Por Diego Gutiérrez Walker
En medio de las más profunda crisis cultural, social y política que nuestro país viene padeciendo desde hace más de tres décadas, la propuesta de eliminar la imagen de Julio Argentino Roca de unos billetes que día a día pierden poder de compra es una muestra que grafica con elocuencia la banalización de las actuales discusiones historiográficas y la berretización más abismal de los debates políticos.
A caballo de un revisionismo de historieta y de un supuesto nacionalismo popular convocado desde las oficinas puertomaderistas de algún plutócrata asociado al gobierno de ocasión para luchar contra la oligarquía del pasado; con consignas pintarrajeadas en el monumento al "zorro tucumano" por una yunta de energúmenos, mestizos que "laburan de indios" y de artistas a la "carta abierta", ahora se suma esta disparatada idea.
Historia nacional o leyenditas negras de historietas
Las naciones no tienen memoria, que siempre es subjetiva y parcializada, las naciones tienen historia, que es el recuerdo del pasado común que las proyecta hacia el presente y hacia su destino común en el futuro.
En los "países serios", las "historias oficiales" son las "historias nacionales", las cuales no implican negar sus claroscuros, sino entender cuales fueron los procesos que fueron conformando su identidad nacional.
Estas historias nacionales son escritas y entendidas desde sus propios cánones nacionales, intereses y aspiraciones.
A la corriente del revisionismo histórico le cupo el rol de desmitificar las historias oficiales escritas al calor político de guerras civiles recién ganadas, cuando la sangre todavía no se había secado, las heridas no habían suturado y los humos de los cañones no se habían disipado del todo.
En la época en que ser revisionista no necesitaba tantas explicaciones aclaratorias y cuando se hablaba de "nacional y popular" sin que a uno lo embargara cierto cosquilleo o vergüenza ajena; los autores revisionistas no se dedicaron simplemente a denostar a las figuras Sarmiento, Mitre y compañía. Se encargaron de desmitificar esa historia oficial de color partidario dándole el lugar en los primeros podios del procerato a los que injustamente habían sido silenciados, condenados y demonizados y justipreciando el aporte de los diferentes personajes históricos, teniendo consideración de las diversas circunstancias de tiempo y de lugar.
Por supuesto, no dejaron de utilizar la frontal denuncia, la sagacidad argumentativa e incluso la provocación dialéctica, sin escatimar las necesarias e inevitables adjetivaciones que correspondieren y sin dejar de reconocer el sentido Político de sus interpretaciones históricas.
Pero en todos sus renombrados e ilustres exponentes, la profunda solidez de sus conocimientos históricos, culturales, religiosos y filosóficos era un denominador común reconocido por tirios y troyanos.
Valgan como ejemplo la exquisita biografía de Sarmiento escrita por Manuel Gálvez y las consideraciones que sobre Roca o Avellaneda escribieron en su momento Julio Irazusta, Raúl Scalabrini Ortiz, Ernesto Palacio, José María Rosa, Jorge Abelardo Ramos y Arturo Jauretche.
El revisionismo histórico tuvo el mérito de demostrar la influencia imperial británica en muchos de los procesos históricos nacionales (influencia que no se ejerció justamente con fines filantrópicos); la vindicación de los tres siglos coloniales como la época en la que se fue moldeando la identidad nacional sobre el eje político, social y religioso del criollismo hispánico y la ciclópea obra política de Juan Manuel de Rosas.
También supo desmenuzar y analizar los procesos históricos de la emancipación de España, los sucesos posteriores a Caseros y las diversas vicisitudes del siglo XX.
Supo entender que todo proceso histórico está regido, además de las tradiciones histórico-culturales o los diversos intereses económicos; por las ideas de la época, las pasiones políticas de las diversas coyunturas del momento y las características personales de los personajes históricos que actuaron en cada momento.
Así, verbigracia, los revisionistas discriminaron entre las corrientes políticas que fueron generándose durante los sucesos de Mayo, indagaron en la psicología y en las pasiones de Moreno, en los intereses espurios que motivaron las acciones de Rivadavia, supieron caracterizar a los jóvenes de la llamada "Generación del 37", y supieron diferenciaron las acciones políticas de Mitre y Sarmiento de las Roca y Avellaneda.
Lejos estuvieron Ernesto Palacio o José María Rosa de demonizar a Roca o de fabricar esta especie de "leyendita negra" sobre su figura.
En ese sentido, es emblemática la obra de Arturo Jauretche "Ejército y Política Nacional" en donde desarrolla in extenso una revalorización geopolítica de la conquista del desierto en contraposición a la famosa zoncera "el mal que aqueja a la nación es la extensión".
Su lectura es altamente recomendable en estos tiempos en que ese vasco chúcaro es citado en tantos copy-pastes descontextualizados, generalmente para intentar justificar lo injustificable y cuando cualquier uniformado es vilipendiado y sospechado.
Incluso hay quienes dicen que a los uniformados botones de los hoteles internacionales les quieren aplicar la Carta de San José de Costa Rica.
Oligarquías y décadas infames eran las de antes
Es indiscutible que la política económica de Roca consistió en la inserción de una Argentina agroexportadora que la "división del trabajo" del imperio británico proponía durante la segunda mitad del siglo XIX y que la inmigración de españoles, italianos y otros expulsados por la incipiente industrialización que en esas penínsulas y en otros lugares de Europa se estaba generando tuvo más factores exógenos que previsiones de la clase dirigente de la época, que actuaba más que nada como una correa de transmisión de los impulsos marcados por la nueva metrópoli londinense.
También es cierto que la Sociedad Rural Argentina, junto a la Cámara de Comercio argentino-británica, era una de las corporaciones más emblemáticas y poderosas de la nueva sociedad argentina que se estaba construyendo.
Pero esa nueva sociedad fue el basamento sobre la cual se sustentaría una especie de "siglo de oro" de la Argentina que arbitrariamente podemos demarcar entre 1880 y 1976, con su cenit en cuanto a desarrollo social y económico, entre las décadas del ´10 y el ´60 del siglo XX. Décadas en la que Argentina supo distinguirse del resto de los países latinoamericanos.
Entre los mayores méritos de Roca pueden distinguirse el orden administrativo de su gestión de gobierno, la conquista del desierto que significó el agregado de casi la mitad de nuestro actual territorio nacional, el establecimiento de una educación pública que sirvió para integrar a una masa de inmigrantes que bajaba de los vapores y la organización de un ejército nacional que por primera vez era utilizado con fines estrictamente nacionales.
Ya empezaban a quedar atrás las épocas en que los ejércitos argentinos actuaban en función de los intereses de Itamaraty como había sucedido en Caseros y en la Guerra del Paraguay.
La secularización de la Argentina en su época debe ser vista retrospectivamente, a fines del siglo XIX se iban apagando los sones del romanticismo y se empezaba a escuchar con más claridad la música del positivismo cientificista. Como siempre, nunca se puede dejar de contextualizarse en tiempo y lugar.
Muchos católicos militantes del revisionismo histórico denostaron la masonería y el anticlericalismo explícito tan de moda en la época de Roca. Sin embargo, la implantación de la educación religiosa en las escuelas públicas argentinas en los posteriores gobiernos de Farrel y Perón, dónde muchos de esos mismos revisionistas tuvieron no poca influencia, no necesitaron de diatribas de baja estofa para con Roca y Sarmiento.
Era otro momento histórico y así lo entendieron, punto.
El positivismo educativo y la concepción enciclopedista de la época de Roca lejos estaban de las gansadas que actualmente proponen los burócratas de la neopedagogía.
El rigor educativo, la disciplina y el prestigio social del "culto sarmientino" a las maestras permitió la integración social efectiva de muchísimos argentinos. Hoy, el que puede, sea burgués o proletario, para decirlo en términos de marxismo de fotocopia universitaria, le escapa corriendo a la escuela pública. El que manda a sus hijos a una escuela pública debido a la imposibilidad de solventar los gastos de la educación privada merece comprensión, el que teniendo la posibilidad y los recursos para evitar mandar a sus hijos a una escuela pública e igual lo hace es un idiota.
Todo lo contrario a lo que sucedía hasta no hace muchas décadas atrás.
Los pueblos originarios... del estrecho de Bering
Pero no son estas las consideraciones que se utilizan para denostar la figura de Roca y demonizar su época. Se apela al latiguillo del "holocausto indígena", emblemática nueva zoncera del progresismo que supimos conseguir.
En primer lugar habría que determinar de dónde eran originarios los pueblos indígenas que habitaban la actual patagonia argentina al momento de producirse la denostada campaña militar de Roca.
¿Pueblos originarios? ¿Dé dónde? ¿Del Pasaje de Bering? ¿De las estepas siberianas?
Basta remitir a cualquiera de los estudios históricos o arqueológicos sobre este aspecto para dirimir semejante disparate.
Basta remitir a cualquiera de los estudios históricos o arqueológicos sobre este aspecto para dirimir semejante disparate.
Los pueblos indígenas patagónicos no fueron particularmente numerosos como eran los pueblos andinos, por ejemplo. Por otra parte, las sucesivas invasiones territoriales y los asuntos entre las diversas tribus no se arreglaban a través de simpáticos coloquios ni por medio de tertulias interculturales. Las lanzas guerreras de las batallas eran las formas que utilizaban para dirimir sus cuestiones. Lejos estuvo su realidad de las rousseaunianas visiones de "buenos salvajes" que los burgueses bien pensantes de Palermo Hollywood probablemente se imaginan mientras escuchan de fondo las canciones de León Gieco.
Antes de Roca ya habían existido avanzadillas de los españoles por ambos lados de la cordillera patagónica, incluso existieron reducciones religiosas que se mantuvieron intermitentemente hasta fines del siglo XVIII. Holandeses, franceses e ingleses lucharon y comerciaron con unos u otros según circunstancias de tiempo y de lugar.
Ya en la época de Rosas estaban culturalmente un poco acriollados. Traficaban entre Chile y Buenos Aires, hacían terribles malones y se llevaban mujeres cautivas, así como establecían alianzas circunstanciales con Rosas.
Por supuesto, en la época de Roca el positivismo estaba de moda, todo lo anglosajón y francés era bien visto. La caridad católica y el hispanismo paternalista que caracterizaron a los caudillos hispanocriollos y posteriormente a los caudillos federales estaban un poco en retirada.
Ni unos fueron unos angelitos asexuados ni otros unos simpáticos pocahontas, las lanzas indígenas y los arcabuces españoles existieron. Así como más tarde los malones y los fusiles rémington.
Pero "holocausto indígena" no hubo.
Los yanquis no demonizan su propia conquista del desierto, que de paso merece consignar que tuvo sí bastante de limpieza étnica.
Los rusos se enorgullecen de sus conquistas siberianas, incluso las atrocidades cometidas en la época del imperio soviético son prolijamente barridas debajo del felpudo para no herir el necesario orgullo que debe primar en sus fuerzas armadas.
Los españoles no reniegan de su cultura latina en nombre de los héroes de Sagunto y Numancia ni los británicos proponen la expulsión y posterior cruce del Canal de la Mancha de los anglos, jutos y sajones.
Claro, en los "países serios", las "historias oficiales" son las "historias nacionales".
Nuestra nacionalidad no se alimenta de concepciones étnicas, sino de concepciones ontológico-culturales que vienen de la historia.
Nuestra nacionalidad no se alimenta de concepciones étnicas, sino de concepciones ontológico-culturales que vienen de la historia.
El pensamiento especulativo y el desarrollo de nuestra lengua provienen del viejo castellano y nuestra cosmovisión religiosa proviene del tronco cristiano-católico.
Las absorciones de los pueblos indígenas y la posterior absorción de las diferentes corrientes inmigratorias que se fueron acriollando conforman al pueblo argentino y nuestra realidad geográfica provienen de aquéllas conquistas y de las posteriores vicisitudes históricas.
La historia debe conocerse y comprenderse bien. Este revisionismo de historieta y este indigenismo panfletario estarán muy bien para jóvenes producidos en las esquemas publicitarios de las grandes editoriales productoras de libros para rápidas lecturas veraniegas en las playas o en las sierras o para presentarse en comerciales e insípidas Ferias del Libro; también para intelectuales a "la carta abierta" que hace rato dejaron de tener algo interesante para decir o escribir.
El Estado y los poderes públicos no pueden seguir siendo el furgón de cola de los contenidos culturales de los grandes pulpos mediáticos. Porque sino no sólo deberemos lamentar la ausencia del Estado para difundir y promover el conocimiento de nuestra historia patria (no se puede amar lo que se desconoce), sino que deberemos lamentar que el Estado intervenga para profundizar la confusión y la esquizofrenia interpretativa que las grandes radios, canales de TV y banales editoriales hacen de nuestra historia.
¿Y por casa cómo andamos?
Resulta curioso, por no decir absurdo, pretender masificar toda esta bazofia a través del intento de mantener vigentes viejas y gastadas consignas que no hacen más que generar la incomprensión general, cuando no las risotadas estentóreas en el argentino de a pie, como sucedió en la última "crisis del campo".
Los que justifican la lucha contra la oligarquía de cien años atrás desde plutocráticas oficinas en Puerto Madero, los que defienden a los actuales latifundistas patagónicos enquistados en el poder político, los que nada dicen de la expoliación extranjera de nuestros recursos estratégicos, los que embanderados en las insignias de Ernesto Guevara Lynch (que junto a los dos arcos dorados de Mc Donald´s y el logotipo de Coca-Cola son ya símbolos indiscutidos de la globalización) defienden a administraciones que gobiernan un país más cercano a las factorías-lupanares centroamericanas de la Cuba de Batista y la Nicaragua de Somoza que la Argentina conservadora y liberal que pretenden impugnar; los que se llenan la boca hablando de recuperar el rol de un Estado que ni siquiera puede impedir que en la televisión abierta pasen el baile del caño a la hora de la merienda; los que creen que los estragos de la droga se resuelven con su despenalización; los que creen que la inseguridad se resuelve con "políticas sociales activas" que nunca llegan y con el garantismo penal más demencial; los que escriben sobre la lucha de clases en la historia universal desde las usinas más poderosas de los medios de comunicación masiva, etcétera, etcétera.
Son los mismos que hablan de las zonceras del neoliberalismo de la década del 90´ (no sin bastante razón) y pretenden cambiarlas con nuevas pero menos sofisticadas zonceras.
¿O acaso alguien puede tomarse en serio a quienes apoyan a un gobierno que blande el parche de haber rejerarquizado a un instituto nacional que lucha contra el discernimiento crítico, verdadero significado de discriminar? Porque no discriminar por razones de raza, religión o color de piel es muy loable, por cierto, sobre todo si no discriminan a las mayorías.
Pero no discriminar entre el vicio y la virtud, entre lo que es bueno y necesario promover y lo que es pernicioso y necesario evitar es otra cosa.
Y en este sentido, debemos darle la mano al gobierno actual y reconocer su afán antidiscriminatorio.
Porque la demonización de Roca y la conquista del desierto patagónico que permitió a la Argentina ensanchar su territorio nacional y posteriormente contar con hombres como Piedrabuena, Mosconi y el mestizo Juan Domingo Perón no es algo digno de encomio. Es autodenigrarse como nación y las naciones con una baja autoestima nunca podrán salir adelante.
Las analogías y trasvasamientos históricos deben manejarse con cuidado porque pueden degenerar en grandes macaneos.
Las analogías y trasvasamientos históricos deben manejarse con cuidado porque pueden degenerar en grandes macaneos.
Los antiperonistas furiosos pretendieron en su momento imponer la trilogía Mayo-Caseros-Libertadora y les salió un San Martín-Rosas-Perón por la culata; hablaban tanto de la segunda tiranía que todos los peronistas se hicieron rosistas. Ahora los progres pretenden inculcarnos que Juana Azurduy fue algo así como una precursora del Che y Roca una especie de eslabón perdido entre sanguinarios conquistadores y militares perversos.
No sea cosa que de tan peregrina idea, los progres logren convertir a Roca en un héroe popular.