EL MAL QUE AQUEJA A LA NACIÓN ES LA EXTENSIÓN


Por Diego Gutiérrez Walker

En medio de las más profunda crisis cultural, social y política que nuestro país viene padeciendo desde hace más de tres décadas, la propuesta de eliminar la imagen de Julio Argentino Roca de unos billetes que día a día pierden poder de compra es una muestra que grafica con elocuencia la banalización de las actuales discusiones historiográficas y la berretización más abismal de los debates políticos.

A caballo de un revisionismo de historieta y de un supuesto nacionalismo popular convocado desde las oficinas puertomaderistas de algún plutócrata asociado al gobierno de ocasión para luchar contra la oligarquía del pasado; con consignas pintarrajeadas en el monumento al "zorro tucumano" por una yunta de energúmenos, mestizos que "laburan de indios" y de artistas a la "carta abierta", ahora se suma esta disparatada idea.

Historia nacional o leyenditas negras de historietas

Las naciones no tienen memoria, que siempre es subjetiva y parcializada, las naciones tienen historia, que es el recuerdo del pasado común que las proyecta hacia el presente y hacia su destino común en el futuro.

En los "países serios", las "historias oficiales" son las "historias nacionales", las cuales no implican negar sus claroscuros, sino entender cuales fueron los procesos que fueron conformando su identidad nacional.

Estas historias nacionales son escritas y entendidas desde sus propios cánones nacionales, intereses y aspiraciones.

A la corriente del revisionismo histórico le cupo el rol de desmitificar las historias oficiales escritas al calor político de guerras civiles recién ganadas, cuando la sangre todavía no se había secado, las heridas no habían suturado y los humos de los cañones no se habían disipado del todo.

En la época en que ser revisionista no necesitaba tantas explicaciones aclaratorias y cuando se hablaba de "nacional y popular" sin que a uno lo embargara cierto cosquilleo o vergüenza ajena; los autores revisionistas no se dedicaron simplemente a denostar a las figuras Sarmiento, Mitre y compañía. Se encargaron de desmitificar esa historia oficial de color partidario dándole el lugar en los primeros podios del procerato a los que injustamente habían sido silenciados, condenados y demonizados y justipreciando el aporte de los diferentes personajes históricos, teniendo consideración de las diversas circunstancias de tiempo y de lugar.

Por supuesto, no dejaron de utilizar la frontal denuncia, la sagacidad argumentativa e incluso la provocación dialéctica, sin escatimar las necesarias e inevitables adjetivaciones que correspondieren y sin dejar de reconocer el sentido Político de sus interpretaciones históricas.

Pero en todos sus renombrados e ilustres exponentes, la profunda solidez de sus conocimientos históricos, culturales, religiosos y filosóficos era un denominador común reconocido por tirios y troyanos.

Valgan como ejemplo la exquisita biografía de Sarmiento escrita por Manuel Gálvez y las consideraciones que sobre Roca o Avellaneda escribieron en su momento Julio Irazusta, Raúl Scalabrini Ortiz, Ernesto Palacio, José María Rosa, Jorge Abelardo Ramos y Arturo Jauretche.

El revisionismo histórico tuvo el mérito de demostrar la influencia imperial británica en muchos de los procesos históricos nacionales (influencia que no se ejerció justamente con fines filantrópicos); la vindicación de los tres siglos coloniales como la época en la que se fue moldeando la identidad nacional sobre el eje político, social y religioso del criollismo hispánico y la ciclópea obra política de Juan Manuel de Rosas.

También supo desmenuzar y analizar los procesos históricos de la emancipación de España, los sucesos posteriores a Caseros y las diversas vicisitudes del siglo XX.

Supo entender que todo proceso histórico está regido, además de las tradiciones histórico-culturales o los diversos intereses económicos; por las ideas de la época, las pasiones políticas de las diversas coyunturas del momento y las características personales de los personajes históricos que actuaron en cada momento.

Así, verbigracia, los revisionistas discriminaron entre las corrientes políticas que fueron generándose durante los sucesos de Mayo, indagaron en la psicología y en las pasiones de Moreno, en los intereses espurios que motivaron las acciones de Rivadavia, supieron caracterizar a los jóvenes de la llamada "Generación del 37", y supieron diferenciaron las acciones políticas de Mitre y Sarmiento de las Roca y Avellaneda.

Lejos estuvieron Ernesto Palacio o José María Rosa de demonizar a Roca o de fabricar esta especie de "leyendita negra" sobre su figura.

En ese sentido, es emblemática la obra de Arturo Jauretche "Ejército y Política Nacional" en donde desarrolla in extenso una revalorización geopolítica de la conquista del desierto en contraposición a la famosa zoncera "el mal que aqueja a la nación es la extensión".

Su lectura es altamente recomendable en estos tiempos en que ese vasco chúcaro es citado en tantos copy-pastes descontextualizados, generalmente para intentar justificar lo injustificable y cuando cualquier uniformado es vilipendiado y sospechado.

Incluso hay quienes dicen que a los uniformados botones de los hoteles internacionales les quieren aplicar la Carta de San José de Costa Rica.

Oligarquías y décadas infames eran las de antes

Es indiscutible que la política económica de Roca consistió en la inserción de una Argentina agroexportadora que la "división del trabajo" del imperio británico proponía durante la segunda mitad del siglo XIX y que la inmigración de españoles, italianos y otros expulsados por la incipiente industrialización que en esas penínsulas y en otros lugares de Europa se estaba generando tuvo más factores exógenos que previsiones de la clase dirigente de la época, que actuaba más que nada como una correa de transmisión de los impulsos marcados por la nueva metrópoli londinense.

También es cierto que la Sociedad Rural Argentina, junto a la Cámara de Comercio argentino-británica, era una de las corporaciones más emblemáticas y poderosas de la nueva sociedad argentina que se estaba construyendo.

Pero esa nueva sociedad fue el basamento sobre la cual se sustentaría una especie de "siglo de oro" de la Argentina que arbitrariamente podemos demarcar entre 1880 y 1976, con su cenit en cuanto a desarrollo social y económico, entre las décadas del ´10 y el ´60 del siglo XX. Décadas en la que Argentina supo distinguirse del resto de los países latinoamericanos.

Entre los mayores méritos de Roca pueden distinguirse el orden administrativo de su gestión de gobierno, la conquista del desierto que significó el agregado de casi la mitad de nuestro actual territorio nacional, el establecimiento de una educación pública que sirvió para integrar a una masa de inmigrantes que bajaba de los vapores y la organización de un ejército nacional que por primera vez era utilizado con fines estrictamente nacionales.

Ya empezaban a quedar atrás las épocas en que los ejércitos argentinos actuaban en función de los intereses de Itamaraty como había sucedido en Caseros y en la Guerra del Paraguay.

La secularización de la Argentina en su época debe ser vista retrospectivamente, a fines del siglo XIX se iban apagando los sones del romanticismo y se empezaba a escuchar con más claridad la música del positivismo cientificista. Como siempre, nunca se puede dejar de contextualizarse en tiempo y lugar.

Muchos católicos militantes del revisionismo histórico denostaron la masonería y el anticlericalismo explícito tan de moda en la época de Roca. Sin embargo, la implantación de la educación religiosa en las escuelas públicas argentinas en los posteriores gobiernos de Farrel y Perón, dónde muchos de esos mismos revisionistas tuvieron no poca influencia, no necesitaron de diatribas de baja estofa para con Roca y Sarmiento.

Era otro momento histórico y así lo entendieron, punto.

El positivismo educativo y la concepción enciclopedista de la época de Roca lejos estaban de las gansadas que actualmente proponen los burócratas de la neopedagogía.

El rigor educativo, la disciplina y el prestigio social del "culto sarmientino" a las maestras permitió la integración social efectiva de muchísimos argentinos. Hoy, el que puede, sea burgués o proletario, para decirlo en términos de marxismo de fotocopia universitaria, le escapa corriendo a la escuela pública. El que manda a sus hijos a una escuela pública debido a la imposibilidad de solventar los gastos de la educación privada merece comprensión, el que teniendo la posibilidad y los recursos para evitar mandar a sus hijos a una escuela pública e igual lo hace es un idiota.

Todo lo contrario a lo que sucedía hasta no hace muchas décadas atrás.

Los pueblos originarios... del estrecho de Bering

Pero no son estas las consideraciones que se utilizan para denostar la figura de Roca y demonizar su época. Se apela al latiguillo del "holocausto indígena", emblemática nueva zoncera del progresismo que supimos conseguir.

En primer lugar habría que determinar de dónde eran originarios los pueblos indígenas que habitaban la actual patagonia argentina al momento de producirse la denostada campaña militar de Roca.

¿Pueblos originarios? ¿Dé dónde? ¿Del Pasaje de Bering? ¿De las estepas siberianas?
Basta remitir a cualquiera de los estudios históricos o arqueológicos sobre este aspecto para dirimir semejante disparate.

Los pueblos indígenas patagónicos no fueron particularmente numerosos como eran los pueblos andinos, por ejemplo. Por otra parte, las sucesivas invasiones territoriales y los asuntos entre las diversas tribus no se arreglaban a través de simpáticos coloquios ni por medio de tertulias interculturales. Las lanzas guerreras de las batallas eran las formas que utilizaban para dirimir sus cuestiones. Lejos estuvo su realidad de las rousseaunianas visiones de "buenos salvajes" que los burgueses bien pensantes de Palermo Hollywood probablemente se imaginan mientras escuchan de fondo las canciones de León Gieco.

Antes de Roca ya habían existido avanzadillas de los españoles por ambos lados de la cordillera patagónica, incluso existieron reducciones religiosas que se mantuvieron intermitentemente hasta fines del siglo XVIII. Holandeses, franceses e ingleses lucharon y comerciaron con unos u otros según circunstancias de tiempo y de lugar.

Ya en la época de Rosas estaban culturalmente un poco acriollados. Traficaban entre Chile y Buenos Aires, hacían terribles malones y se llevaban mujeres cautivas, así como establecían alianzas circunstanciales con Rosas.

Por supuesto, en la época de Roca el positivismo estaba de moda, todo lo anglosajón y francés era bien visto. La caridad católica y el hispanismo paternalista que caracterizaron a los caudillos hispanocriollos y posteriormente a los caudillos federales estaban un poco en retirada.

Ni unos fueron unos angelitos asexuados ni otros unos simpáticos pocahontas, las lanzas indígenas y los arcabuces españoles existieron. Así como más tarde los malones y los fusiles rémington.

Pero "holocausto indígena" no hubo.

Los yanquis no demonizan su propia conquista del desierto, que de paso merece consignar que tuvo sí bastante de limpieza étnica.

Los rusos se enorgullecen de sus conquistas siberianas, incluso las atrocidades cometidas en la época del imperio soviético son prolijamente barridas debajo del felpudo para no herir el necesario orgullo que debe primar en sus fuerzas armadas.

Los españoles no reniegan de su cultura latina en nombre de los héroes de Sagunto y Numancia ni los británicos proponen la expulsión y posterior cruce del Canal de la Mancha de los anglos, jutos y sajones.

Claro, en los "países serios", las "historias oficiales" son las "historias nacionales".
Nuestra nacionalidad no se alimenta de concepciones étnicas, sino de concepciones ontológico-culturales que vienen de la historia.

El pensamiento especulativo y el desarrollo de nuestra lengua provienen del viejo castellano y nuestra cosmovisión religiosa proviene del tronco cristiano-católico.

Las absorciones de los pueblos indígenas y la posterior absorción de las diferentes corrientes inmigratorias que se fueron acriollando conforman al pueblo argentino y nuestra realidad geográfica provienen de aquéllas conquistas y de las posteriores vicisitudes históricas.

La historia debe conocerse y comprenderse bien. Este revisionismo de historieta y este indigenismo panfletario estarán muy bien para jóvenes producidos en las esquemas publicitarios de las grandes editoriales productoras de libros para rápidas lecturas veraniegas en las playas o en las sierras o para presentarse en comerciales e insípidas Ferias del Libro; también para intelectuales a "la carta abierta" que hace rato dejaron de tener algo interesante para decir o escribir.

El Estado y los poderes públicos no pueden seguir siendo el furgón de cola de los contenidos culturales de los grandes pulpos mediáticos. Porque sino no sólo deberemos lamentar la ausencia del Estado para difundir y promover el conocimiento de nuestra historia patria (no se puede amar lo que se desconoce), sino que deberemos lamentar que el Estado intervenga para profundizar la confusión y la esquizofrenia interpretativa que las grandes radios, canales de TV y banales editoriales hacen de nuestra historia.

¿Y por casa cómo andamos?

Resulta curioso, por no decir absurdo, pretender masificar toda esta bazofia a través del intento de mantener vigentes viejas y gastadas consignas que no hacen más que generar la incomprensión general, cuando no las risotadas estentóreas en el argentino de a pie, como sucedió en la última "crisis del campo".

Los que justifican la lucha contra la oligarquía de cien años atrás desde plutocráticas oficinas en Puerto Madero, los que defienden a los actuales latifundistas patagónicos enquistados en el poder político, los que nada dicen de la expoliación extranjera de nuestros recursos estratégicos, los que embanderados en las insignias de Ernesto Guevara Lynch (que junto a los dos arcos dorados de Mc Donald´s y el logotipo de Coca-Cola son ya símbolos indiscutidos de la globalización) defienden a administraciones que gobiernan un país más cercano a las factorías-lupanares centroamericanas de la Cuba de Batista y la Nicaragua de Somoza que la Argentina conservadora y liberal que pretenden impugnar; los que se llenan la boca hablando de recuperar el rol de un Estado que ni siquiera puede impedir que en la televisión abierta pasen el baile del caño a la hora de la merienda; los que creen que los estragos de la droga se resuelven con su despenalización; los que creen que la inseguridad se resuelve con "políticas sociales activas" que nunca llegan y con el garantismo penal más demencial; los que escriben sobre la lucha de clases en la historia universal desde las usinas más poderosas de los medios de comunicación masiva, etcétera, etcétera.

Son los mismos que hablan de las zonceras del neoliberalismo de la década del 90´ (no sin bastante razón) y pretenden cambiarlas con nuevas pero menos sofisticadas zonceras.

¿O acaso alguien puede tomarse en serio a quienes apoyan a un gobierno que blande el parche de haber rejerarquizado a un instituto nacional que lucha contra el discernimiento crítico, verdadero significado de discriminar? Porque no discriminar por razones de raza, religión o color de piel es muy loable, por cierto, sobre todo si no discriminan a las mayorías.

Pero no discriminar entre el vicio y la virtud, entre lo que es bueno y necesario promover y lo que es pernicioso y necesario evitar es otra cosa.

Y en este sentido, debemos darle la mano al gobierno actual y reconocer su afán antidiscriminatorio.

Porque la demonización de Roca y la conquista del desierto patagónico que permitió a la Argentina ensanchar su territorio nacional y posteriormente contar con hombres como Piedrabuena, Mosconi y el mestizo Juan Domingo Perón no es algo digno de encomio. Es autodenigrarse como nación y las naciones con una baja autoestima nunca podrán salir adelante.
Las analogías y trasvasamientos históricos deben manejarse con cuidado porque pueden degenerar en grandes macaneos.

Los antiperonistas furiosos pretendieron en su momento imponer la trilogía Mayo-Caseros-Libertadora y les salió un San Martín-Rosas-Perón por la culata; hablaban tanto de la segunda tiranía que todos los peronistas se hicieron rosistas. Ahora los progres pretenden inculcarnos que Juana Azurduy fue algo así como una precursora del Che y Roca una especie de eslabón perdido entre sanguinarios conquistadores y militares perversos.

No sea cosa que de tan peregrina idea, los progres logren convertir a Roca en un héroe popular.

Del Dr. M. Crocco (Hospital Borda)


¡Oportunísima, la divulgación aquí compuesta por Muñoz Azpiri (h) !

Los crímenes que nuestra sociedad con premeditación y alevosía comete contra la ciencia tienen todos un paraguas, una cobertura, una raíz donde se alimentan y crecen sus inmundicias. Es la desmemoria.

¡Ah, si la gente con acceso a los medios hubiera podido hacer compartir el orgullo que sentíamos por la biblioteca de 24000 volúmenes carísimos reunidos en el Jardín Zoológico de Buenos Aires, con todo amor y muchísimo gasto, por Eduardo L. Holmberg, Clemente Onelli y Jakob!

Si Muñoz Azpiri (h) hubiera podido publicar hacia 1992 en los diarios alguna nota con propósito similar al de la precedente, ese gravísimo crimen su hubiera impedido.

¡Tantos casos!... ¡Las tesis en medicina de la UBA en tiempos de la Federación, todas robadas para apoyar la leyenda de que Rosas fuera un burro capitanejo de malevos !

¡Los centenares de miles de partituras de los siglos XVII y XVIII, destruidas porque nadie sabía leer esas notaciones! ¡Las tesinas electroneurobiológicas de aquel último siglo!

Y no puedo seguir enumerando, no sólo porque el dolor me haría perder la ecuanimidad sino porque no puedo resistirlo más, revolver aun más la profundísima herida, que a cada minuto renueva la cotidiana agresión.

No, eso no es lo positivo; lo adecuado es no perder también nosotros los científicos más fuerza en lamentos sino producir, en décadas de jornadas desmesuradas sin feriados ni vacaciones, aquello que es necesario para cambiar el mundo.

Por eso, ¡gracias! a Muñoz Azpiri (h) por tomar él la pluma, ya que nosotros nos vemos forzados a dejar de lado labores tales como las que él aquí asumió.

La causa de todo esto es más que sencilla, un bucle sobre sí misma de la cadena alimenticia de los homínidos. Se come sus excedentes demográficos, para quienes la cultura y todo lo que pueda conducir a esa temible arma está de más.

Pero encima que Muñoz Azpiri (h) nos ayuda a llevar la cruz, no vamos a ponernos a indicarle, nariz parada, con qué ángulo nos resulta menos incómoda.

Si cabe apuntar que Francisco Javier Muñiz no vendió ninguna pieza única, sino especímenes usuales, cuyo hallazgo habría de repetirse. Yo en su lugar, y consciente como él de las propias falencias, hubiera pagado en vez de cobrar, para que los mejores osteólogos del mundo me terminen orientando allende mis limitaciones.

El que inicia el progreso corre con los gastos, repetía Jakob, y ¡bien que en su tradición científica lo sabemos!

M. Crocco - Hospital Borda
Agosto 7, 2008

El Precursor: Francisco Javier Muñiz (1795 - 1871)


por José Luis Muñoz Azpiri (h)

“Vivió en su patria precediendo su época en medio siglo”
Florentino Ameghino

Al hablar de los albores de la ciencia argentina, siempre que sea lícito de hablar de una ciencia “nacional”, pues si hay algo que realmente no tiene patria, eso es la ciencia; la figura de Francisco Javier Muñiz amanece en el firmamento de la República como el verdadero precursor de las ciencias naturales en el territorio rioplatense.


Dice José Babini que “la vida de este estudioso autodidacto tiene contornos heroicos: nacido en 1795, a los doce años es herido mientras lucha en la segunda invasión inglesa; ingresa en el Instituto médico-militar, de donde egresa en 1822 y participa como “médico y cirujano principal” en la guerra del Brasil; más tarde actúa en Cepeda donde es malamente herido, y luego en la guerra del Paraguay; muere en 1871 durante la epidemia de fiebre amarilla, que contrae al atender a un enfermo.”, y añade, “aunque Muñiz actuó también después de Caseros como hombre público, profesor y decano de la Facultad de Medicina, su labor científica se desarrolló principalmente durante su permanencia en Chascomús en 1825 y en Luján entre 1828 y 1848”.


Curiosamente, cuando en 1885 Domingo Faustino Sarmiento reunió y publicó los escritos de Muñiz, omitió las principales referencias sobre el quehacer cumplido por el primer naturalista argentino en el período de la Confederación, preocupándose especialmente en silenciar todo indicio que mostrase la filiación federal del personaje. Pero no fue el único caso en la historia de nuestra cultura, ni siquiera en la más reciente.


Francisco Xavier Thomás de la Concepción Muñiz nació en San Isidro (provincia de Buenos Aires) el 21 de diciembre de 1795. Estudió filosofía, latín, física, matemática y medicina.


En 1821 ejerció como médico reconocido por el gobierno en la lejana guarnición de Patagones, distanciada de Buenos Aires por una suerte de “estado-tapón” indígena que recién en 1833, con la “Campaña al Desierto” de Juan Manuel de Rosas, encontraría su ocaso. En 1825, por disposición del general Soler, marchó como cirujano al cantón de Chascomús donde surgió su vocación de paleontólogo, revelando la existencia fósil de un armadillo hallado en las orillas de la laguna homónima. Así inició sus investigaciones sobre mamíferos fósiles pampeanos que llamaron la atención de Charles Darwin, Germán Burmeister y Florentino Ameghino, quién, décadas más tarde, confesó “mis descripciones parecen copiadas de Muñiz.”.


Su labor como médico no fue notable: fue simplemente excepcional para su época. En 1832 la Real Sociedad Jenneriana de Londres le otorgó el grado de socio correspondiente en mérito a sus estudios, dado que había descubierto en los pezones de una vaca el cow-pox antivariólico, marcando un hito en la ciencia médica argentina y ganando para ella desde entonces un prestigio y un reconocimiento a nivel mundial, que solo una obstinación historiográfica partidista intentó silenciar por tratarse de un descubrimiento efectuado en la época de Rosas.


Jenner creía que sólo las vacas de Glowcester tenían el poder de transformadores del virus y que la humedad del terreno era condición para que se manifestara. Según Muñiz tales condiciones no eran esenciales. La eficacia de la vacuna argentina se demostró especialmente en las 1.847 personas que el Dr. Justo García Valdez, administrador de la vacuna en Buenos Aires, vacunó en el año 1841 con material facilitado por Muñiz.


El hallazgo argentino fue reconocido por el doctor Juan Epps, director del la Real Sociedad Jenneriana, con un elogio al informe de Muñiz: “El presenta también – decía Epps – una hermosa evidencia corroborativa (respecto a la descripción de La vacuna según se ha presentado en Buenos Aires) de la perfección de la descripción de Jenner: y ofrece además el hecho que la Vejiguilla Vacuna, como toda composición química, tiene la misma constitución atómica, el mismo carácter, en cualquier parte del mundo que se haya presentado”.


Si las epidemias de viruela hacían estragos entre los europeos y sus descendientes, que de alguna manera poseían defensas orgánicas ya sean heredadas biológicamente (los “blancos” que arribaron a las orillas de América eran portadores naturales de esas defensas porque sus ascendientes sufrieron en carne propia esos flagelos y otros durante los siglos XIV y XV en Europa), o por mejor alimentación, en el medio aborigen estas epidemias eran arrasadoramente mortales, ya que no hubo ningún tipo de inmunización anterior y la dieta era de subsistencia (entre los europeos la mortandad llegaba a un 20%, entre los indios un 80%).


Todo esto es por demás conocido, pero no en cambio que la vacunación antivariólica haya llegado a las tolderías. Jorge Oscar Sulé destaca: “No sabemos con precisión a partir de que fecha se inició la inoculación de la vacuna entre los distintos grupos indígenas. Sí sabemos por el diario “El Lucero” del 4 de enero de 1832 que Rosas recibió una distinción de la Sociedad Real Jenneriana de Londres, institución oficial que tuvo entre sus objetivos la divulgación y propagación de la vacuna antivariólica, el cultivar la memoria del sabio médico Eduardo Jenner que descubrió y perfeccionó el antídoto, como así también distinguir a quienes la promovían.


Dicha institución científica, puso en conocimiento del gobierno de la Confederación Argentina que su gobernador don Juan Manuel de Rosas había siso designado “Miembro Honorario” de esa Sociedad “en obsequio de los grandes servicios que ha rendido a la causa de la Humanidad, introduciendo con el mayor éxito la vacuna entre los indígenas del país”.


Si la información de esta distinción llegó al Río de la Plata en enero de 1832 es dable suponer que hacia 1831 o antes la introducción de la vacuna en los medios indígenas ya era una práctica generalizada y un hecho conocido.


Saldías, refiriéndose a una época inmediatamente después del parlamento que Rosas tuvo por el Tandil (circa fines de 1825 y comienzos de 1826), afirma: “En esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus. Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera que en manos de un mes recibieron casi todos el virus”.


Es conocida también la información que suministra el embajador inglés en Buenos Aires Sir Woodbine Parisch y que vuelca en su libro “Buenos Aires y las provincias del Río de la Plata”, cuando relata que en uno de los tantos parlamentos efectuados por Rosas en la Chacarita de los Colegiales hacia 1831 suministró la vacuna a muchos indios que integraban la comitiva de caciques pampas y vorogas. Manuel Gálvez, en su obra conocida, asienta un número estimativo de ciento cincuenta vacunados.”


Pero fue la permanencia en Luján, donde Muñiz había sido designado en 1828 como médico por el gobernador Dorrego, cuando se desarrolla la fecunda labor de trabajos paleontológicos, sacando a luz, como dice Babini “el extraordinario mundo fósil sepulto en las barrancas de su río”. Allí reunió, clasificó y estudió abundante material, en el que hay restos de megaterios, mastodontes, elefantes, toxodontes, milodontes y gliptodontes; un material apreciable que en 1841 obsequia al gobernador Rosas, coleccionado en 11 cajas cuyo contenido dio cuenta la Gaceta Mercantil (Ameghino insistirá más tarde que no fue un obsequio, sino un despojo, pues Rosas habría obligado a Muñiz a hacer la pretendida donación). Y Rosas, magnánimo, obsequió dicha colección al almirante francés Juan Enrique José Dupotet – jefe de la escuadra de Francia en el Plata y reemplazante de Leblanc -, lo que ha dado lugar a severas críticas por parte de los antirrosistas.


Señala Fermín Chávez: “Coincidimos con Ivern cuando puntualiza que la entrega de tan valioso material a Francia fue hecha por Rosas, seguramente, con el doble fin de cicatrizar heridas de guerra y de demostrar la capacidad científica argentina a una potencia que nos había creído colonizables. Desde el punto de vista de la ciencia nada se perdió con el obsequio, ya que el envió fue a poder precisamente de la nación que era el principal centro de estudios paleo-óseos, con sabios como Paul Rivet. Si hubo protestas de algunos naturalistas, como Florentino Ameghino, hay que tener en cuenta que de aquel centro científico provinieron las refutaciones a ciertas conclusiones de éste último. Por lo demás nadie se ha roto las vestiduras porque el propio Muñiz ofreciera en venta a Darwin otra colección, o por la donación de el mismo explorador de Luján de otros fósiles a la Academia de Ciencias de Estocolmo, hecha en 1861”.


En el Museo de París, a la sazón el centro de estudios paleontológicos más importante del mundo en ese momento, las piezas fueron estudiadas por Henri Gervais. La otra parte de la colección fue a Londres por mediación de Woodbine Parisch. Muñiz prosiguió con sus trabajos y finalmente depositó, en 1857, sus nuevas colecciones en el Museo Público de Buenos Aires.


Es de tener en cuenta que el marco de la época no era precisamente idílico, con guerras y bloqueos internacionales contra el país (casi dos mil días) y continuos enfrentamientos de dos facciones en pugna. Eran tiempos brutales, no muy diferentes a los actuales, con la diferencia que se actuaba sin hipocresía. Si alguien hubiera propuesto como consigna en alguno de los bandos, algo así como “los argentinos somos derechos y humanos”, se le hubieran descompuesto de risa.


Las batallas entre unitarios y federales solían ser muy cruentas, casi siempre los pocos sobrevivientes del ejército derrotado eran ejecutados, luego se les cortaba la cabeza y se la exhibía como escarmiento. Ambos bandos acostumbraban a castrar a sus enemigos, a cortarles la lengua, las orejas o arrancarles la barba con piel. Mas allá de las exageraciones de los relatos, abundaban las cabezas decapitas enviadas como obsequio, y la pasión por el degüello quedó reflejada en el cancionero federal:

Al que con salvajes
Tenga relación,
La verga y degüello
Por esta traición;
Que el santo sistema
De Federación
Les da a los salvajes
Violín y violón

Es comprensible que en ese clima la tarea de recoger huesos constituía ya no una excentricidad, sino directamente una actividad de lunáticos. En consecuencia, no deberíamos ruborizarnos tanto por la actitud de Rosas, habida cuenta que a lo largo de toda nuestra historia hubo personajes que regalaron el país entero.


Tal vez el descubrimiento paleontológico más importante de Francisco Javier Muñiz fue, según los historiadores de la ciencia, el del “tigre de las pampas”, el tigre fósil por él descrito en 1845, en informe que publicó la Gaceta Mercantil. Se trata de la especie que él llamó Muñifelis Bonaerensis, estudiado también por Kaup, Owen, Lund, Cuvier y Blainville, y que en la actual nomenclatura científica se denomina Smilodon bonaerensis (Muñiz).


El entusiasta naturalista recogió cerca de Luján, en 1837, un esqueleto imperfecto de dicha especie. Charles Darwin, al recibir un informe de Muñiz sobre ella, comentó en su respuesta al médico de Luján: “Su espécimen sobre el Muñiz-felis debe ser horrible. Sospecho que será un Machaerodus, del cual hay algunos fragmentos en el Museo Británico, procediendo de las Pampas”.


También encontró Muñiz en Luján huesos de un caballo fósil, bajo el esqueleto de un megaterio.


Y otra novedad fue el hallazgo de un árbol fósil en la pampa, que anunció a diversos naturalistas y museos. Las determinaciones del sabio argentino eran exactas, según determinó Germán Burmeister.


En 1833 Darwin pasó por Luján, localidad donde en ese momento residía Muñiz. No se conocieron personalmente, no obstante, más tarde los dos naturalistas mantuvieron una correspondencia científica que inició Darwin al expresar el deseo de poseer mayores informaciones respecto de la “vaca ñata”, curiosa especie doméstica que había observado en sus viajes y que le había interesado vivamente. Muñiz contestó con precisión las preguntas de Darwin y las respuestas fueron utilizadas en la segunda edición del Viaje, así como más adelante en el Origen de las Especies, de 1859.

“Hace algún tiempo – le dice Darwin en carta del 28 de febrero de 1847 – que Ud. tuvo la fineza de mandarme por Mr. E. Lumb algunos informes muy curiosos, y para mí de mucho valor, sobre la vaca Ñata. Agradeceré cualquier otra información sobre cualquiera de los animales domésticos del Plata, como el origen de algunas razas de aves, chanchos, perros, ganados, etc.”. Durante años las comunicaciones entre ambos sabios fueron frecuentes, también le hizo llegar una verdadera curiosidad: la descripción del terremoto que se produjo en la campaña de Buenos Aires el 19 de octubre de 1845, “extraordinario fenómeno de nuestras pampas” como lo llamó Muñiz. Con el título de Descripción del fenómeno y teoría relativa, apareció dicho trabajo en La Gaceta Mercantil del 26 de febrero de 1846. Su autor observó que ella “podría servir algún día de apéndice a la Historia Física del país”.

Por esa época Muñiz dio fin a sus Apuntes topográficos del territorio y adyacencias del Departamento del Centro de la Provincia de Buenos Aires, con algunas referencias a los demás de su campaña, con datos interesante sobre la geología, la geografía, la etnografía y la medicina social. Respecto a las observaciones geológicas sobre la formación pampeana, confesaría más tarde Ameghino: “Mis descripciones, demostrando que los mamíferos extinguidos quedaron sepultados en el barro de antiguas lagunas, perecen copiadas de Muñiz. Es que ambos, con cuarenta años de intervalo, hemos escrito sobre el terreno, con el cuerpo del delito a la vista, que da siempre una idea distinta de la que se hace el sabio desde el bufete. En el mismo caso se encuentran muchas otras observaciones de Muñiz exactísimas, pero que sólo se conocen desde un cortísimo número de años.”

En realidad, existe un discurso subyacente en la obra de Muñiz: la ciencia concebida como articulación entre la labor política y la tarea de imaginar una nación. Ya desde principios de la emancipación surge la necesidad de conformar un discurso, una literatura fundacional, que superara la crisis cultural producida por la expulsión de los jesuitas, primero, y por el fraccionamiento del espacio colonial, después. Se impone la obligación de construir un universo simbólico centrado en el espacio, y en ello, adquiere particular importancia el elemento telúrico, el paisaje, en particular “la pampa se convierte en proverbial escenario para el nacimiento del orden nuevo de la nación”.


Alejandro Kohl, en una acertadísima interpretación de este período fundacional, resalta el verdadero propósito de Muñiz: “La intencionalidad a todos los escritos es poner de manifiesto la existencia de la nación Argentina. Para ello, el autor apela de diferentes modos a la reivindicación de lo autóctono y, en especial, al estudio de la naturaleza. Se trata de una naturaleza concebida como terruño, como suelo propio; sus descripciones y comparaciones buscan, en última instancia, resaltar los tesoros naturales existentes en el propio suelo. Esa simbología consagra el espacio por medio de la elaboración de una concepción cosmogónica de la nación, en que realidad se funda con lo natural. El gaucho representa aquí una figura subsidiaria del paisaje, cuya presencia reafirma ciertos aspectos entrañables del suelo patrio”.

Esta necesidad de destacar la singularidad de la nación, a partir de detallas descripciones del entorno natural, se expresa claramente en un trabajo de 1848, publicado en La Gaceta Mercantil, en varias entregas: El ñandú o avestruz americano, estudio exhaustivo y, al decir de Fermín Chávez “verdadera joya de fresco estilo hipocrático”, en que nuestro animalito es objeto de toda suerte de minuciosas observaciones. Sus abundantes descripciones se encuentran enriquecidas por un tono de polémica permanente, debido a las comparaciones con animales similares de otras latitudes, mostrando en cada caso algún elemento distintivo de la fauna local o, lisa y llanamente, su superioridad.


Incluye los antecedentes de una campería en las pampas bonaerenses y un estudio sobre la salubridad de la carne de ñandú, y sus preparaciones. (Actualmente, en los mejores restoranes de Buenos Aires, es consumida por el turismo como una delikatessen autóctona). En el capítulo que dedica a la domesticidad del Struthio Americanus de Linneo propone la cría y conservación de la especie, luego de dar la razón de su escasez, que no era otra que las “boleadas” o cacería mediante el empleo de boleadoras.


Esta arraigada costumbre campera fue el origen de numerosas calamidades, como la quemazón de campo, como modo de enviar una señal convenida de antemano. Esta práctica adquiría proporciones de verdadero peligro cuando, por cualquier circunstancia imprevista, sobretodo por el cambio de la orientación del viento, el incendio alcanzaba una extensión considerable. Al mismo tiempo las corridas desenfrenadas de aquel gran número de jinetes, provocaban inquietud y el alboroto de las haciendas, tal vez aquerenciadas con el trabajo de años en campos que todavía no conocían el alambre. De ahí las disparadas, desplazamientos y entreveros de animales de distintos dueños, cuyo necesario ordenamiento posterior era motivo de grandes trabajos que ocupaban bastantes días de hombres y caballos. Por eso las autoridades, tanto por el requerimiento de los propietarios rurales como por la evidencia que la extinción de la especie significaba privar a la provincia de una fuente de riqueza, dictaron varias disposiciones represivas.


Si por su ciencia Muñiz fue universal, por sus creencias es resueltamente local. El lenguaje de lo autóctono, la lengua gauchesca entendida como proceso de regionalización de la cultura, también será estudiada por nuestro autor. En 1848 tenía Muñiz ya reunido el léxico gaucho, producto de su permanente y largo contacto con el habitante de la campaña: una especie de apéndice al diccionario de la lengua, que tituló Voces usadas con generalidad en las Repúblicas del Plata, la Argentina y la Oriental del Uruguay. En este léxico Muñiz definía las siguientes palabras: Abajera, Amadrinarse, Aparte, Bagual, Batea, Bocado, Bolas, Boleadora, Botas de Potro, Cascarrias, Chapín, Charque, Chiripá, Gaucho, Gauchipolítico, Horquilla, Madrina, Manga, Mangrullo, Orejano, Ovejero, Pasajero, Palenque, Palo a Pique, Parejero, Payar, Rancho, Recado, Redomón, Rodeo, Tambo, Tapera, Tirador, Tientos, Trajinar, Vichador, Vizcachera y Yaguané.
Finalmente, es de destacar un trabajo de particular significado escrito circa 1822, su Noticia sobre las islas del Paraná, que Muñiz recorrió probablemente hacia 1822, publicado recién en 1925, con un mapa que parece también pertenecerle y que sería también el primer mapa especial sobre esas islas. Aparte de las descripciones arqueológicas que contiene, en él consigna su fauna y su flora y destaca que tales islas estaban todavía pobladas por animales feroces. Habla de nogales, naranjos, yerba mate y lugares “muy propicios para el cultivo del arroz”.

Lamentablemente, hasta el momento se dan como perdidos o extraviados textos suyos con descripciones de las polvaredas de 1832 y de las inundaciones de Luján en 1838, así como también estudios sobre el cólera y la fiebre amarilla. Quiera Dios que alguna vez aparezcan en algún anaquel perdido de un archivo o biblioteca pública o en el remate de una colección privada.