Alvear en una Unidad Básica. Indignación que no manifestó cuando en el gobierno de De la Rúa fue nombrado en el área un ignoto personaje que, no sólo carecía de obra conocida, sino que ni siquiera había terminado el secundario. Dato que sería accesorio si se hubiera escrito un libro, compuesto una canción o sido premiado en un concurso de plastilina. Pero no, el funcionario fue designado por su conocimiento del show business, dejando de lado la verdadera función del Estado, cuyo objetivo debe ser la construcción de nacionalidad y ciudadanía, y no el noticiero o el diario del día siguiente, como resultado de la afluencia de público a espectáculos masivos. Hasta gente que no es del palo lo tiene en claro.
“Es como si no se advirtiera que sin la acción del Estado al público masivo sólo le resta la posibilidad de seguir accediendo al arte industrializado por medio de la radio o la televisión, mientras que el acervo folklórico, la música y el teatro de avanzada las expresiones de cámara sinfónicas y operísticas quedan, cada vez más, confinadas a sectores de élite. Solo la protección y el estímulo por parte del Estado pueden ampliar el público de esas expresiones artísticas de profundo valor cultural. De lo contrario quienes puedan hacerlo seguirán viajando a Nueva York y a San Pablo para acceder a manifestaciones culturales de alto nivel, en tanto que aquí los artistas seguirán siendo privados de los medios indispensables para su formación y entretenimiento, y de la formación de un público que pueda valorarlos como merecen.” (Pablo Batalla, “De la cultura al entretenimiento”, La Nación 27/8/09).
Este es el debate y no la chicana de café. Cantamos la marcha sí, voz en cuello y con los dedos en V –“in hoc signe vince”- porque jamás renegaremos de nuestra identidad. Al igual que el general Pershing ante la tumba de Lafayette, pudimos decir: “Hemos regresado”.


Entre Escila y Caribdis

La dificultad de elegir entre dos males – en esta ocasión entre una ley heredada de la dictadura y una nueva que se nos presenta confusa y apresurada – tiene una larga tradición: el astuto Ulises sufrió esa prueba tras eludir los embrujos de las sirenas en su viaje de regreso a Ítaca. A fin de no naufragar en las embravecidas aguas del estrecho de Messina, el ingenioso aqueo prefirió bordear la roca habitada por la monstruosa Escila, que devoró a seis tripulantes de su nave, antes que orillar el peñasco de la aún más terrible Caribdis.
En cierta forma, en esta ocasión nos sentimos como el Laertíada, pero con una importante diferencia: con la ley de Medios de Radiodifusión nos pasa lo mismo que con el nombramiento de Coscia: basta ver quienes se oponen, para inmediatamente estar encolumnados a su lado.
El histérico debate, por parte de los grupos monopólicos, sobre la ley de medios, debe encuadrarse dentro del concepto de “hegemonía” desarrollado por Gramsci. Es decir, cuando el discurso de los sectores hegemónicos es impuesto, sutilmente, sobre las clases subalternas, que lo asumen voluntariamente como una categoría del “sentido común”. Hace veinte años, un papagayo rentado fallecido recientemente, que imploraba que “no lo dejaran solo”, desarmaba un teléfono ante las cámaras de televisión y decía que no encontraba adentro a un tipo con una banderita, a su vez reiteraba hasta el cansancio que los ferrocarriles daban un millón de dólares de pérdida por día y que las empresas del estado no había que privatizarlas, sino directamente regalarlas. Hasta se permitió organizar una kermés denominada la “Plaza del Si” donde miles de papanatas festejaron con regocijo su ingreso al Primer Mundo. Es decir, viajar a Miami sin necesidad de visa.
No recuerdo por aquellos años ningún “cacerolazo” cuando se regalaba Aerolíneas Argentinas, se entregaba el subsuelo y miles de petroleros y metalúrgicos eran obligados a permutar sus puestos de trabajo por el infame oficio del “cartoneo”. Es que “la gota de agua orada la piedra” y la prédica de los lenguaraces de los medios había penetrado hasta en los sectores más desfavorecidos. Aún hoy hemos mantenido discusiones con taxistas que manifestaban con vehemencia su solidaridad “con el campo”, mientras escuchaban Radio 10. Demás está decir que no sabía diferenciar un Shorton de un Aberdenn Angus, pero la radio le decía que los estaban robando, que primero iban por la tierra y después vendrían por su taxi “como en Venezuela”.
Ahora, como hongos después de lluvia, han regreso los voceros del mundialismo y la “integración al mundo desarrollado”, desde el vetusto Grondona hasta los penosos Espert, Cachanovsky y Broda para denunciar el retorno del satánico “estatismo”, sofisma que encubre lo que en realidad es la recuperación del patrimonio público, rifado o peor, destruido, desde el siniestro 2 de abril de 1976 con el célebre discurso de Martínez de Hoz. Eran las épocas en las que “al Proceso le era indiferente fabricar acero o caramelos”, la consecuencia es que la empresa argentina de mayor presencia internacional es “Arcor” y que San Nicolás se transformó en una ciudad fantasma. No se “estatizó”, se recuperaron los astilleros, las aerolíneas, el Área Material Córdoba, que comenzó a diseñar y fabricar aviones treinta años antes que Brasil y que el menemato regaló a una empresa norteamericana para rebajarla a taller de reparaciones (¿no habrá sido otras de las condiciones de los Tratados de Madrid tras nuestra derrota en Malvinas?). La única inversión desde que se privatizó Gas del Estado, gracias a los buenos oficios del “diputrucho”, fue la construcción de gasoductos para enviar un recurso no renovable al exterior con ganancias fabulosas para la empresa, no para el pueblo argentino que financió toda la infraestructura interna sobre la cual no se ha puesto un peso.
A esta fauna se le integran nuevos exponentes, como el estrafalario – en el aspecto y en el discurso – diputado de la Coalición Cívica Fernando Iglesias. Este curioso personaje plantea que hablar de reindustralizar el país es retrotraernos al siglo XIX, ya que en la actualidad las naciones del hemisferio norte son sociedades que apuestan a “la información y el conocimiento” (¿?) y que la reactivación de las Escuelas Técnicas es propio de mentes obsoletas (Menem destruyó las escuelas con el mismo libreto, dictado desde afuera). Es decir la propuesta es que nos dediquemos a la informática pero con computadoras adquiridas al exterior. ¡Esto sí que es regresar al siglo XIX! Exportar materias primas para importar manufacturas. Por algo integra en su Argentina del siglo XXI ¡Al sector primario agropecuario!, del cual no negamos su importancia en la economía nacional, simplemente destacamos que es competitivo gracias al desarrollo de nuestros científicos egresados de Universidades Públicas, no de tecnología importada. Al parecer por esos Lares ya no se fabrican barcos, ni aviones, ni automóviles, ni electrodomésticos, Pero que otra cosa puede esperarse de quien se presenta como “periodista y experto en globalización”, es como definirse “fabricante de sueños, operador alquímico y atleta sexual”. Es decir, un disparate. Cesare Lombroso estaba acertado, la cara es el reflejo del alma.
Este es el “discurso uno” que como en el “1984” de Orwell, imponen quienes se rasgan las vestiduras en nombre de la libertad de prensa y pluralidad democrática. Mientras el más insignificante cagatintas de toga judicial pontificaba en los canales de televisión ¿En qué noticiero se vio a un constitucionalista de nota como Alberto González Arzac, declarando que no veía objeciones de la Carta Magna respecto a la nueva ley? En el de canal 7, lo que demuestra la intolerancia de los que se proclaman tolerantes y abiertos a un diálogo que les es negado. Es curioso observar la bipolaridad de ciertos “analistas” políticos, cuando el país crecía a tasas chinas, no era por mérito propio sino por el “viento de cola”, ahora, que recibimos los efectos colaterales de la mayor crisis del capitalismo desde 1930, la responsabilidad es doméstica. Es evidente que hay muchos actores que juegan a la desestabilización, no solo los piqueteros como plantea cierta prensa canalla.

¿Cultura popular o Subcultura de masas?

En más de una ocasión hemos comentado, no sin cierta amargura, que la cultura el arte, la creatividad, están exiliados de sus espacios tradicionales. Una subcultura preferentemente audiovisual, mundializada a través de los medios técnicos se presenta como cultura nueva. Pero apenas logra encubrir su nihilismo radical. Se cumple la dramática sospecha de Hegel: el arte (y la Cultura) por el lado de su “suprema destinación”, es ya cosa del pasado. La cultura como expresión y construcción de lo humano y de las formas de civilización, ha sido relegada a las catacumbas. El poeta ha sido por fin exiliado de la polis.
Quien logra adueñarse, o intoxicar cuantitativamente, el Internet y los mecanismos globales comerciales de comunicación, logrará incomunicar casi definitivamente a la verdadera cultura. Quién se apropie del medio se apropiará de la verdad (que será virtual, sin otro contenido que su nihilismo). La verdad será como pasa con la pizza y las hamburguesas: la impone mundialmente quien tiene el aparato financiero y publicitario para imponerla; aunque nunca haya aprendido a prepararlas debidamente, por falta de gusto y cultura gastronómica.
El problema conceptual de la cultura encierra una complejidad que escapa al objetivo de estas líneas. La locución “cultura popular” es tan sólo un sinónimo de la palabra “ilustración”. Una persona ilustrada no es necesariamente culta. Igual sucede con los vocablos “instrucción” y “educación”. Las consignas educativas de William James que “civilizaron” a los Estados Unidos no se entendieron nunca como acción culturalizadora. La cultura entraña el problema crítico, que puede gravitar contra ella misma (Ernst Cassirer) y sus polos son la creación o la aniquilación, el platonismo o el nietzscheanismo. Tal expresión dramática no ha alumbrado en nuestro país salvo el caso aislado y cuestionado de Lugones.
Dice Henri de Man que la noción sociológica de “masa” hace sufrido desde hace un siglo importantes transformaciones, de modo que la palabra tiene todavía un sentido algo impreciso. En la época de los grandes levantamientos sociales y de las luchas por el poder – continúa diciendo – entre 1830 y 1848, entró en uso para designar una capa social inferior, privada de todo derecho. En ese sentido la empleó Thomas Carlyle cuando lanzó la fórmula “las masas contra las clases”. Las clases son en este caso, las capas de la población cuyos miembros gozan, en el orden existente, de una autonomía reconocida. Las “masas”, por el contrario, se encuentran por así decirlo, fuera del cuerpo social, y esto no sólo porque no poseen bienes ni instrucción, sino porque están privadas de todo derecho político. No es posible seguir en esta circunstancia las peripecias semánticas de este vocablo usado o aludido o analizado por Marx, Freud, Le Bon y Ortega y Gasset entre otros. Nos referiremos, por lo tanto, a su sentido usual.
Está claro lo que se quiere decir con el término “masa” cuando se alude a la mayor parte de la población de un país y, en general, a la mayor parte de la población del mundo. Con esta palabra se describen dos cosas: 1º) que fuera de la “minoría selecta”, hay una enorme cantidad de gente que, en conjunto, tiene la consistencia de una pasta blanda a la que la “selecta minoría” puede y debe darle la forma que mejor le convenga; 2º) que esa gran mayoría de individuos es como un cuerpo inerte, incapaz de moverse a sí mismo, y cuyas características se manifiestan por requerir para su moción, de la actividad de una fuerza externa más o menos enérgica, que deberá emanar de la minoría.
Lo lamentable es que este olímpico desprecio por el hombre común no proceda del hombre selecto, del aristócrata, sino del tendero. El verdadero aristócrata, el sacerdote, el sabio o el guerrero, ejerció siempre un liderazgo por derecho propio, por atracción psíquica, era el mejor en cualquier área de la vida social, el mejor poeta, el mejor artista, el mejor soldado, el mejor atleta, el mejor gobernante, y de la conciencia de su propio valer nacía un sentimiento de orgullo, de autoestimación, que establecía la distancia con el hombre común.
El ejemplar que se adueñó del vocablo “masa” y lo utiliza operativamente es nada menos que el personaje que en 1789, al deponer la decadente aristocracia, se convirtió en el gobernador del mundo. Es el burgués, el hombre de negocios, el que quiere hacer un pueblo para la economía y no una economía para el pueblo, es el que pone su vida al servicio de la acumulación de los bienes materiales, es el hombre que, como dice León Bloy, “no conoce padre ni madre, ni tío ni tía, ni mujer ni hijos ni hermanos, ni feo ni limpio ni sucio, ni caliente ni frío, ni Dios ni demonio. E ignora hasta lo último las letras, las artes, las ciencias, la historia, las leyes, porque no debe conocer ni saber más que los Negocios”.
Este lamentable emperador de Occidente es el creador de las empresas transnacionales y multinacionales, centros del efectivo gobierno mundial al que se subordinan servilmente las estructuras políticas de los diversos países conforme a una división internacional del trabajo y la producción. Hombre pequeño y calculador, moralmente sicalíptico e intelectualmente nulo, erigió el reino de la tierra para el disfrute obsceno de una minoría que tiene más pero vale menos. Y decimos que vale menos porque carece el sentido de la estética y la trascendencia de la vitalidad religiosa.
Para construir la estructura del mundo contemporáneo, el burgués debió enfrentar a las grandes mayorías que comenzaban a tomar conciencia de sus derechos, para ello no escatimó los métodos más brutales, pero la sola preeminencia de los pretorianos no fue suficiente. Se recurrió, entonces, a las herramientas que proporciona la tecnología y deformando lo que deberían ser medios de comunicación social, engendrar una abominación que padecemos cotidianamente: “medios de comunicación de masas”. Un mecanismo “orwelliano” para comunicar, no a los integrantes de la comunidad entre sí, sino a la totalidad de la misma con la central del poder. Es decir, “medios de comunicación masificantes”. Los ejemplos son tan evidentes, que nos excusamos de enumerarlos.
Morritz Janowitz y Robert Schulze intentan una suerte de definición de los “medios” de la que se infiere, sobre todo después de la aclaración que formulan, los efectos, que a su criterio, ejercen los “medios” en la sociedad moderna: “llamamos comunicaciones de masas a las operaciones por las cuales ciertos grupos de especialistas, utilizando procedimientos técnicos (prensa, radio, cines, etc.) difunden cierto contenido simbólico entre un público amplio, heterogéneo y geográficamente diseminado (...) más ampliamente, la sociedad moderna depende, en lo esencial de las comunicaciones de masas”. (El subrayado es nuestro).
En el marco reservado a la juventud, los mass media proponen incorporar como modelo el prototipo de la ambigüedad y la impotencia. Ambigüedad e impotencia que, según Eduardo Azcuy, se traducen en pérdida de identidad y, consecuentemente, en debilitamiento del proyecto histórico de emancipación. En ese campo la música es un factor de máxima importancia. Atractivas y fascinadoras, las estrellas musicales – más allá del contexto infernal que rodea sus representaciones: humo, fuego, luces pulsantes – resumen la tendencia hacia la ambigüedad que caracteriza a los nuevos héroes culturales del consumismo. La inclinación a la androginia impera en la moda y el espectáculo popular. Los ídolos transexuales aparecen como inofensivos, incapaces de reflexión y rebeldía. “La cultura norteamericana – ha escrito el historiador Marshal Berman – se siente a gusto entre estos personajes sin sexo. Dan la sensación de que se puede jugar con ellos porque no poseen identidad, no son hombres ni mujeres, no son blancos ni negros, no tienen edad definida, no crecen ni permiten crecer”.
El poder transnacional diseña una juventud sin rebeldías trascendentales, apta para el hedonismo y el consumo: satisfecha por una falsa y calculada liberación. Como dice el poeta venezolano Juan Liscano, es el triunfo de “al revés”, simbolizado en el canto y el baile de Jackson convocando a Luzbel, en “la representación iconoclasta y tentadora de una insurgencia contra la luz, tan antigua como actual, casi metafísica y exterminadora, si triunfara”.
No es una cuestión inocente, Umberto Eco la aborda con envidiable claridad: El problema de la “cultura de masas” está mal planteado. Raramente se tiene en cuenta el hecho de que, dado que la cultura de masas en su mayor parte es producida por grupos de poder económico con el fin de obtener beneficios, permanece sometida a todas las leyes económicas que regulan la fabricación, la distribución y el consumo de los demás productos industriales, el producto debe agradar, no debe ocasionarle problemas, el cliente debe desear el producto y debe ser inducido a su recambio...En definitiva, es una relación paternalista interpuesta entre el productor y el consumidor. Puede ocurrir que la relación paternalista permanezca inalterada cuando se transfiere de grupos económicos a grupos de poder político, que pongan a contribución dichos medios con finalidad de persuasión y dominio. Los problemas están mal planteados – afirma Eco – desde que se formulan del siguiente modo ¿es bueno o malo que exista la cultura de masa?
Entre otras razones porque la pregunta supone cierta desconfianza reaccionaria ante la ascensión de las masas, y quiere poner en dudad la validez del proceso tecnológico, del sufragio universal, de la educación extendida a las clases subalternas etc.”
Sin embargo, como hemos visto, “masa” significa un cuerpo inerte, arcilla sin moldear, objeto y no sujeto y la cultura es creación, dinámica, vida activa, que no puede surgir de la “masa”. Es decir, masa y cultura se excluyen. Estaríamos de acuerdo con Umberto Eco, si en lugar de masa dijera pueblo, y en lugar de “cultura de masas”, cultura popular. Entonces aceptaríamos de buen grado que los grupos reaccionarios burguesas, autodenominados aristócratas, se opongan al sufragio universal, a la amplitud educativa, etc.
Quienes confunden “subcultura de masas” con cultura popular comenten un error de graves consecuencias. La auténtica elaboración cultural del pueblo, la verdadera creación popular, se desarrolla de abajo hacia arriba, tiene su fuente en las raíces culturales y responde a necesidades del espíritu de la comunidad o del creador. Por el contrario, la “subcultura de masas” genera productos artificiales, elaborados en serie para la venta y distribuidos e impuestos de arriba hacia abajo. Ofician de entretenimiento, monopolizan el tiempo libre y ofrecen una “droga” que acentúa la inhibición, el desarraigo, la evasión, la imitación y el cosmopolitismo.
Un caso grotesco, difundido hasta no hace mucho por el canal estatal y reivindicado por funcionarios que jamás dedicaron diez minutos a Corelli o Bach, y tal vez ni a Astor Piazzola o Atahualpa Yupanqui, es ese engendro denominado “Música Tropical” o “Cumbia Villera”; paroxismo del mal gusto, la procacidad y la apología del delito, instrumentado por sobrevivientes del Paleozoico que con movimientos de monos epilépticos, incitan al sexo brutal, la borrachera y a “matar un rati”. No es una manifestación popular sino marginal, nacida en los aguantaderos y pabellones carcelarios y vulgarizada en los medios como la expresión genuina de los sectores pauperizados (que no por ello orillan las márgenes del crimen). Su verdadero objeto, inconfesado pero evidente, es desarrollar con mayor facilidad los “negocios paralelos”: las putas y el “paco”.
La “subcultura de masas” degrada el gusto y pervierte las posibilidades intrínsecas que posee el pueblo para gozar los valores estéticos y morales implícitos en toda obra de esencia creadora. En vez de degradarlo con engendros como el citado, deberían acercar al público a nuestras auténticas y genuinas expresiones musicales y también al mundo de Haendel y Cimarosa, con la convicción que gustará de él. Para Eugenio D´Ors, el poema “Martín Fierro” es tan complicado como las ecuaciones simbolistas de Mallarmé.
Muchos avatares sufrió la música clásica en nuestro país, el último es la desaparición del dial de dos radios consagradas a difundir la misma. Y no se explica que, llegados al final de la primera década del siglo XXI, alguien pueda seguir alimentando el necio preconcepto de que ella está destinada a gente pudiente o de alto rango social. La verdadera alcurnia es la del espíritu. Y esta se puede encontrar hasta en el compatriota más humilde. Bastará recordar las peregrinaciones del eximio pianista argentino Miguel Ángel Estrella por los altos del Aconquija tucumano con su piano, y el fervor demostrado por indígenas y gente de humildísima condición frente a las obras de Mozart o Chopin. Los conciertos multitudinarios de música clásica lo han demostrado palmariamente ante los ojos más incrédulos
Si, no neguemos que nuestra patria espiritual está en Europa, pero no en Europa como expresión geográfica, sino histórica. La historia de Europa, de Grecia a nuestros días, es la historia del espíritu humano, que ha venido viajando desde su antigüedad hasta nosotros, los americanos, los últimamente nacidos a la historia. La historia de Europa es la de la cultura occidental, y por tanto, la nuestra hasta hoy, la de nuestra genealogía.
Pero, si allá está la historia de nuestra genealogía, aquí en América está la historia de nuestro devenir, la de nuestra progenitura. Y por tanto, el punto de mira nuestro está en América.
Tenemos que ver con ojos americanos a Europa – y no a América con ojos europeos – y valorizar su historia en función de nuestro porvenir. Esta es la etapa de nuestra conciencia y de nuestra identidad que ahora comienza.

La Sociedad de los aplausos mutuos.

El alejamiento del estrafalario Torcuato Di Tella y el ladero tenebroso que le oficiaba de vocero, quienes no se cansaron de generar papelones y dilapidar recursos para su lucimiento personal, generó la ilusión de un cambio de rumbo en una Secretaría Nacional que no había excedido los límites del Barrio Norte. Lamentablemente nos equivocamos al no advertir que el cambio era meramente cosmético. La gestión de José Num, si bien se desarrolló en los marcos de la prudencia y la corrección, no trascendió los aspectos meramente formales y protocolares. Fue una administración que oscilaba entre el Vernissage y el café literario. Límpida, aséptica, pero sin el menor compromiso con el pensamiento nacional o, lo que es peor como en el caso de Fermín Chávez, negándolo.
Del 55 a esta parte, con la rara excepción del interregno 1973-1976, la política oficial fue entregar las finanzas a los Talibanes de la economía y la cultura a supuestos iconoclastas que destruyen cuanto ídolo hay, manos uno: el becerro de oro.
En la Argentina ya no hay bandos ideológicos, hay “bandas”. Advenedizos al prestigio, al poder y a los puestos públicos, para lo cual acuden a los mas variados ropajes.
Desde el pre-bachiller Lopérfido y su Banda de Golden Rocket (que pasaron sin escalas del bofe al shusi) a los artistas fracasados metamorfoseados en “críticos de arte” o “curadores de exposiciones”.
Desde hace décadas, como en una película de terror, anida en los sótanos del caserón de la Av. Alvear una extraña fauna de marxistas mitristas, cuya pirotecnia verbal no desdeña el lucimiento de las pilchas de marca o vivir los rigores del ostracismo en un “country”. Son como ciertos ex progresistas quienes, desde las páginas de “La Nación”, relatan las penalidades de su “exilio”, interno o externo, derraman alguna lágrima hipócrita por las penalidades sufridas en los “años de plomo”, pero desde posiciones supuestamente de avanzada confiesan “estar de vuelta” y culminan coincidiendo con los editoriales del diario que les forra los bolsillos. Tal es el caso de Marcos Aguinis o la versión más patética de Beatriz Sarlo.
Para ser reclutado en esta planta, tan solo basta amontonar palabras con pretensiones de poesía y publicarlas (con la segura luz verde de la CONABIP) con el modesto título de “Los pareceres de Fulana”; dar fe de profesar tolerancia hacia todas las posturas y creencias (menos las que huelan a populares y genuinamente nacionales) y manifestar con vehemencia solidaridad con los injustamente discriminados (gays, lesbianas, asesinos infanto-juveniles, faloperos, piqueteros, reventados, umbandistas, indigenistas de mercado, etc.).
Típicos exponentes de la clase media, fueron definidos por Lenin, a quién citan hasta el hartazgo, como el fruto podrido del árbol social. Seguramente por su tendencia a reaccionar intempestivamente cuando le meten la mano en el bolsillo pero no cuando les tocan el culo. Pero hay otro fruto, temido por los estratos medios, del que no se ocupó Ulianov: el “lumpen”. En alemán, “lumpen” deriva de “lump” (canalla, rufián) Un trapo andrajoso es un “lumpen” y por “lumperei” se entiende: piojería, canallada.
Cuando Carlos Marx se refirió al “lumpenproletariat”, aludió al conjunto de individuos no integrantes de la ecuación capitalistas-asalariados, y que por ello permanecían al margen de la estructura organizativa del trabajo remunerado. Rota la barrera de la conciencia de clase, integrando el último subsuelo de la escala social, impera este núcleo de miserables, fuente de inspiración de autores como Víctor Hugo, Charles Dickens y Kurt Weill. En nuestra pampa se da el caso especial del lumpen como categoría mental, caterva de ignorantes que desde la categoría pestilente del “se igual” han sabido construirse un espacio en los medios y son presentados, sin que nadie se sonroje, como exponentes del “quehacer cultural”: seudo-revisionistas de quiosco; indigenistas cuyo compromiso con las comunidades aborígenes no trasciende la venta de artesanías en las salas de la Recoleta y los conciertos de Beatriz Pichi Malen y disfracistas con pretensiones de literatos que entre los intersticios de la exacerbación, de la transgresión genial de los verdaderos creadores se instalan, como siempre, como simuladores.
José Ingenieros, casi un siglo atrás, hablaba de la simulación en la lucha por la vida y hablaba de la simulación de la locura. En 1904, el Dr. Ramos Mejía hablaba de la simulación del talento. En cuanto a los simuladores de talento, solo saben simular la locura, lo exterior de la creación. Copian la exterioridad intrascendente y humana del artista, sus tics, sus manías. Simulan la locura loca, pero no pueden aprehender su alma. Y, verborrágicos y estériles, contraídos y convulsos, invaden los medios, pululan por las exposiciones y fatigan los pasillos de las redacciones.
Sus convicciones progresistas no le impiden compartir debates con gorilas de ayer y de hoy, en tanto y en cuanto sean funcionales para arremeter contra “el hecho maldito del país burgués”: el peronismo. Su milicia democrática puede ser integrada indistintamente por el Instituto Hanna Arendt y Néstor Pitrola, como por Hugo Gambini y Marcos Aguinis. El reconocimiento le estará vedado a quien no apruebe las inquisiciones del nuevo “Comité de Salvación Pública”, pero cuanto cagatinta o defecador de lienzos rinda pleitesía a la cultura oficial y se someta dócil al pensamiento hegemónico, podrá acceder a las becas y subsidios, recibirá premios de sus pares y participará en reuniones y congresos donde los asistentes se aplaudirán mutuamente luego de cada presentación.
Así, adquiere sentido que los libros del recientemente fallecido Fermín Chávez hayan sido rechazados durante la gestión anterior a Coscia por la CONABIP con el argumento de ser “políticamente tendenciosos”, nada menos que por funcionarios de una administración que se define peronista. Si Kafka hubiera nacido en la argentina, hubiera sido un escritor costumbrista.
Pero esta discriminación no es inocente, responde a la lógica facciosa de la “Ilustración”, que encuentra antecedentes en el terrorismo unitario que fusiló a Dorrego y ahora se encabalga en el uso y abuso perverso del adjetivo “fascista” (Macri, Carrió, Aguinis) para desacreditar toda manifestación de patriotismo o afirmación nacional. Acusación errónea o equívoca, por no decir maliciosa, ya que no debe confundirse el “totalitarismo” europeo con la canalla gorila y doméstica. Ningún fascista traicionó a su país. Canaris no era nazi, Badoglio no lucía camisa negra.
Iniciar polémicas sobre este tema es pueril e inútil. No obstante, corresponde establecer que quien moteja de “fascista” a un rematador de su Patria no sabe lo que dice. Y a nadie honra el cultivo manifiesto de la ignorancia. Menos aún, a los que pregonaban ser, antes del posmodernismo, “hijos del siglo y la ilustración”.

La Feria de las vanidades.

Esta inquina hacia todo lo que huela a patriotismo o al denostado término de nacionalismo, viene de larga data y responde a una curiosa patología: adherir al pensamiento dialéctico sin pensar dialécticamente y asumir ideologías revolucionarias de cualquier parte sin convertirse en revolucionario en su propio país. Ya que si fueran coherentes y pensaran dialécticamente, desde el campo de su cacareada revolución, “pensarían en nacional”, pues no puede existir justicia social en un país agraviado y sometido a los designios del capital transnacional.
Su exhibición más patética es la hiperpromocionada “Feria del Libro”, donde una serie de parásitos de una sobreevaluación individual que no merecen; con veleidades de intelectual “avant la lettre” y declamadores de una cultura de vermouth, a la que dicen defender ante la siempre omnipresente amenaza de las alpargatas; se pavonean como faisanes vetustos entre centenares de estanterías repletas de libros prolijamente exhibidos y convenientemente “autorizados”. Una galería de pastiches seudoreligiosos y manuales de autoayuda al estilo de “Tenga una vida sexual plena después de los 80 años” o “El evangelio de Barrabás”, que son motivo de sesudas mesas redondas y olvidables paneles.
Uno de los asiduos invitados a este suceso anual para analfabetos y comerciantes es el inefable Vargas Llosa, quien, tras perder las elecciones presidenciales en el Perú, descubrió la imbecilidad congénita de sus compatriotas y la futilidad del solar patrio, renegando del mismo y acogiéndose embelesado a la ciudadanía europea. “El nacionalismo es la cultura de los incultos, una entelequia ideológica construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo (y su correlato inevitable), que hace de la pertenencia a una abstracción colectiva – la nación – el valor supremo y la credencial privilegiada de un individuo” (La Nación, 20/1/06). Es evidente que en los Balcanes de su amada Europa no lo leen, porque meses después de estas declaraciones, Montenegro se declaró nación soberana.
Al país no lo jodió las alpargatas, le hizo mal las incitaciones de los libros aviesos, la falsa ilustración, el tono de engolamiento doctrinario, el abuso de la palabra como instrumento de oprobio y su perduración aciaga en las columnas periódicas y en el libro. Palabra emponzoñada, enfardada en odio y resentimiento, proclamada y reiterada hasta el hartazgo por un escritor erudito, aspirante a “scholar”, cuya difusión semicosmopolita se debe a razones extraculturales (director de la biblioteca de Estado más importante del hemisferio austral, “viajero” anglosajón de su propio país, arcángel Miguel de la milicia democrática contra el dominio oscuro de Satán-Perón. Cultivo moroso del culto gardeliano a la “viejita”, frecuentación de un “entourage” de `poetisas y poetastros semiinstruídos, etc. etc.) En suma, los mitos de Pasternak y Solshenitzin, trasladados al subdesarrollo de una colonia intelectual europea.
Releemos a J.J. Hernández Arregui:
“Un escritor colonial – más perfecto que una esfera musical en la mente de Pitágoras – es Jorge Luis Borges. De un Pitágoras que nunca existió. Y en esto se parece a Borges. Que ha caído en la farolería de hablar de Pitágoras sin conocer la filosofía griega. En rigor, Borges, pájaro nocturno de la cultura colonizada, desde el punto de vista argentino es más fantasmagórico que el Pitágoras de la leyenda órfica. Un Borges – ese “cadáver vivo de sus fríos versos” que dijera Lope de Vega – hinchado todos los días por la prensa imperialista. Y que ni siquiera merecería ser citado aquí, si no fuese porque es la entalladura poética de ese colonialismo literario afeminado y sin tierra al que hacemos referencia. Poeta del Imperio Británico, condecorado por Isabel II de Inglaterra, ha declarado hace poco: “si cumpliese con mi deber de argentino debería haber matado a Perón. El desmán sería para reírse, sino fuese, como lo hemos expresado en otra parte, porque detrás de estas palabras pierrotescas se mueven las miasmas oscuras del coloniaje.(...) Si. Todos hemos de morir. Borges también Y con él, se irá un andrajo del colonato mental. A diferencia de ellos, bufones literarios de la oligarquía, mensajeros afamados del imperialismo, cuando a los grandes hombres de América les llega la hora de la muerte, en ese mismo y supremo instante, La eternidad de la historia, la única y luminosa eternidad que le es dable esperar a la criatura humana en su tránsito terreno, los amortaja con una estela de gloria con las palabras de los verdaderos poetas nacionales: “Hay una lágrima para todos aquellos que mueren, un duelo sobre la tumba más humilde, pero cuando los grandes patriotas sucumben, las naciones lanzan el grito fúnebre y la victoria llora”.
De ninguna manera participamos del criterio de que hay una relación dialéctica entre la obra de arte y el perfil ideológico de su autor. Si sabemos que hay grandes creadores que cuando salen de su obra entran en la neblina.
Julio Cortázar dijo que se tuvo que ir de la Argentina porque el tronar de los bombos peronistas no le dejaba disfrutar de los conciertos de Bela Bartók. Borges, en cambio, no parece haber tenido inconvenientes, en esos años, para escribir sus textos más personales y reconocidos. En 1944 habría de publicar Ficciones, cinco años después El Aleph, en 1951 la selección de cuentos que conforman La muerte y la brújula y al año siguiente el volumen ensayístico Otras inquisiciones. De este período don también buena parte de sus obras en colaboración – El Martín Fierro con Margarita Guerrero, Antiguas literaturas germánicas con Delia Ingenieros, entre otras – y de las antologías y volúmenes de cuentos realizados con Adolfo Bioy Casares. Esta intensa producción literaria, sin embargo, le dejó tiempo para comenzar una tardía pero exitosa carrera docente en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa y en el Colegio Libre de Estudios Superiores, ejercer la dirección de la revista Anales de Buenos Aires e, incluso, para la actividad gremial (fue presidente de la S.A.D.E. entre 1950 y 1953) Derroche de energía realizado en la opresiva y lúgubre atmósfera de la Segunda Sangrienta Tiranía. No tuvieron igual suerte los intelectuales de la década del setenta, signada por la tutela de los que él denominó caballeros militares.
La revista de Letras Sur se refirió a la autocensura a la que se sometieron los escritores liberales de nuestro país bajo el peronismo, ya que la censura auténtica, la oficial, parece no haberse ejercido contra ellos en dicho período. Olvidaron quienes esto afirmaron que toda obra artística representa en alguna medida, una acusación contra la sociedad y el estado en que ha nacido y que los grandes hombres – tales los casos, por ejemplo, de Poe y Lugones – testimoniaban de ordinario contra la sociedad que los había creado. ¿Aguardó acaso Hernández, el advenimiento de Irigoyen, para componer su “Martín Fierro” y Sarmiento el de Mitre para escribir su “Facundo”?
La citada autocensura no fue sino una máscara para cubrir la esterilidad y el conformismo.
El objeto de la literatura, que en su mejor tradición fue un medio de comunicación estética entre todos los hombres, se convirtió en manos de estos falsificadores en un método de incomunicación. Escribían para escritores, vale decir, para los iniciados en la religión secreta. El despotismo ilustrado o seudo ilustrado de este lenguaje esotérico posee la curiosa característica de pretender infligir a la prosa una calidad intelectual rigurosa; la triste verdad es que sus propios autores no pueden explicarse que es lo que quieren decir.
Decía Jorge Abelardo Ramos: “Los poetas argentinos que más se ocupan de lo mágico, lo angélico, lo delirante o lo metafísico, están a mil leguas de rehacer en sí mismos todos los procesos de iconoclastia, enfermedad y locura que dotaron al arte europeo de artistas en estado salvaje. Nuestros intelectuales traducen pasiones ajenas: desarraigados, sin atmósfera – sombras de una decadencia o de una sabiduría que otros vivieron – De ahí que la literatura argentina posea ese carácter gris, igualitario y pedante que aburre o indigna”.
En realidad, más que el bardo del coraje orillero, Borges fue el cultor moroso del mito gardeliano de la “viejita”.
En 1948 un incidente banal marca a fuego su resentimiento: su madre, Leonor Acevedo, y su hermana, Norah, son detenidas y condenadas a un mes de prisión. Estela Canto relató así los hechos: “La calle Florida siempre estaba abarrotada de gente durante el día y entonces la atmósfera política era muy tensa. De repente, Doña Leonor, seguida por sus acompañantes, prorrumpió en invectivas contra Perón y Evita, flamante esposa del general. Después se pusieron a cantar el himno nacional. Las damas fueron rodeadas por la multitud, y la policía, temiendo que la cosa pasara a mayores, las arrestó y las trasladó a la comisaría”. “A partir de ese momento – dice uno de los biógrafos del escritor – la postura de Borges se volverá irracional y maniquea. A partir de ese momento y para siempre, todo lo que oliera a peronismo sería repudiable y perverso”.
No se inmutó mucho Borges cuando centenares de mujeres después del 55, fueron enviadas a “veranear” a Ushuaia. Pero claro está, esas no eran “damas”. Ni eran “caballeros militares” los oficiales flor de Ceibo del general Valle, fusilados por el “ario” Rojas que nos había liberado del gobierno de la negrada.
Su odio berreta tenía un origen mucho más prosaico que el generado por la caída de un supuesto orden aristocrático. En abril de 1946 un ahora mítico decreto transfiere a Jorge Luis Borges de su modesto puesto de bibliotecario municipal, auxiliar de tercera según la aséptica terminología oficial, al de Inspector Municipal de Ferias. El escritor indignado renuncia. En realidad, según nos dijo personalmente Fermín Chavez, se intentó evitarle un sumario dada su prolífica producción de libelos contra el gobierno que le pagaba el sueldo.
Sobre esta transferencia, así sobre su presunto nuevo puesto (Inspector de aves y conejos para Emir Rodríguez Monegal, de pollos, gallinas y conejos para Alicia Jurado, de apicultura según funcionarios de la época, de policía municipal en una de las versiones de Borges) y sobre quién (por orden directa de Perón según algunos amigos del escritor, por mecanismos burocráticos e impersonales como se desprende del examen de los documentos oficiales, por una revancha de algún oscuro burócrata como dice María Esther Vázquez) y por que se ordenó (por faltas disciplinarias como también constata Ribera, por persecución política según la afirmación más difundida que es, también, la del propio Borges), existen numerosas versiones. Una exhaustiva investigación y una adecuada vinculación con el acontecer político del momento se encuentran en Jorge B. Ribera “Borges, ficha 57.323” incluido en Jorge Dubatti (comp…) Acerca de Borges, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1999.
Este ex empleado municipal, posteriormente acumulador de prebendas de todo orden declaró durante muchos años que los premios oficiales a la producción literaria fueron una “especie de soborno”. ¿Qué nombre habría que adjudicar entonces a los 25.000 pesos moneda nacional que el famoso Apold entregara a Borges por intermedio de Armando Bo en pago del libreto cinematográfico “Días de odio”?. Se lo podrá llamar un soborno fracasado, pues Borges no incensó a Perón. Pero soborno fue.
Mientras tanto, a cincuenta años, se sigue batiendo el parche del martirio de la “intelligentzia” argentina en la oscura década del peronismo. Un escritor argentino no es un mártir argentino, sino a veces un infeliz. Mártir fue Lugones.
No queremos extendernos demasiado con esta “vaca sagrada” del gorilaje de izquierda y derecha. Pero sí aclarar los tantos respecto a las persecuciones. Un escritor tan cercano al peronismo como un musulmán a la cerveza, Enrique Zuleta Alvarez, describe con palabras veraces el panorama cultural anterior a la aparición del justicialismo:
“A las razones de índole literaria que esgrimían quienes consideraban perimido el realismo narrativo, se sumaban, pues, los motivos ideológicos que, en ese momento, asumían el carácter de banderías irreconciliables. Pero el panorama se agravó cuando, después del golpe militar del 4 de junio de 1943, surgió en la política argentina el general Juan Domingo Perón y se inauguró la era cubierta por su movimiento político.
Desde el primer momento y en su casi totalidad la clase intelectual argentina se alineó contra Perón, y las personalidades más representativas de las instituciones, de los diarios y de la universidad integraron una de las frondas mas activas en una militancia que, finalmente, fue derrotada. No es fácil, desde nuestro tiempo, transmitir lo que fueron los odios despertados por la aparición del peronismo y la dureza y permanencia de las condenas ideológicas. El nuevo régimen, por su parte, contribuyó al sectarismo agresivo con exigencias partidistas y persecuciones que inauguraron una corriente de odios ideológicos, funesta en la vida argentina.
Gálvez y su mujer, que no militaban en la política, justificaron la aparición de las masas populares y fueron repudiados por los “antiperonistas”, con una acusación más que se sumaba a la condena por su catolicismo hispanista.
La Sociedad Argentina de escritores, con la cual Gálvez había colaborado durante años, estaba férreamente comprometida con el antiperonismo y en 1945 expulsó a dos escritores que también se habían negado a esta línea: Arturo Cancela y Leopoldo Marechal. Ante la acusación de antidemocráticos y totalitarios que se le hacía junto a otros escritores, Gálvez renunció a la SADE con una carta en la cual fundaba su disidencia y en sus Recuerdos no trepida en afirmar, ante el hecho que no se levantara una sola voz en su defensa: “En la SADE existía una especie de dictadura izquierdista, y ya se sabe lo que es la cobardía de los argentinos” Enrique Zuleta Alvarez. “España en América. Estudios sobre la historia de las ideas en Hispanoamérica” Confluencia. Buenos Aires. 2000.
Como respuesta, Cancela, acompañado por el matrimonio Gálvez y un grupo de escritores, fundaron la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA), proclive al peronismo, que le prestó un apoyo inicial, que luego decayó porque el gobierno tenía otras prioridades, como mejorar la condición de la clase obrera y no restañar las heridas infringidas en el orgullo de algunos intelectuales, por nacionales que fueran. (Con el tiempo advertiría el error, ya Gramsci se había percatado que el combate cardinal era el cultural).
Continúa Zuleta Alvarez: “Cuando otro golpe de Estado militar derrocó en 1955 al peronismo fueron encumbrados los intelectuales antiperonistas, que no olvidaron sus agravios contra Gálvez, ya definitivamente alejado de toda presencia pública. Desde los diarios, revistas y cátedras universitarias su nombre desapareció casi por completo del canon literario argentino, y las ideas del catolicismo hispanista que había defendido pasaron a integrar el cuerpo doctrinario de la antidemocracia, unánimemente execrada.”
Estos eran los valores republicanos y la “moral” que restauraban los “libertadores”. Ni una palabra se escuchó en boca de Borges en solidaridad por sus colegas. No por enemistad política sino por envidia mezquina.
¿Y Lugones? Condenado a las hogueras progresistas por “reaccionario” y a pagar el precio del suicido. ¿Y los tres Arturos? (Cancela, Capdevila y Marasso), En el arcón de los trastos viejos, carcomidos por el polvo del olvido. ¿Y José Gabriel?, A consumirse en la extrema pobreza. ¿Marechal, César Tiempo? El olvido. ¿Jauretche? El exilio, que solo vivió Borges mientras dormía. Tal sigue siendo la condena a la que los someten quienes aún detentan las riendas de la Cultura Oficial y se flagelan por la ausencia de “Georgi”, el único escritor que conocen.
Nuestros “intelectuales” de segunda, naufragando entre la epistemología de las ciencias sociales y la denuncia, creen que son el cerebro de algo, cuando en realidad son la mierda de algo llamado “como sobrevivir trabajando de felpudo y de inteligente hasta que nos descubran”.
Decía Ignacio Anzoátegui que había que crear la “Dirección Nacional de Patadas en el Culo”. De existir, el primer expediente, por lo fácil y expeditivo lo encabezarían todos estos cagatintas y escribas de la letrina, que en nombre de una cultura de la cual desconocen hasta los rudimentos, encabezaron y encabezan la anatematización de los verdaderos pensadores nacionales.