Un profeta del pasado y un cínico defensor de los excluidos

Por Julio Fernández Baraibar
" Desde la instauración de la jubilación privada los únicos que se han gastado los fondos de sus aportantes han sido las propias administradoras, en comisiones leoninas, en malas inversiones y en sueldos dignos de los buitres de Wall Street".
Desde La Nación y el Clarín de hoy se lanzan oscuras premoniciones contra el proyecto de reestatización de los fondos previsionales.
La del diario de los Mitre la firma el economista Juan José Llach, de amplia y recordada actuación en los tiempos de Menem y Cavallo.
Comienza diciendo: “Lo más evidente es la preocupación y aun la angustia de la mayoría de la población más por la situación interna que por la crisis global”.
Este descubrimiento del agua tibia intenta ocultar dos cosas.
Una, que lo mismo ocurre en todos los países del mundo y que, en general, siempre ha ocurrido igual. Una crisis global y sistémica es percibida por los ciudadanos, en su aislamiento individual, como resultado, o bien de los propios errores, o del gobierno.
El capitalismo, con su moral del éxito individual como producto de la virtud y su repudio a toda intervención estatal, da el justificativo a ambas respuestas.
La complejidad del sistema económico global, lo invisible y anónimo de los procesos económicos esenciales ocultan para el ciudadano particular el mecanismo de la crisis.
La otra es que son estos mismos economistas - cuyo deber cívico es correr estos velos que oscurecen una mejor comprensión del sentido y magnitud de la crisis - quienes ayudan a la falsa conciencia, puesto que si lo hicieran caería sobre ellos, sobre sus falsas concepciones, sus equivocados pronósticos, para no hablar de sus nefastas y destructivas gestiones de gobierno, todo el furor de sus víctimas.
A continuación despliega un dramático escenario, que ha sido típico en todos los charlatanes neoliberales que desde hace treinta años ocupan el presunto saber económico, cuya finalidad es hacer creer al desconcertado ciudadano que las cosas en nuestro país han tenido efectos más letales que en ningún otro.
Frente a un gobierno que no obedece estúpidamente sus directivas, que cuestiona los criterios que llevaron al país a su propia crisis en 2001 - que son los criterios de Llach y sus cómplices -, estos alzan la voz con gesto airado y profetizan el incendio que ellos y sólo ellos desataron hace siete años.
Habiendo sometido a los débiles, a los pobres, a los enfermos, a los viejos y a los niños de este país a un inescrupuloso empeoramiento de sus condiciones de vida, de su integración social, cuando el gobierno intenta establecer un cerco a la crisis, recuperar el control pleno de su ahorro y de su sistema previsional, salvándolo de la segura muerte de la especulación, Llach y los suyos salen a hablar en nombre de los débiles.
“Si se aprueba este malhadado proyecto, y siguiendo la tradición nacional los fondos expropiados se gastan, también sufrirán mucho los débiles del futuro”.
Nada le dice al mal economista y peor contador que ya hoy, quienes cobraban de sus afjps, contaban con un subsidio del estado para sostener su retiro.
Desde la instauración de la jubilación privada los únicos que se han gastado los fondos de sus aportantes han sido las propias administradoras, en comisiones leoninas, en malas inversiones y en sueldos dignos de los buitres de Wall Street.
El Estado ha seguido pagando sus jubilaciones, las ha ajustado - cada vez que ha habido una conducción popular al frente de la República -, y los aportes de los trabajadores constituyen el fondo solidario para responder a quienes se jubilan.
Pero para que el ridículo sea mayor, Llach agrega: “Los jubilados, a quienes se prometen haberes que serán impagables, y los chicos y jóvenes de hoy, que ya adultos deberán hacer esfuerzos adicionales para mantenerlos”.
Han sido las crapulosas afjps las que prometieron retiros siderales, las que engañaron a sus aportantes - muchos de ellos inscriptos de prepo por orden del Estado -, y las que debilitaron con su accionar el sistema de reparto.
Llach no da un solo argumento a la discusión.
Anuncia tempestades, asusta, distorsiona y confunde.
Sabemos que detrás de ello no está sino el interés de sus mandantes.
En Clarín la firma es de Alcadio Oña, un empleado de muchos años del monopolio, de total confianza, por lo tanto.
La crítica no tendrá, entonces, ese tupé de conocimiento hermético que caracteriza a los llamados economistas, sino algo más popular, de más llegada.
¿Y que descubre Oña?
Ni más ni menos que “el caso de los que están afuera del sistema previsional”.
Con todo derecho usted se preguntará si las AFJPs lo hacían, si esos fondos, de alguna manera, estaban destinados a paliar la situación de quienes, debido al desmantelamiento que llevaron a cabo los columnistas de La Nación, como Llach, quedaron al margen, en la orilla o fuera del sistema previsional.
¿Cuándo se preocupó Alcadio Oña y el diario Clarín de los trabajadores en negro?
¿Clarín les pagaba los aportes jubilatorios a los jóvenes a los que hacía trabajar como pasantes, en plena furia desreguladora?
Por el contrario, todas las campañas llevadas a cabo por el MTA - en épocas de Menem - y por la CGT, después, en contra del trabajo en negro, todos los artículos, declaraciones y expresiones parlamentarias que, por ejemplo, realizó el actual diputado Héctor Recalde contra esta lacra impuesta por el neoliberalismo, no encontraron en Clarín - o en Alcadio Oña, que es lo mismo - el menor eco, la menor respuesta.
Hace tan sólo unos días el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, otorgó mezquinos aumentos salariales en negro a los docentes, lo que explica el repudio de las organizaciones sindicales mayoritarias de ese sector, pero no hubo ningún Alcadio Oña que viera en ello “una expresión rotunda de la fragmentación del mercado laboral, de la desprotección y de la imposibilidad de hacerse oír”.
Por el contrario, lo que los lectores de Clarín pudieron leer fue una abierta crítica a los dirigentes sindicales que condenaban a los niños, según estos escribas, a la ignorancia y el oscurantismo.
Por supuesto que el alma buena de Alcadio Oña no toleraría firmar una columna donde se hiciera la apología de estos fondos carroñeros que sustraen a la Nación del ahorro de sus trabajadores, como son las AFJPs, ni le permitiría afirmar que está muy bien que se cobren las comisiones del 35 % que se cobraban estas sanguijuelas.
Para eso están los Melconián y los Broda.
Su papel de hombre bueno es oponerse a la nacionalización de los fondos previsionales en nombre de los que no han realizado aportes jubilatorios.
Una hipocresía digna de un diario hipócrita.
Caracas, 4 de noviembre de 2008